viernes, 25 de noviembre de 2011

ANDÁ A LA CONCHA DE TU HERMANA

Paolo Eleuteri Serpieri

Terminaba de echar una lata de calamares en el arroz amarillo, y estaba revolviendo para asentar todo con un toque final de fuego fuerte, cuando golpearon a la puerta. Era Pepe.
-Qué buen aroma, loco -comentó a manera de saludo, aunque viniendo de él era prácticamente una autoinvitación.
-Pasá. ¿Comiste?
-No. Igual no te hagás problema, no tengo hambre.
-¿Estás enfermo?
-¿Qué te pasa, boludo?
-No, pasa que, mínimamente, me resulta raro. Pero dejémoslo ahí. ¿Te molesta si como mientras charlamos?
-No, mandale. Eso sí, te acompaño con la cerveza.
-Andá a buscar, entonces.
Ya estaba hincando el diente sobre el guisado, uno de mis platos favoritos cuando regresó con un pack de latas de Quilmes bien frías.
-Ahí tenés, jetón, a ver si de te dejás de hablar giladas -y lo arrojó sobre la mesa. Saqué dos latas y le pedí que pusiera el resto en la heladera.
-¿Qué soy, tu lacayo?
-Dale, che, haceme la gamba que estoy comiendo. ¿Querés un poco? Quedó para una buena cazuela, en la sartén.
-No, gracias. No tengo hambre.
-Ahora en serio, ¿me vas a decir qué te pasa?
-¿Por qué preguntás?
-Porque si no comiste antes de venir, y ahora no estás engullendo, a vos te pasa algo.
-Bueno, está bien, me pasa algo -accedió al fin, aunque contrariado.
-Okay. Si querés me contás, y si no está todo bien -Ofrecí. Hacía rato que las penurias ajenas me importaban muy poco, ya que apenas si podía con las propias.
-Es un poco complicado.
-Me imagino, si llega a preocupar a un cabeza fresca como vos…
-Dejate de chicanas, ¿querés?
Terminé mi lata y fui por más. No había mucho por decir, de mi parte. Sabía que mi amigo iba a soltar el rollo. Si no era para tomar unas copas (de puro estar al pedo nomás), había venido porque estaba atosigado. Clásico caso de principio de tercero excluido.
-¿Vos te cogerías a la hermana de un amigo? -Preguntó de pronto.
-Depende.
-¿Depende de qué?
-Y, depende de qué amigo y depende de qué hermana, básicamente. ¿A la hermana de quién, te cogiste?
-A la hermana de Abdul.
-¿Ves de qué depende? A la hermana de Abdul no me la cojo por nada del mundo. ¿Sos loco? ¿Te querés suicidar?
-Está muy buena, boludo.
-Sí, está recontrabuena. Pero antes de garchármela meto el bicho en la boca de una barracuda.
-¡Pará, no me des más ánimos, querés! -Ironizó, mientras yo lo miraba meneando la cabeza y mordiéndome el labio inferior. -Dale, ya está, loco, no es para tanto, tampoco.
-Si vos lo decís… pero la historia no es lo que pienses vos. La cosa es lo que piense Abdul, si se entera. A propósito, vos tenías una edición original de Virgin Records de la Trilogía de Gong, ¿verdad?
-Qué, boludo, ¿me estás chantajeando?
-No yo digo que…
-Andá a la concha de tu hermana, forro.
-Eh, loco, tenés una obsesión con la concha de las hermanas, vos, por lo visto.
-Ja ja, qué gracioso. Pero te jodés, porque el loco ya lo sabe.
-Entonces mejor, dejame el disco en tu testamento y listo.
-Ah, pero te comiste un payaso, hoy, la con… -se frenó.
-Sí, si, la concha de mi hermana. Date el gusto. Al condenado no se le niega nada.
Seguimos conversando del tema, y el pobre Pepe recaía una y otra vez en lugares comunes de justificación. Ésta es la parte embolante de escribir historias comunes, no digo cotidianas pero sí muy usuales. Los lugares comunes. ¿Cómo evitarlos? Haciendo caso omiso y siguiendo con la acción. Cruda. (La complejidad de los lenguajes no es más que la sofisticación de lugares comunes, cuanto más ensortijados mejor. Y luego de esta gustadilla de magros y caníbales embriones filosóficos, sigo con la acción. Cruda.)
Parece ser que el pobre de Pepe llegó a la casa adonde vive Abdul con su madre y su hermana. Lo atendió la hermana (y vaya que lo atendió, pero no quiero adelantarme). Estaba con los ojos rojizos, como si hubiese estado llorando. Tenía puesto un pareo multicolor, que acentuaba sus voluptuosidades naturales (de sólo pensar en la bomba morena que era la hermana del gordo en un ceñido pareo se me cayeron las babitas, como al Compay Segundo; y por un momento me alegré de no haberme visto en el brete en que estuvo Pepe. Sabido es que, en momentos como ése, no prestamos demasiada atención a la cabeza que piensa). Lo hizo pasar, al tiempo que le decía que Abdul volvería enseguida. Lo invitó a sentarse en un viejo sillón del living. Estaba tomando un whisky, ¿querés?, le preguntó, y él, medio sorprendido, aceptó. Sorprendido, por cuanto la hermana del gordo nunca se mostraba mucho ante nosotros; y si se mostraba, el gordo la echaba con la mirada, nomás. Ella le alcanzó el vaso y se sentó en el sillón de enfrente, apoyando los pies en el asiento y dejando entrever una franja de sus sólidas piernas, la parte interior, para colmo. No, si hay que estar, también…

¿Te pasa algo?, le preguntó el pobre Pepe, haciéndose cargo de las evidentes huellas de llanto reciente. No, no me pasa nada, respondió la hermana del gordo, mientras miraba hacia otro lado y contenía una nueva oleada de lágrimas. Bueno, no sé, si querés contame, si no decime en qué puedo ayudarte, balbuceó él. Nada, vos lo conocés a tu amigo. Me tiene podrida con los celos, ni que fuera su mujer. Estaba saliendo con un tipo y no sé que hizo, pero le pegó tal susto que si me ve sale corriendo. Cada vez que intento empezar una relación, el bestia va y lo saca cagando. Vos sabés cómo es. Y el pobre Pepe lo sabía, claro que lo sabía. Como sabía que si hacía lo que cada célula de su cuerpo le pedía a gritos (para colmo con la presa servida), sería ajusticiado de la particular manera que Abdul debería tener reservada para los traidores más conspicuos. Clara lucha a muerte entre razón e instinto. Qué brete, dios. Ella continuó: Tengo 22 años, yo, también; soy mayor de edad, tengo derecho a una vida, ¿No te parece? Y él: Claro, claro. Y un poco bastante nervioso por la situación, le preguntó: Che, ¿tardará mucho, Abdul? Y ella, enjugándose una lágrima y sonriendo picarescamente: Mirá, Pepe, la verdad es que te mentí. Se fue a pescar a Chascomús, no vuelve hasta el viernes. No te enojás, ¿no? Pasa que necesitaba hablar con alguien. No, hiciste bien, respondió el pobre Pepe, luego de tragar saliva. Pero en serio, loco, continuó ella, me tiene podrida. Si fuera por él termino monja, yo. Necesito, vivir, gozar de mi cuerpo, viste… no tengo feo cuerpo, ¿verdad? Dijo, mientras se incorporaba y, abriendo los brazos, se lucía frente al pobre Pepe. Y enseguida abrió un poco el pareo, dejando entrever sus hermosas piernas y algo del prodigioso triángulo pubiano, apenas oculto por una minúscula tanga negra. Ay, disculpame, Pepi, pasa que como estoy siempre tan contenida… el pobre Pepi sentía como su espinazo se ponía rígido y se le hinchaban las venas del cuello; entre otras, bah. En cambio ahora, charlando con vos, ¡estoy tan excitada! Como los cachorros, viste, que no salen nunca a la calle y cuando salen se ponen locos, y mueven la cola para todos lados… giró y revoleó el rabo, ¡qué rabo! El pobre Pepe estaba demudado, no podía creer lo que estaba pasando. Sabía que su cuero estaba en juego, y la brutal colisión entre sus instintos (de reproducción y de autoconservación) lo llevaron a insinuar que debía irse, cada vez más balbuceante; a lo que la hermana del gordo le quitó el vaso de la mano al tiempo que le decía: De eso ni hablar. Vamos a tomar otro wisquicito, una vez que te tengo un ratito para mí… mirá, mirá cómo me late el corazón, le dijo mientras dejaba los vasos en la mesita, tomaba su mano y se la apoyaba directamente en uno de sus desbordantes senos. Fue demasiado. El pobre Pepe se incorporó y le metió la lengua en la boca, mientras desabotonaba su camisa con la torpeza propia de la urgencia y ella desabotonaba su pantalón. En cuestión de breves segundos quedó desnudo a los tirones. Lo de ella fue mucho más simple. En dos maniobras se desanudó el pareo y el corpiño, se acostó sobre el sillón, se corrió la tanguita y recibió la penetración con una calentura terrible. E inmediatamente tuvo un tremendo orgasmo, cuyo heraldo fueron unos musicales quejidos capaces de derretir a la estatua de Zenón el estoico. El pobre Pepe aún ni había comenzado a trabajar, así que comenzó a arremeter. Los rumores de vísceras amatorias y respiratorias comenzaron sus acompasados arrestos en un crescendo hasta la fanfarria final; o sea, acabaron a los gritos.
Y entonces, el pobre Pepe -que no era ningún boludo-, extasiado por el fuerte y fragante sabor de la fruta prohibida y sin más nada que perder, se quedó a dormir. Y decir a dormir, con aquella bestia y en el estado en el que estaba, es un eufemismo bastante obvio, ¿no?
-Bueno, hermanito, qué va’cer. A lo hecho, pecho. ¿Y cómo se enteró, Abdul, al final?
-Bueno, pasó que la loca me llamó por teléfono un par de días después, y me dijo que quería verme. Yo, que ya estaba mucho más frío y por ende mucho más cagado, le aclaré que había tratado de contenerla porque la vi mal, y que la cosa se me había ido de las manos, porque ella era muy hermosa, y todas esas cosas que les gusta oír…
-Claro, todas esas cosas que les gusta oír siempre y cuando no las estás dejando colgadas de la horqueta.
-Exacto. Me cagó a puteadas.
-Pero sos medio pelotudo, vos. ¿Qué esperabas? ¿Qué te agradeciera por los servicios prestados?
-No, boludo, me sacó la ficha. Me dijo que era otro cobarde más que se rajaba por miedo al hermano.
-Ves, ésas son las peleas que me gustan, cuando los dos contendientes tienen razón.
-¿Cómo?
-Claro, vos le dijiste que está más buena que comer pollo con la mano y ella te dijo que eras un cagón.
-Ah, seguís de guasa, vos… la cosa es que se puso medio histérica y le contó todo a Abdul. Pero no le dijo la posta. Pintó las cosas como que fui yo quien tomó la iniciativa, y que la seduje.
-Es que sos rico guacho, vos.
-Loco, pará un poco con la pavada… te vengo a contar un problema y vos me tomás el pelo…
-Y bueno, qué voy a hacer. En todos los velatorios cuento chistes.
-Entonces levantá el nivel porque das más lástima que risa, gil.
En ese momento se oyó el sonido del motor de una moto de alta cilindrada, y la expresión de alarma en la cara del pobre Pepe se transfiguró en otra de terror ciego con la última acelerada, previa al apagado del motor justo en la puerta de acceso de planta baja.
-Huy, dios, ahora me rompen toda la casa -me preocupé.
-¿Eso, me vas a decir? La cuestión grave es que me van a romper todo a mí. ¿Hay otra salida?
-Sí, la ventana del baño. Pero no te la recomiendo. El último que saltó tuvo luxación de rodilla y fractura de peroné.
-No sé si no es negocio.
-Alguna vez tenés que dar la cara, hermano. No te podés comer semejante caramelito y después hacer mutis por el foro. Tampoco es justo, che.
Abrí la puerta y allí estaba el gordo bestial con cara de poquísimos amigos. Me preguntó:
-¿De qué caramelito estás hablando?
-No, yo… (glup)… estábamos hablando de minas, nada en particular. Pasá, tomate una birrita.
-Ah, hablando de minas, eh. Entonces te habrá contado el maricón éste su última conquista. -No supe qué contestar, así que no abrí la boca. En cambio me levanté y saqué del congelador las últimas latas. Abdul había girado una silla, y se acodó sobre el respaldo mirando bien de frente al pobre Pepe, quien incómodo y más congelado aún que las latas que acababa de sacar del hielo, encendía un cigarrillo, sorbía unos tragos, adoptaba la actitud de esos perros que saben que hicieron cagadas y se hacen los boludos. El gordo continuó, dirigiéndose a su aparentemente ya ex amigo: -Son un judas, vos. Un traidor de la más baja estofa.
-No, loco, esperá un cachito, te quiero explicar…
-Vos vas a hablar solamente cuando yo te diga, ¿estamos? -Lo interrumpió el gordo, mientras se arremangaba la camisa con sus manotas, cuyos gruesos dedos las hacían lucir como un racimo de porongas.
-Loco -le dije-, si lo vas a masacrar, vamos hasta el Parque Alberdi. Yo los acompaño, llamo a la ambulancia si el pobre Pepe mantiene signos vitales, lo que sea. Pero por favor, acá no.
-Dale, metele fichas, vos, encima.
-No, si acá el que se rejugó sin fichas fuiste vos -señaló Abdul. -Además, ¿qué parte no entendiste de que vos hablás cuando yo te diga?
-Bueno, loco, tampoco me tratés así…
-Tendrías que estar dando gracias a todos los santos por que te trato así, porque si le doy el gusto al cuerpo te rompo todos los huesos.
-Eso sí, tiene razón -asentí, y el pobre de Pepe me miró con odio; aunque, fiel a la consigna, no abrió la boca.
-La cosa es así: yo sé que mi hermana es media…
-¿Ninfómana? -Aventuré, y no fue buena idea.
-¿Querés que te rompa todo a vos también?
-No, Abdulcito, solamente quería…
-Porque me los cargo a los dos, pelotudos. Saben que no tengo ningún problema.
-Dale, seguí hablando con él. No me meto más.
-Te decía que mi hermana es un poco casquivana, viste. No sé a quien sale, porque mi vieja es una santa. Pero es buena mina, y es muy sensible. Por eso yo la defiendo de las ratas como vos. -El pobre Pepe tomó aire como para decir algo pero Abdul lo interrumpió: ¡Callate! Estoy hablando yo, las ratas se callan. Pero vos, yo creí que eras mi amigo.
-Lo soy.
-Lo sos, eh. Bueno, demostralo. Andá a casa a hablar con ella y hacé todo lo que ella quiera.
-¿Cómo, todo?
-Todo. Si se quiere casar, te casás. ¿Vos te creés que, siendo mi “amigo”, te vas a coger a mi hermana, después te vas a ir de florcita a contarle todo a gansos como éste, y la vas a dejar deprimida, todo el día llorando en la cama?
-No, pero yo no ando por ahí de florcita contando nada.
-Sí, claro, yo soy gil, nací ayer. Como si no te conociera, basura. Mirá, vamos a hacerla corta porque no tengo tiempo. Te vas ahora y hacés lo que te dije. Te está esperando. -Se incorporó, se empinó la cerveza, se estiró las mangas de la camisa y agarró su campera de cuero. -Ah, y por si se te llega a ocurrir borrarte (cosa que no creo), acá te dejo esto. -Sacó un frasco de plástico -o vidrio, no sé-, del bolsillo interior de la campera,en cuyo interior se veían dos vísceras parecidas a testículos. Lo depositó sobre la mesa enfrente del pobre Pepe, que lo miraba con pánico.
-Ésos son los huevos del último que quiso hacerse el vivo con mi hermana. -Tras lo cual salió dramáticamente. Lo oímos arrancar la moto e irse tirando cambios a lo loco. El pobre Pepe se había quedado mirando fijamente los huevos en formol.
-¿A vos te parece que puede ser cierto, esto?
-Si fuera otro, probablemente pensaría que son de un perro grande, o de un chancho, qué sé yo. Pero se trata de Abdul.
-Sí. Se trata de Abdul.
-Bueno, loco, ya que vas a sentar cabeza, mirá el lado bueno.
-¿Qué lado bueno?
-Y, la hermana del gordo tiene lados buenos desde cualquier lugar que la mires.
-Muy gracioso. Mirá, me voy. Voy a hablar con la loca para ver si podemos razonar algo viable para que todos quedemos contentos.
-Bueno, Pepito. Yo te regalo la licuadora.
-No te aguanto más, gil. Me voy a la mierda.
-Corre, conejo.
Cuando ya iba terminando de bajar la escalera, le grité:
-¡Hey, amigo!
-¿Qué pasa?
-Nada, solamente quería decirte que la pasé muy bien con vos, yendo por los bares en busca de mujeres. La verdad, lo voy a extrañar.
Y su respuesta fue demasiado obvia:
-Andá a la concha de tu hermana.

lunes, 21 de noviembre de 2011

UN SÚCUBO EN LA CIUDAD DE LAS MUJERES


Ilustraciones de Olga Levchenko

Por fin el sol estaba aflojando, así que levanté mis huesos de una arboleda a la vera de la carretera BR 116 con la esperanza de que algún buen samaritano me diera un aventón. Hacía varios días que me había quedado sin un peso, y dependía de la caridad ajena para subsistir y beberme de vez en cuando una cachaça. A poco andar se detuvo una camioneta, y subí.
-¿Adónde vas? -Me preguntó el conductor, en portugués (debo ajustarme a un idioma por razones de simple practicidad). Iba solo, y se trataba de un mulato flaco de unos 30 ó 35 años.
-A Buenos Aires -respondí.
-Ah, te falta bastante.
-Ni hablar. Encima no tengo un peso.
-Yo voy hasta acá nomás, a Laguna.
-Uh, qué bajón.
-¿Por qué no te quedás unos días en Laguna?
-Porque si no llego pronto a Argentina voy a morir de hambre.
-Bueno, pero si ya estás en el fondo de la bolsa, ¿por qué no intentás hacer unos pesos acá y después viajás tranquilo?
-¿Vos conocés alguna manera en la que pueda hacerme de unos mangos?
-Y, qué sé yo… primero, un dato: en Laguna, según el último censo, hay como 10 mujeres por cada hombre.
-Ahá. ¿Y?
-Y, que encima un forastero… si no ganás… -me miró. -Aparte sos bastante apuesto, según se ve. Un buen baño, una afeitada, y seguro que alguna te va a dar techo y comida.
-Suena mejor que cagarme de hambre, sed y calor por la ruta.
-Bueno, decidite porque ya estamos llegando a la entrada.
-Me convenciste.
El loco aquél (Josué, se llamaba), tomó una botella de Velho Barreiro de debajo del asiento, la abrió, le dio un buen trago y me la pasó, al tiempo que me decía:
-No te invito a quedarte en casa porque mi mujer nos echa a los dos.
-Está bien, agradecido igual.
-Pero hay una alemana que hospeda gente. Nada formal, es una casa común que no la blanquea como albergue para no pagar tasas. Me dijo que andaba buscando a alguien para que le dé una mano con el trabajo.
-¿Y qué tipo de trabajo?
-No sé, arreglar las cosas de la casa, darle una mano con la limpieza, qué sé yo. ¿te das maña para esas cosas?
-¿Para arreglar cosas de la casa? Ni idea, cara
-Bueno, vos decile que sí y después ves.
-Es la historia de mi vida.
Me dejó en el centro. Antes de irse me dejó un puñado de reales, como para dos cachaçinhas, más o menos, y el domicilio de la alemana que al parecer estaba buscando ayudante. Tomé las dos cachaças, servidas bien legal por cuanto le lloré miserias (verdaderas) al garçon y salí a dar un paseo, bastante tocado en virtud de que el aguardiente había caído sobre un estómago que no recibía sólidos desde hacía más de 24 horas, y encima lo último que había engullido había sido medio sándwich, que había manoteado de paso en una mesa de turistas que acababan de levantarse. La necesidad no sabe de remilgos ni vergüenzas.
Caminé hacia la costa, y me maravillé con las edificaciones de estilo colonial (creo, soy bastante ignorante al respecto) y tono multicolor, comunes en latitudes más septentrionales. Pero allí estaban, para mi regocijo, atravesadas por calzadas de adoquines seguramente muy antiguas. La noche era apacible, pero la mochila me pesaba por la falta de alimento que las tripas no dejaban de recordarme con sus crujidos. Así que decidí rumbear para la casa de la alemana, relojeando por si algo comestible se me cruzaba por el camino; atento, al fin, como un cazador-recolector urbano eventualmente descuidista. Ya era tarde para subir morros en busca de mangos o lo que fuese. A esa hora, y en mi estado, sólo podía aspirar a recibir arañazos, o picaduras.
Finalmente golpeé un aldabón en las afueras, cerca del Bairro Oliveira. Ladró un perro, con broncas resonancias que hacían adivinar una caja torácica importante. La casa parecía bastante pequeña para albergue, pero quién sabe hasta entrar. Finalmente se oyó un pestillo y la puerta se abrió, dejándome ver a una mujer rubia, muy menuda, de cabellos muy cortos que formaban una especie de mechitas. Lucía demacrada, y la cubría algo así como una solera gris plomo. Estaba descalza.
-Buenas noches, yo…
-Ya sé. Te mandó Josué.
-No, no me mandó, me informó que…
-Ya, ya, pasá. Ya sé todo.
-¿Josué te contó?
-Algo así, sí. Pero igual lo habría supuesto. Cuanto tirado anda por ahí, él me lo trae. Te dijo que esto es un albergue, y tal vez sea así, pero de un modo distinto. Doy albergue, pero a cambio de nada. O de alguna pequeña ayuda, lo que finalmente es una cuestión de justicia, ¿no?
-No quiero abusar.
-No hay para tanto. Acá todo se comparte.
-No tengo nada que compartir.
-Sí que tenés. Tenés una vida, tenés tu tiempo, tus historias, tu sabiduría… antes que digas nada te aclaro que todos tenemos sabiduría, aunque algunos lo disimulen mejor que otros. Sabiduría de esta vida, de las anteriores…
-¿Son espiritistas, evangelistas, o algo de eso, ustedes? -Pregunté, sin poder disimular mi gesto de oler mierda.
-No, somos algo diferente. Pero mirá, primero sentate a comer algo y después te enojás, o te asustás, o las dos cosas.
-¿Tendría que asustarme?
-¿De mí o de vos?
Fue hasta la cocina y volvió con un buen plato de feijâo y arroz, y una garrafa de Nova Schin. Comí con avidez, como podrán suponer, y bebí toda la garrafa, como descontarán. Mientras tanto, la flaca aquella me miraba, como quien mira a través de la materia y escudriña áreas sutiles. Cuando hube terminado, preparó un par de caipirinhas que estaban de la hostia. Yo estaba algo desconcertado por tanta hospitalidad espontánea, sin circunstancia previa alguna que la justificase. Como si hubiera estado leyéndome la mente, me dijo: -Hay gente que ayuda a los demás porque lo considera un servicio, en el entendimiento que arrojar pesas en un plato de la balanza ayudará a inclinar el propio hacia la bonanza cuando sea necesario.
-Tao, confucianismo, esa historia, ¿no?
-Esa y tantas otras, desde Hermes/Toth a la fecha. Pero me parece que no es momento para hablar de eso, ¿no?
(¿Sería una insinuación? En todo caso, con el estómago lleno y una buena dosis de cachaça, la flaca germana ya parecía un plan bastante potable para la sobremesa.)
-Ni lo sueñes -dijo, otra vez dando respuesta a mis pensamientos, cosa que, curiosamente, me fastidiaba más de lo que me sorprendía. -Nada de sexo entre nosotros. Tal vez alguna vez, en el futuro, pero de una manera que aún desconocés, y que desde luego, jamás podrás olvidar.
-Sos muy rara, ¿sabés?
-Siquiera pudieses imaginarte cuánto. -Se incorporó, abrió la puerta que daba al fondo y dejó entrar a una especie de mastín de aspecto feroz. Se acercó, me olisqueó con su hocico bordeado de gruesos colgajos, me escudriñó en forma análoga a la que lo había hecho su dueña y fue a echarse a una especie de manta.
-Es Garm -me informó. Es muy dócil, por lo menos hasta que a alguien se le ocurra agredirme. El baño es ahí a la derecha. Podés dormir en el sofá.
Se retiró, supongo que a su dormitorio. Dejó la cachaça sobre la mesa. No daba para preparar más caipirinha (el procedimiento era muy ruidoso), así que cacé la botella y caí, exhausto, sobre el sofá. Mientras bebía sorbo a sorbo, pensé Qué loco es todo esto, Luego especulé sobre lo que podría haber estado padeciendo en la ruta, y me consideré afortunado. Con la sonrisa consecuente aún jugueteando en mis labios, me quedé dormido en cuestión de segundos.

2
Al otro día, me levanté temprano y seguí las indicaciones de la alemana para efectuar compras que incluían víveres, bebidas y materiales necesarios para refaccionar la cerca perimetral de los terrenos al fondo de la casa. Trabajé hasta bien pasado el mediodía y fui recompensado con un sabroso ensopado de galinha y cerveza. Casi no hablamos; nos referimos solamente a temas relacionados con mi tarea. Volví a poner manos a la obra, y a eso de las cinco de la tarde la concluí. Quedó bastante prolija, a pesar de mis escasas virtudes. La alemana aprobó la obra y me dijo:
-Podés ir por ahí a corretear chicas. Por acá son lo que sobra.
Y me puso en la mano unos cuantos reales.
Al cabo de un rato ya estaba sentado en un bar, bebiendo unas pingas, cuando una mulata muy bonita y descarada, que difícilmente pasara de los veinte años, se sentó frente a mí y me preguntó si le invitaba un trago.
-Te invitaría con todo gusto, pasa que no sé si el dinero que tengo alcanzará para pagar lo que ya consumí.
-No importa, no es problema. Entonces invito yo -hizo señas al garçon para que trajera una botella de Pirassununga 51 y dos vasitos.
-Soy María -se presentó.
-Encantado, María. Yo soy Cratilo.
-¿No me digas? Un sobrino mío se llama Tales.
-Qué casualidad. Así que entonces no soy el primer filósofo presocrático que has conocido… -rió con musicales carcajadas, denotando que, aunque más no fuese en modo burdo, podía asimilar los términos de mi magra ocurrencia. Pero no me interesaba indagar los cómos, porqués y alcances de su bagaje filosófico. En principio estaba interesado en descubrir atractivos mucho más físicos, palpables. Los que se dejaban entrever tras su indumentaria semitransparente.
-¿Te diste cuenta cómo te miran las meninas?
-Es sólo curiosidad. La novedad del forastero.
-No lo dudo. Pero la curiosidad invita a investigar, y todos sabemos adónde terminan esas investigaciones.
-¿Vos te sentaste acá por curiosidad?
-Sí. Y no voy a ocultarte que también me agradaría mucho hacer algunas investigaciones. En casa tengo cachaça, limâo y hielo. Vamos a tomar unas caipiras antes de que estas chirusas te arrebaten.
Mientras caminábamos por los suburbios encendió un porro y lo fuimos fumando. Laguna me estaba tratando de lo más bien. Llegamos por fin a una casa muy humilde, de piso de tierra apisonada. Pedí permiso para ir al baño, y hallé que el mismo consistía en un retrete, un lavabo y un pequeño botiquín con espejo. Me eché una meada memorable. Luego entró ella, mientras me indicaba que me pusiera cómodo. En tanto ella hacía lo suyo, yo me quité la remera y me senté a la mesa. Al cabo de unos instantes volvió envuelta en una tela multicolor, anudada de modo que ajustaba firmemente sus contornos, hipnotizantes; y también dejaba percibir los sugerentes pliegues de una diminuta bikini.
-Cratilo, ¿ah? -Dijo, mientras se agachaba (uf, qué posaderas) a buscar los limoncitos de una cesta.
-Ahá.
-Es que tú tampoco crees en las palabras, ¿no es así?
-Si eso fuera todo…
-Ah, no crees en nada…
-Creo en esto -le respondí, mientras agarraba con firmeza su glúteo izquierdo. Ella me arrojó un cachetazo a la mano.
-¡Va se foder, cara, você tá muito maluco!
-Desculpe, acontece que você… ¡é muito agradável!
Se volvió, con una sonrisa luminosa:
-¿Vocé acha?
-Oh, acho muito assim, verdade.
(Primer round para Cratilo)
Llegó la hora de batir la mezcla; y cuando comenzó a sacudir la coctelera, las firmes carnes de su culo comenzaron a temblar y yo comencé a temblar y de repente parecía que estaba en un sismo cuyas grietas (vaya analogía) me tragarían hacia el centro del infierno destinado a los lujuriosos. Hasta taquicardia, me dio. Tanto que cuando me alcanzó la copa me la bebí casi de un trago.
-Tenías sed.
-No sé si tanta. En realidad estaba tratando de evitar infartarme.
-Sos loco, sí. Pero sabés hacer sentir bien a una mujer.
Se quitó el trapo que la cubría, para dejar ver sus virtudes que no eran pocas. La tersura de su piel morena, sus largos rizos descansando sobre musculosos hombros, la exactitud clásica de las formas de su vientre y piernas, en fin… visiones de lo sublime, para quienes no creemos en nada.
A través de su lencería blanca se podía ver una fronda oscura, que ocultaba la delicia de sus labios carmesí. Se la fue quitando lentamente, ante mis afiebrados ojos, y luego, sin más tiempo que para bajarme un poco el pantalón corto, vino y se subió a horcajadas sobre mí. Inmediatamente, y luego de la dulce penetración, no pude contenerme (hay que ver que finalmente estaba bien alimentado y bastante descansado, y encima con semejante previa visual… ). Pero no hubo gran problema, porque al advertir mi orgasmo, María hizo lo propio ruidosamente y con verdaderas ganas. Mientras le besaba los pechos, me dijo:
-Vino rápido, parece, ¿no?
-Te dije que me gustabas mucho.
-Sos un adulador -observó mientras, apoyándose sobre un pie, se desmontaba, se sentaba frente a mí y bebía su caipirinha. -¿Adónde estás parando?
-En lo de una alemana… -en ese momento caí en la cuenta de que no sabía su nombre, del mismo modo que no recordaba haberle dicho el mío. Pero ni tuve tiempo de asombrarme. En cambio fue María, la que, abriendo desmesuradamente los ojos me preguntó:
-¿La Walburga?
-No sé, cómo se llama, es una rubia de pelo cortito que vive por ahí por el Bairro Oliveira.
-¡La Walburga, sí, la Walburga! ¡Es bruja, ésa! -Exclamó, mientras corría al baño. La seguí. -¡¿Cómo no me dijiste antes, estúpido?! ¿O sos brujo vos también? -me preguntaba y reprochaba a la vez, mientras se ponía en cuclillas y se arrojaba agua frenéticamente en la vagina, como queriendo quitarse algo así como un estigma.
-No soy brujo…
-No, sos un idiota. ¡Andate de acá, y no se te ocurra decirle que me miraste, siquiera!
-Pero…
-¡ANDATE DE ACÁÁÁÁ!
Me fui.

3
Entré en la casa. Había una mesa de café redonda en el medio de la sala, cubierta por un mantel negro y sobre la cual ardían numerosas velas de colores. La rubia, con sus ojos de hielo maquillados que ni Marilyn Manson, estaba sentada a lo indio. Hasta entonces no me había alarmado. Ahora no podía decir lo mismo.
-Soy Hannah -dijo-, pero los palurdos de acá me dice Walburga. Mas creo que eso ya lo sabés…
-Ahá.
-¿Qué tal el sexo?
-No muy bien. Estaba esperando la segunda vuelta cuando se me ocurrió mencionar que estaba parando acá -A medida que daba voz a esta frase, pude advertir el esfuerzo que realizaba para contener la risa, que descargó sonoramente cuando hube terminado. -¿Y qué onda? ¿Cuál es tu plan? -Le pregunté, algo fastidiado.
-Mi plan es ayudarte. Y dicho sea de paso, no veo que guardes los modos indicados para con alguien que te abrió la puerta de su casa, te alimentó y te dio dónde descansar tus desagradecidos huesos.
-Tenés razón -concedí, algo abochornado.
-Voy a hacerte otro favor. Voy a darte algunos consejos. Andá y agarrá la botella de cachaça, que con el biberón en el pico te quedás más tranquilo. Y de pasada mirá la luna. Hoy hay luna llena. -Tomé la botella y miré a través de la ventana. Pude ver una luna imponente. -Volviste tan absorto de la casa de María que ni siquiera la viste.
-¿Cómo es que sabés todo eso?
-Soy vidente.
-O sos una neurótica que sigue a los incautos, los espía y después se aprovecha de ellos.
-¿Quién es el aprovechado, aquí?
-No me sigas corriendo con eso. Aparte hoy trabajé.
-Bueno, ¿querés o no querés oír lo que tengo para decirte?
-Te escucho.
-La luna me dice que tu gran problema es que creés en la gente.
-No, yo no creo en…
-Ya, ya, esas patrañas guárdalas para las paisanitas cachondas. Acá no importa lo que digas, ni siquiera lo que pienses. Acá sólo importa lo que dice la luna. Y la luna me dice que te diga que cada persona en la que confiás tiene en su mano un cuchillo que tarde o temprano te clavará.
-Lo sé.
-Si lo supieras, no confiarías en nadie.
-No confío en nadie.
-No entendés. A partir de hoy no hay mas madre, padre, hermanos, hijos, amigos, novia o lo que sea. Si dejás un cuchillo, uno sólo, estarás dejando en libertad de acción a las fuerzas que desencadenarán tu muerte. No es joda.
-Lo tendré en cuenta.
-Eso harás, si sos estúpido. No es cuestión de tenerlo en cuenta, sino de acatarlo de una vez, firmemente y para siempre.
-No soy de esperar algo de los demás.
-Estoy hablando de filosos cuchillos, y no de estúpidos análisis contables de cuestiones físicas o anímicas.
-¿Y por qué debería confiar en vos, entonces?
-¿Acaso me tomaste tanto afecto?
-Tengo el punto. Gracias. Y decime una cosa, ¿por qué la mujer esa entró en pánico cuando se dio cuenta que eras mi anfitriona?
-Son palurdos que le tienen miedo a lo que no conocen. Por eso. Muchos le temen incluso a la propia religión de sus ancestros. Están aniquilados espiritualmente.

Entonces, aquella noche de luna llena, los acontecimientos se precipitaron. Me eché a dormir en el sofá, y advertí que Garm, el perrazo, no estaba por allí. Mejor. Cavilé acerca de lo que la bruja me había dicho, y me quedé dormido. O en eso estaba cuando sentí que una especie de electricidad me corría por todo el cuerpo. Iba ganando intensidad, y no me podía mover. Una parálisis completa, cuyo dramatismo se veía agravado por la energía que me zumbaba en todo el cuerpo, en especial en los oídos. Me desesperé. Entonces alguien ingresó desde la habitación de Hannah. Al trasluz me pareció que era ella, pero la figura era inmensamente más voluptuosa. Ésa era la parte buena, porque al menos era mujer; digo, teniendo en cuenta mi situación de indefensión. Se acercó al sofá, bajó un poco mis pantaloncillos y comenzó a masturbarme. La extraña energía que me imbuía se focalizó en mi miembro, que reaccionó de inmediato y de modo contundente. Luego lo introdujo en su boca y jugueteó un poco, ronroneando como gata mimosa. Al margen de lo truculento de la situación, alcancé niveles de excitación inéditos. Al parecer al tanto del inminente desenlace, se introdujo mi pene y acabamos juntos, ella gritando de placer, y yo que hubiese hecho lo propio si hubiera podido. No recuerdo un orgasmo siquiera cercano en intensidad a aquél. Pareció querer sorber con su vagina hasta la última gota de mis fluidos, se incorporó y corrió de nuevo a su habitación. Por el rabillo de mi ojo derecho me pareció que se movía en carrera del modo que lo hacían los reptiles bípedos del Jurásico.
Recuperé el ritmo respiratorio al tiempo que la electricidad iba menguando y recuperaba mis funciones motoras. Me levanté los pantaloncillos, me puse una remera y las zapatillas e ingresé en la habitación. En la penumbra, le pregunté: ¿Qué mierda está pasando, acá? La luz se encendió, y para terminar de desconcertarme, Josué (el que me había aventado hasta allí, ¿recuerdan?) se volvió, sin levantarse de la cama (en la que estaba solo) y me preguntó a su vez: ¿Qué te pasa? ¿Tomaste algo raro? y yo, casi superado por la situación, volví a inquirir: ¿Dónde esta Hannah, o Walburga, o como carajo se llame? Sacudió la cabeza, entre fastidiado y somnoliento, y dijo como para sí: Otro más… esa tal Walburga no existe. No debés andar por ahí dándole crédito a locuras. Caso contrario, se acabó la hospitalidad y te vas de mi casa. Iba a seguir discutiendo, pero era obvio que no tenía caso. Así que salí de la habitación, tomé mi mochila y me fui de allí. Caminé hacia el centro bajo la rielante luz de la luna llena. Lleno de interrogantes y de temores, pasé los dedos por mi glande y los olí. Tenían resabios de flujos femeninos. Por suerte. Había sido todo tan confuso que no podía asegurar a ciencia cierta qué era lo que me había cogido. La alemana, en su versión nocturna, era una hembra prodigiosa y pródiga en encantos. Y las sensaciones que me había provocado no tenían parangón con ninguna otra experiencia anterior.
Cuando iba llegando a la calle principal, oí algunos gritos e imprecaciones. Llegué a la esquina y a unos veinte metros un grupo de personas se había agolpado en torno a alguien que estaba en el suelo. Una mujer mayor lloraba a gritos, otra se cubría la boca con las dos manos. Vino en mi dirección un viejo flaco, él con la palma de las manos sobre su mandíbula inferior, lo que lo hacía una especie de remedo viviente de “El grito” de Munch. Me dijo:
-Debe haber sido un jaguar que bajó de los morros. Váyase, joven, no mire eso.
Pero la curiosidad morbosa y un oscuro presentimiento me llevaron a acercarme. Ojalá no lo hubiese hecho. Contra la pared de un negocio, yacía el cuerpo de María sin vida. No había sido un jaguar, su hermoso cuerpo no había sufrido arañazo ni desgarro alguno. Pero tenía el cuello destrozado. Inmediatamente pensé en la ausencia de Garm en la casa maldita. Tuve la certeza de que había sido él. Se me revolvieron las tripas. Creo que hasta solté algunas lágrimas. Finalmente, emprendí el camino hacia la ruta BR 116.
Cinco azarosos días después estaba en casa. Pedí fiado unos bifes al carniza del barrio y comí carne argentina luego de largo tiempo. Mmmh. Y por suerte había quedado casi media damajuana de tinto. Todas las vivencias de Laguna parecían ya lejanas, craso error de perspectiva. De modo que me tiré a dormir. Entre sueños oí el teléfono. Era Natalia, una mina con la que estaba viéndome antes del viaje. Me dijo de todo por no haberla llamado, y de nada sirvió que le explicara que acababa de llegar. Quedó en pasar en un rato, así que volví a la cama. Cuando me estaba durmiendo, otra vez la parálisis y la electricidad. Esta vez me asusté menos, y pude ver el rostro de Hannah/Walburga prestándole la nobleza de sus facciones a un cuerpo escultural. Acercó su hermoso sexo a mi cara y lo restregó sobre ella. Fue suficiente para provocarme una erección férrea, de la cual dio buena cuenta, llegando ambos a un clímax incluso más intenso que el de noches antes, y esto es decir demasiado. Nuevamente, antes de que recuperara mi movilidad, salió corriendo cual saurio mesozoico por la puerta-ventana del balcón. Ni me dio por mirar. Sabía que no estaría allí.
Luego del desentumecimiento, y en bolas como estaba, fui al comedor y me serví un vino. Los polvos con aquella bruja, imaginería o lo que fuera, eran aniquilantes, supongo que eran lo máximo que podía alcanzarse en este sentido. Tendía que pensar en una excusa para darle a Natalia, ya que estaba exhausto otra vez y el sólo pensar en tener sexo  me provocaba una profunda sensación de hastío. Miré el reloj: habían pasado más de cinco horas desde su llamada. Era raro, tal vez se había enojado y no vendría. Mejor.
Volvió a sonar el teléfono. Pensé que era ella, pero no. Era mi amigo Renato.
-Hola, Cratilo, ¿ya llegaste?
-No, todavía estoy allá, boludo. Claro que llegué. Si no quién te iba a atender, ¿Mandrake?
-Bueno, dejate de joditas que tengo malas noticias.
-¿Qué pasó?
-Natalia boludo. ¿Estás sentado?
-Dale, hablá.
-La atacó un perrazo cuando salía de su casa.
-¿Que le hizo?
-Le destrozó el cuello. La mató. Kaputt.
-…
-Lo siento mucho, che.
-Está bien. Gracias.
A partir de ese momento ni siquiera intenté entablar relación con mujer alguna. Mi poronga parecía haber devenido en el caballo de Atila. Y ya no quedan cuchillos capaces de dañarme, como dijo mi hermosa pitonisa lunar. Ella me cuida, me gratifica sexualmente cada vez que estoy en onda y, a partir de mi fidelidad, hasta me permite moverme. Y, sobre todo no me revienta las pelotas, como solían hacerlo las tan insulsas como pretenciosas hembras humanas.

martes, 15 de noviembre de 2011

AGORA ME CHUPA

Namio Harukawa


-Qué hacés, Cratilo -me dijo Piero, mientras acomodaba un taburete al estaño del boliche de Pedro. -Che, Pedro, ¿me servís una grapita?
-¿Grapa, vas a tomar? Le pregunté.
-Si, necesito algo fuerte.
-¿Te pasa algo?
-No, me pasó. Vine porque necesitaba contárselo a alguien, y si no estás en tu casa…
-Ahá. Pero ando por muchos lados, yo.
-Por lo visto la ley de probabilidades está a mi favor -ironizó, mientras recibía su copa y encendía un Gold Leaf.
-Bueno, ya me encontraste. ¿Qué te pasó?
-Ante todo te aviso, a vos que sos bastante buchón: no vas a publicar nada de lo que te diga, ¿estamos?
-Estamos -acordé, pero los dos sabíamos que estaba mintiendo, que la eventual publicación sólo dependía de la calidad del material. Como él a su vez también falseaba las cosas, porque se jactaba de ser “el personaje principal” de mis historias, y siempre reclamaba la parte de un dinero de regalías que, obviamente, sólo existía en sus fantasías.
-¿Te acordás cuando nos encontramos en Río de Janeiro? (ver Orientación vocacional para ninfómanas) Bueno, resulta que una noche en un bar del Barrio de Lapa conocí una fulana. Mara, se llama. Es grandota y rellenita, viste, como me gustan a mí.
-A vos te gustan las gordas, loco.
-Gordas serán para vos. A mí me gusta agarrar carne, no hueso. Bueno, la cosa es que antes de salir del bar aquél, el Boteco da garrafa, se llamaba, o algo así...
-Si, se llama así, sí.
-Bueno, viste que hay partes que son oscuritas, ¿no?
-No sé, la única vez que estuve sólo conseguí una mesita en la calle.
-Bueno, eso también ayuda; digo, que haya tanta gente.
-¿Ayuda a qué?
-Mirá, antes de salir del bar ya nos habíamos echado un par de polvos cada uno.
-¿Cómo?
-Y, dale que va a la paja por debajo de la mesa, viste. ¿Sos boludo, vos? ¿Nunca la hiciste?
-No sé, pero tampoco ando por la vida alzado como una gata en celo.
-Y luego nos fuimos a su casa. Meta bola y pasale el trapo. Me quedé dos semanas.
-Me imagino.
-Íbamos poco a la playa. Entre el sol, el calor, y yo que me pasaba el rato mirándole el orto (a ella y a todas las demás garotas, claro), enseguida me ponía al palo y la sacaba a cachetazos para la casa. Le daba, por lo menos, tres o cuatro veces por día.
-No es tanto, tampoco.
-Ah no, boludo, hacete el poronga, ahora. Tres o cuatro veces pero en serio, eh, con tutti i fiocchi.
-Me imagino -comenté como al desgano, mientras terminaba mi ginebra y pedía otra.
-Sabés lo que era esa mujer… dinamita, era.
-Si, pero por lo que dijiste, venía en barril, no en cartucho.
-No te hagás el vivo, cogedor de bolsas de huesos.
-Seguite garchando bestias de ésas que te va a terminar subiendo el colesterol. ¿Y qué onda? ¿Venís a preocuparte ahora por una mina que te cogiste hace casi dos años?
-No, estúpido. Resulta que ayer, a eso de las tres de la tarde, me terminaba de bañar y emperifollar para salir con Laura y tocaron a la puerta.
-¿La gorda carioca?
-¡Sí, boludo! Casi me caigo de culo.
-¿Tanto rollo por eso?
-No, pasa que cuando me vine, me dio no sé qué cortarme, así que le dí mi domicilio. Qué mierda iba a saber yo que la loca se lo iba a tomar en serio. Me puse muy nervioso, y me parece que se dio cuenta de que todo ese asunto iba para cagada. La hice pasar, le serví un trago, mientras miraba el reloj cada vez que podía sin que me viera. El tiempo se me iba agotando, y casi me espanto cuando la loca se empezó a desvestir. Le dije que tenía un asunto que atender, y me respondió que había hecho miles de kilómetros para verme, y que lo primero que tenía que atender era a ella. Se desnudó por completo y me pidió que la esperase un segundo, que se iba a dar una ducha. Por un momento pensé en huir de mi propia casa, y si no lo hice fue porque supuse que, si lo hacía, los inconvenientes iban a resultar mayores.
-Supusiste bien. ¿Y qué pasó?
-Pasó que salió del baño sin siquiera secarse, y se me tiró encima, caliente como una yegua. Me dije a mí mismo que cuanto antes me la cogiera, más tiempo tendría para llegar a la cita con Laura.
-Tal cual.
-Sí, pero vos sabés lo que pasa cuando tenés que coger por obligación, y para colmo con los nervios crispados…
-No se te paró.
-No la podía levantar ni con un guinche. Y ahí entrás en el espiral ése en el que nada te gusta, que no hallás concentración… traté de disculparme argumentando que el verano de Río era distinto al clima del sur (y eso que hacía un calor de cagarse), y otras etcéteras. Cuando se cansó de sacudírmela, de mamarla, y de hacer todas esas cosas que hacen las minas cuando quieren alcanzar la solidez suficiente para metérsela, se incorporó, me miró con cara de pocos amigos y me conminó: Agora me chupa.
(Pasó largo rato antes de que pudiera recobrar mi ritmo respiratorio, perdido de tanto reírme. Piero, algo risueño también, prosiguió con su relato)
-Entonces, casi atolondrado por la necesidad de terminar de una vez con todo aquello, metí la cara entre sus piernas y empecé a trabajar. Sus labios estaban húmedos, hinchados, y muy calientes. Acabó tan rápido que me dio un par de segundos para ir por más. Su segundo orgasmo fue tan abundante que sentí los chorros en el pecho.
-¿Cómo, en el pecho?
-No sé, ella estaba con el culo apoyado en el borde del escritorio y yo estaba de rodillas. La cosa es que después de eso volvieron a tocar a la puerta. Que no sea Laura, que no sea Laura, pensaba yo, Por suerte era el boludo de Renato. Me vestí y le expliqué en tres palabras lo que ocurría, los dejé allí, agarré la moto y salí a los pedos para encontrarme con Laurita.
-Entonces, todo bien…
-Ojalá. Cuando llegué la loca ya se estaba yendo. Le dí un beso y entonces, con cara de asco, me dijo:
-Che loco, qué olor a concha que tenés.
Otra vez reí hasta el paroxismo. Piero continuó, haciendo caso omiso:
-Pasa -le dije- que tenía hambre y paré un segundo acá en la pizzería y me clavé dos porciones de anchoa con fainá. Cuando iba a pedir otra miré el reloj y salí rajando.
-Mataste dos pájaros de un tiro. La verdad que bajo presión pensás, vos, eh.
-Claro. Y ahí no termina. Cuando llegamos a su casa, me recosté y me relajé.
-Era hora, ¿no te parece?
-No sé. Se nota que la procesión hormonal también va por dentro, porque cuando la loca se puso mimosa, acabé antes de empezar.
-No tenés término medio, vos.
-Después me la cogí dos veces más. Ponelo así: si hay algo que Laurita no va a suponer, ni en sus más locas fantasías, es que un rato antes había estado metiéndole los cuernos.

jueves, 10 de noviembre de 2011

PUTA LA MADRE, PUTA LA HIJA…

 
Manara

Cuando Renato me vino con la invitación pensé que no era buena idea (todavía era joven; aún no había aprendido a hacer caso a la primera impresión, ese flash intuitivo que ayuda sobremanera a escurrirle el bulto a situaciones desagradables). Pero debido a su insistencia, y a la eventualidad de que hubiera alguna mina suelta, decidí aceptar el convite. Tal vez llegara a resultar más interesante que permanecer en casa, sentado en la oscuridad, bebiendo, fumando y mirando estúpidos programas de TV mientras esperaba que alguna idea trasnochada me condujera a la máquina de escribir para pergeñar dislates que tiraría a la basura a la mañana siguiente, más por la depresión propia de la resaca que por la siempre dudosa calidad de mis lucubraciones.
La cosa era que Lina, una Licenciada en Arte con ínfulas, organizaba una reunión onda tertulia de corte intelectual, y prácticamente le rogó a Renato que me llevase. O andaba corta de relaciones, o tal vez fuese que yo estaba escalando posiciones en el macilento under vernáculo. La cosa que allí fuimos.
Entramos a una casa bastante señorial, aunque de construcción moderna. Nos recibió su pareja, el Piraña, un individuo muy corpulento, morocho subido y de tupida barba. Yo lo conocía, del algún que otro antro de bebidas y otras drogas -que por ese capricho sociológico sustentado, como todo, en intereses propios del Mercado, son condenadas a la ilegalidad-. Nos sirvió sendos vasos de gin Seagram’s Extra Dry con jugo de pomelo. En los parlantes de un estéreo de la gran puta sonaba Bob Marley. Tres parejas que andaban por los treinta o cuarenta años, sentadas a la mesa del living, me miraban con curiosidad. Hechas que fueron las presentaciones, nos sentamos.
-Así que vos sos Cratilo -me dijo una rubiecita, con aire de muñeca, pecosa y todo. Se podía ver un buen par de tetas sobre la altura de la mesa.
-Ahá. ¿Y vos sos…?
-Poupée, la hija de Lina. Me gusta lo que escribís.
-Qué suerte. A mí no tanto.
-¿Cómo es eso?
-Dejalo, -terció Renato. -Está haciendo su personaje.
-Pasa -comenté- que a Renato se pone muy molesto cuando no es el centro de atención, aunque sea por un instante. -Todos rieron, menos él.
-Ni que lo digas -asintió una voz femenina a mis espaldas. Me volví para ver una mujer gorda, rubia, exageradamente maquillada (había que ver el carmín de sus labios) y enfundada en una especie de solero estampado de flores, que la hacía lucir como una hectárea de jardín ambulante. Cavilé que si uno la miraba más de diez segundos podía quedar impotente para siempre. En todo caso, era una visión para tener en cuenta al momento de verse en la necesidad de retrasar orgasmos.
-Mirá quién habla -señaló Renato, airado.
-Así que vos sos Cratilo…
-Lo mismo acaba de decirme tu hija. Vos sos Lina, ¿no?
-Encantada de contar en esta reunión con un escritor tan interesante.
-Bueno, hubieras invitado alguno, entonces.
-¿Ves lo que te digo? -Intervino Renato, decidido a remarcar mi supuesta falsa modestia.
-Bueno, querido -observó un melenudo canoso que tenía colgada de los hombros a una pelirroja de mirada alocada, muy inquietante en más de un sentido, si me interpretan-, es mejor que lo que hacés vos, que es todo lo contrario.
-¿Qué hago, yo?
-Autobombo. Acá, el hombre, en todo caso se manifiesta humilde. Vos en cambio vivís magnificando cualquier boludez para darte corte.
-No, pero…
-Sí, Renato -concedió Lina-, dejate de negar la realidad.
-Váyanse al carajo.
-¿Y sobre qué escribís? -Me preguntó una mina muy fea, a la que le faltaban un par de incisivos superiores y, por lo que se veía, un buen baño y ropa limpia.
-Guarradas -respondió Renato por mí. -Se hace el héroe a su pesar, como ahora; cuenta las que gana, las que pierde no. Y si las cuenta, invierte los roles para que el perdedor sea el otro.
-Che, te calentaste en serio… -observó el Piraña.
-No, pero es cierto -me apresuré a dar la derecha a mi ofuscado amigo.
-¿Viste? -Se regodeó Renato.
-Claro -proseguí-, pasa que si la idea es desarrollar un personaje con el que el lector pueda identificarse, sentir empatía, o cariño, o lo que sea, y al propio tiempo que el pastiche resulte al menos entretenido, no puedo poner como protagonista a un opa, ¿no es cierto?
-Ah, vos sos tu personaje… -interpretó el tipo que estaba con la desdentada, casi tan feo y mugriento como ella.
-Digamos que utilizo la primera persona, y parto de eventos y situaciones que ocurrieron alguna vez. Cada vez que quise inventar algo descubrí que mi azarosa vida me proporcionaba material muchísimo más extravagante que cualquier imaginería. Y, respecto de la relación con mi personaje, supongo que es asunto para tratar con un psicoterapeuta. ¿Podemos hablar de otra cosa?
-Dale, Ignacio -indicó Lina al Piraña-, traé algo de comer, que si no vamos a quedar dados vuelta, tomando gin con el estómago vacío. -Y mientras el Piraña se dirigía a la cocina, agregó: -Y abrite un par de vinos. Pasa, Cratilo, que tenemos un grupo de lectura, acá, con esta gente, y hace como un mes que estamos leyendo y comentando tu material. (Casi me ahogo con el trago de gin. Pero aguanté, sólo me lloraron un poco los ojos)
-Ah, qué honor -dije, carraspeando.
-A mí me divierte mucho -dijo el jovenzuelo que se sentaba al lado de Poupée, aparentemente tan tímido como lo expresaba su lenguaje corporal.
-A mí, en cambio, me resulta algo simple -dijo el melenudo canoso, mientras efectuaba pitadas cortas para encender una pipa.
-I am a simple man, so I sing a simple song -canturrée el viejo tema del viejo Nash, sin que me importara tres carajos el comentario. Más que nada, por lo obvio. Y menos iba a enojarme cuando mis narinas me indicaron que el contenido de la pipa no era precisamente tabaco.
-Pero más allá del estilo o la calidad del material, yo diría que la principal crítica que puede hacerse es de corte ideológico -dijo la pelirroja, que por lo visto tenía miedo de que el melenudo canoso se le escapara, ya que permanecía colgada de sus hombros.
-Sí, es mi punto flaco -concedí-. Siento que debería comprometerme más, en un sentido político. Pero no puedo ir contra mi impronta. Aparte, con la lacra ésta que está en el poder… (cabe señalar aquí que estos acontecimientos tuvieron lugar hace casi dos décadas atrás)
-No, ¿quién habla de eso? -Intervino la desdentada mugrienta. -Nosotros nos referimos al tufillo machista y homofóbico que dejás trasuntar cada vez que tenés oportunidad.
-¡Otra vez! -Reaccionó su feo partenaire. -¿Sabés como me tenés con el rollo ése del feminismo? Dejalo, al loco, che… estamos en democracia, ¿no? Cada uno puede pensar como se le canta el ojete.
-Sí, y todos tenemos el derecho a opinar; y a criticar, también.
-Está bien, no nos ofusquemos -tercié, mientras me servía un buen vaso de un tinto clásico de Bianchi, uno de mis preferidos de todos los tiempos. -Machista, no soy; y si mi personaje a veces bardea con cosas que pueden interpretarse de ese modo, lo hace como recurso dramático, nada más. El hecho de contar un asesinato en primera persona no te hace asesino, ¿verdad?
-Sí, pero…
-Y homofóbico, menos. Si hay algo que me gusta en este mundo, son las lesbianas.
-¡Eso es de lo más machista que he oído en mi vida! -Vociferó Lina.
-¡Es un animal! -Gritó a su vez la desdentada mugrienta, y el feo la embocó de revés. Eso seguramente explicaba tanto la falta de piezas dentales como su aversión por el machismo. -¿Qué hacés, pelotudo?
-¡Cerrá un poco el ojete, imbécil! ¡Me tenés podrido con eso del feminismo, y qué sé yo cuánto!
-Tiene sus motivos, la pobre, para hablar de machismo -observó Poupée, mientras se incorporaba y le decía al chico tímido: -Vamos, Hernán. -y se fueron. La desdentada mugrienta también se incorporó, algo llorosa, para dirigirse al baño.
-Sos un animal -dijo Lina al feo, y yo pensaba qué culpa tendrían las criaturas de dios.
-Loco, ahora cuando vuelva, le pedís disculpas -le dijo el Piraña, en tono imperativo (reforzado por su apariencia, la que ya de por sí intimidante, se veía más aterradora entonces, por cuanto la furia se le escapaba por los ojos).
-Loco, pasa que…
-Pasa que nada, o le pedís disculpas o el bife te lo pego yo.
Cuando la desdentada volvió, el feo se disculpó y todos contentos. Más que nada yo, por cuanto había dejado de ser el objeto de una especie de lapidación ideológica y estética.

2
Seguimos conversando, bebiendo y dándole a la pipa. Fuimos perdiendo la forma humana a ojos vista, y las lenguas comenzaron a denotar graves dificultades de articulación. La desdentada y el feo habían quedado sumidos en un silencio depresivo. Los demás hablábamos sin mucho criterio de temas varios, hasta que la conversación se centró en el sexo. La colorada, entonces, ya no se conformaba con permanecer colgada como un perezoso del hombro del melenudo, sino que comenzó a besarlo y a acariciarlo. Su excitación era visible. Tanto así que se fueron para adentro, seguramente a zambullir el pato. Tal cual, ya que a los pocos minutos pudimos escuchar verdaderos bramidos de placer. El melenudo y la pelirroja parecían estar en una cámara de torturas más que en una sesión amatoria. A nadie parecía llamarle la atención; así que, aunque se me ocurrieron varios chistes al respecto, no dije nada.
La dueña de casa fue a la cocina, al parecer a preparar algo para los invitados. Me sorprendió que no le indicara al Piraña que se ocupara, como había hecho hasta entonces. Y me sorprendí cuando me llamó con no recuerdo bien qué pretexto. Y me sorprendí más aún cuando entré e intentó besarme… brrrrr! Huácala! Aparté la cara y entonces me manoteó el bicho, farfullando aires soeces.
-Pará, loca, que está el Piraña ahí -la conminé, más que nada pensando en mi integridad física. Pero la gorda seguía, muy borracha y excitada, frotándome el bulto y diciendo que no pasaba nada. Y resulta que debido a mi propia ebriedad (o a pesar de ella), al entusiasmo de Lina, al tiempo de inactividad que llevaba, y sobre todo a los gritos y gemidos de la pelirroja que llegaban claramente desde el cuarto lindante, se me empezó a poner dura. La gorda, ni lerda ni perezosa, se arrodilló y dio inicio a una formidable mamada. Mis pruritos estéticos se hacían añicos ante tamaña solvencia, y si bien supuse que más luego iba a arrepentirme, estaba demasiado borracho como para reaccionar; y a decir verdad, el eventual ingreso del Piraña cada vez me preocupaba menos. Así que cuando se incorporó, giró sobre si misma, revoleó la falda del solero y se bajó los calzones, se la metí de un saque. Hay que reconocer que era difícil errarle a semejante túnel. Se apoyó sobre la mesa, yo me afirme, cerré los ojos, presté atención a la efusividad de la colorada (que parecía no parar de tener orgasmos), hice un montaje entre las sensaciones de mi piel y la imagen mental y sonido real de la fornicante vecina, dí un par de empujones y estallamos al unísono. Eso sí, sin hacer barullo. Me limpié con una servilleta de papel, hice un par de arcadas y volví al comedor. El Piraña me miraba, risueño. No, si la cosa iba a terminar para la mierda. Poco después entró la gorda con una bandeja de masas finas y una botella de champagne. Yo, por más en pedo que estaba, no conseguía entender cómo me había cogido eso. Oímos un griterío infernal desde la habitación donde garchaban el melenudo y su chica, y luego el batifondo sexual amainó casi hasta un murmullo, que no dejaba de ser excitante ¡Oh, la imaginación…!
Y si el Piraña me miraba risueño, Renato me dedicaba una expresión de sorna que me revolvía las tripas. ¡La que me iba a tener que aguantar!
El feo y la desdentada mugrienta se fueron muy ebrios y algo down, luego de la escena que habían protagonizado y la puesta de puntos a cargo del Piraña.
Renato, por supuesto, se quedó para el champagne (mirá si se lo iba a perder). Y todos sabemos lo que es el champagne cuando uno YA está borracho. Letal. Tanto que cuando pintó la segunda botella, se excusó y dijo que se iba.
-Vení hasta la puerta, acompañame a ver en qué condiciones se va el loco éste -me pidió el Piraña.
-Ok, de pasada yo también me voy.
-No, loco, ni lo sueñes. Vos te quedás (kilombo en puerta)
-No, pero me tengo que ir.
-Bueno, te vas después que hablemos.
No hicimos más que salir a la calle que Renato se apoyó contra un árbol y vomitó. A continuación se echó una soberana meada.
-Loco, ¿por qué no cagás, también? -Le preguntó el Piraña.
-No le des ideas... ves, tendría que acompañarlo…
-Ya te dije que tengo que hablar con vos.
-Bueno, dale, hablá que me voy.
-No me apurés, gil.
No cabían dudas que quería ajusticiarme por haberme cogido a la gorda casi frente a sus narices. Y una cosa que aprendí es que cuanto más grandote y/o poderoso el adversario, más convenía pegar primero y si es posible un golpe de definición. Así que, medio tambaleante, busqué distancia y ángulo y le tiré un derechazo a fondo. El loco cabeceó el golpe y yo dí casi un giro completo sobre mis pies antes de caer de culo.

-Oíme, idiota -me dijo desde lo alto (que más alto parecía en tanto yo estaba con el culo sobre las baldosas), si me hubiera molestado algo, ya te habría masacrado.
-Es bueno escuchar eso.
-Esperá que le consigo un taxi al pelotudo éste y hablamos. No te vayas a ir, eh.
-Oíme, payaso -me dijo una vez que depositamos los despojos de Renato en el coche de alquiler-, ¿vos pensás que me voy a enojar porque te cogiste a la gorda?
-Y qué sé yo…
-No, boludo, al contrario, te agradezco. Y vos no sabés cuánto.
-¿Sos swinger?
-No, nada que ver. ¿Vos te creés que estoy con la vaca ésa porque me gusta? No, querido, estoy por la guita.
-Ah, claro.
-A la que le quiero dar es a la hija. ¿Vos viste lo buena que está?
-Si, está rebuena. Lo que no entiendo es para qué me hiciste quedar. ¿Para contarme esto?
-Un poco, sí. No quería que pensaras que encima que tengo por mujer a una bestia como ésta, me mete los cuernos, viste.
-Si no estuviera tan en pedo diría que me estás gastando.
-Bueno, yo me la garcho por guita. Vos no tenés perdón de dios.
-Estoy remamado, qué querés que le haga.
-Vení, vamos a seguir con el champagne.
-Me estaba yendo, Piraña.
-No te vas una mierda. A ver si la gorda me quiere envainar a mí, todavía. Esperá un par de tubos de champagne más, que palma y me voy a dormir tranquilo.
-OK, me convenciste. Pero una pregunta más: ¿por qué no le pediste a Renato que te haga pata?
-Vos lo conocés, ya está nocaut. Y aparte te vomita por todos lados.
Entramos nuevamente, el Piraña descorchó otro champagne y puso un CD de música psicodélica muy tranqui, seguramente respondiente al plan de adormilar al búfalo. Entre el alcohol y el grotesco sexual que había protagonizado, casi me duermo antes que la gorda. Pero finalmente cayó, y el Piraña la apuntaló hasta su habitación. Cuando volvió, empiné la última copa y traté de incorporarme, pero casi me caí.
-Quedate a dormir ahí, en el sillón. Es cómodo.
La verdad, no tenía resto para rechazar el convite.

3
Sentí algo como un aliento alcohólico en mi cara. Se me partía la cabeza, así que me di vuelta en el sillón, pensando que era mi propio hálito que destilaba la enormidad de alcohol que había bebido. Pero cuando sentí una mano hurgando en mis pantalones me sobresalté. ¿Se habría despertado la gorda?
No. Entre luces y sombras pude ver el adorable rostro de Poupée. La dejé hacer, mientras comenzaba a frotarle las tetas que tanto me habían impactado rato antes. Nos besamos frenéticos, y casi milagrosamente -dado mi estado psicofísico- se me volvió a empalmar. Hay que reconocer también que, como decía el Piraña, estaba rebuena. Al notar mi reacción, me tomó de una mano y silenciosamente nos dirigimos al que debía ser su cuarto. En forma susurrante le pedí que se desvistiera ante mi vista, y, amigos míos, creo que me dio taquicardia. Era impresionante. La atraje hacia mí y metí la cara entre sus piernas. Ella arqueaba la columna a fin de ofrecer un mejor ángulo para que mi lengua juguetee, y se cansó de acabar. Luego se acostó, me subí sobre ella y gozamos un buen rato en clásicos disfrutes. Nada hubo de escabroso para mí esta vez, sólo amorosos deleites y retinas saturadas de belleza, elementos éstos que han llevado a más de uno al abismo. Tras lo cual le pedí que me traiga agua y aspirinas. Tomamos dos cada uno, y nos quedamos acostados acariciándonos entre las suaves claridades del amanecer y el canto tempranero de los pájaros. Un lujo, pero estaba seguro que si el Piraña me pillaba en ésta, mi suerte iba a ser muy distinta a la de la vez anterior. Así que mientras me vestía le pregunté, algo ilusionado:
-¿Nos vemos otra vez?
-¿Estás loco? ¿No te diste por enterado que tengo novio?
-Claro, tenés razón -acordé, aunque no entendía una mierda.

Mientras volvía caminando por la solitaria quietud del amanecer platense, se me ocurrió pensar que por suerte esa noche no había estado la abuela.