lunes, 16 de enero de 2012

LAS MUJERES RECONOCEN A UN SEMENTAL APENAS LO VEN


Olga Levchenko

-¿Cómo te fue, al final, en la lectura de cuentos ésa que tenías que dar en la Alianza Francesa? -Me preguntó el Gallego, uno de los mejores escanciadores que me ha sido dado conocer, barra de por medio, mientras me servía un Campari con soda.
-Una boludez. La última vez que me engancho en cosas como ésa. Por lo menos, gratis.
-Pero digo, ¿le gustó a la gente?
-Claro, fue lo que más le gustó. Aparte de mí, que quedé para lo último, había un par de fulanos que leyeron ese tipo de cosas que suenan finas, intelectuales y sensibles, pero que aburren más que una reunión familiar.
-¿Y vos qué leíste? No me vas a decir que esas guarradas que me divierten tanto…
-No, no daba, viste. Leí uno viejo, algo gracioso, “Ajedrez fatal”, no sé si lo leíste. La cuestión que no sólo conseguí entretener al público, sino que además los hice reír y proferir alguna que otra exclamación. No sé si lo mío es fino -tampoco lo pretendo-, pero así y todo les pasé el trapo.
-Yo pensé que ibas a jugar la carta escandalosa ésa que siempre tenés a mano.
-No, viste, era la Alianza Francesa. Vos sabés que los franceses celebran sus transgresiones como vanguardia; en cambio las de un sudaca son estigmatizadas como grosería.
-Puede ser, sí. Ah, ahora que me acuerdo te anduvo buscando un tipo. Un tipo fino, de blazer, pañuelo al cuello, botitas pitucas, pelito arreglado…
-¿Un metrosexual?
-No sé qué es eso, pero puede ser. En mi barrio los llamábamos maricones.
-¿Parecía afeminado?
-No, creo que la va de gigoló, o algo así.
-Ah, un estúpido. ¿Y qué carajo quiere?
-Parece que vino a vivir por acá. Estuvo hablando de minas todo el tiempo.
-Y decís que me buscaba a mí. ¿Qué soy, yo? ¿Un rufián?
-No, pasa que estaban Renato y Piero, y cuando el tipo preguntó quién era por acá el más conocedor del tema mujeres, no dudaron en señalarte.
-Hijos de puta.
-La verdad que te la hicieron bien.
-No, la hizo bien, dirás. Ése fue el hijo de puta de Renato. Se quiere tomar revancha de algo que dice que le hice, y no para de jugarme este tipo de trapisondas.
-Bueno, está bien, él empezó, y después se enganchó Piero. Te dieron una manija que te aseguro que George Clooney al lado tuyo quedaba como un leproso.
-Vos no te enganchaste, claro…
-¿Cómo podés pensar eso de mí? -Dijo, con un gesto de fingida inocencia, aunque la leve sonrisa indicaba complicidad manifiesta. Y agregó: -Cómo iba a hacerle eso a mi mejor cliente… pero mirá, ahí viene. Hacete cargo.
Había ingresado un individuo de estatura normal, pelo negro un poco largo, ojos oscuros y penetrantes, de blazer, pañuelo al cuello, botitas pitucas… pero eso ya lo contó el Gallego. Pidió un whisky con hielo. No me simpatizó en lo más mínimo. Detrás de él entró Luisito, un muchachón groso, de unos dieciocho años. Se sentó en la ochava de la barra, a unos dos metros del pituco y por desgracia, a dos y medio de mí. El pituco había ocupado el taburete a mi izquierda.
-¿Vos sos Cratilo Bermúdez? -Me preguntó.
-No, ¿por? -Respondí.
-Pero lo conocés, ¿verdad?
-Esos son asuntos míos. Y sabés qué, no sé quién sos. Y sabés qué más, no tengo el menor interés en averiguarlo.
-Ah, sos vos.
Le eché una mirada de desprecio y agresividad que no me costó mucho, más bien fue algo natural. -Quiero beber en paz, y lo que menos necesito es hablar pelotudeces con un desconocido.
-¿Siempre es así? -Le preguntó al Gallego.
-A veces es peor.
-Debe ser eso lo que le aporta su éxito con las mujeres. Les encantan los tipos duros e indiferentes. Pero conmigo no hace falta, sólo buscaba un intercambio de experiencias y conocimiento.
-Escuchame, gil, si no me dejás en paz el único intercambio que va a haber acá es de golpes.
-Acá no -dijo el Gallego, temeroso de que le rompan el boliche otra vez.
-Sabe qué pasa, don Cratilo -dijo Luisito-, que necesita material para andar contándolo por ahí como propio.
-¿Y vos quién eras? -Preguntó con displicencia el pituco.
-¿Y Usté? ¿Qué es, vigilante, que entra un bar y le anda preguntando el nombre a todo el mundo?
Levanté mi copa e indiqué: -Che, Gallego, servile una cerveza al pibe.
-Bueno, está a las claras que no soy bien visto, por acá…
-No lo diga por mí -dijo el Gallego.- Por mí puede venir cuando quiera.
-No es por simpatía, es por interés -aclaré.
-No, me pasa siempre. En los bares de hombres, digo. Estoy empezando a creer que es envidia, nomás.
-Tengo los dientes podridos -le dije-, pero te lo juro que el que me los va a envidiar sos vos, después del puñete en la boca que te voy a meter si insinuás siquiera que te tengo envidia.
-Por eso es que estoy tratando de razonar con vos, porque vos sos de los míos.
-Dios me libre. Y ni siquiera sé por qué te estoy hablando.
-Déle, Don Cratilo; razone, así nos cagamos de risa un rato.
Casi pude oír rechinar los dientes del pituco ante la intervención de Luisito.
-Bueno está bien. ¿Qué querés?
-Bueno, dicho así… sólo quería conversar un rato.
-Ah, se te fueron las ínfulas… entonces te cuento. Los hijos de puta de mis amigos te batieron cualquiera, nada más que para cagarse de risa de vos, y especialmente, de mí. Si hay algo que no conozco en este mundo, son las mujeres. Y estoy seguro que los boludos que se piensan que las conocen, las conocen menos que yo, aún.
-Pero es que no es cuestión de conocerlas interiormente. Aparte, ¿a quién le importa? La cosa funciona de otro modo, tiene que ver con procesos naturales sutiles, que a algunos les tocan y a otros no. Eso que atrae a las mujeres. Son ellas las que se ven atraídas, las que seleccionan. Las mujeres reconocen a un semental cuando lo ven; y allí, darwinianamente, algunos ganan y otros pierden.
-Yo en vez de citar a Darwin, citaría a Lamarck -propuse.
-¿Por qué?
-Porque si la función hace al órgano, y vos usás los huevos tanto como decís (con mujeres o pajeándote), eso explicaría la clase de boludo que sos.
Luisito todavía se debe estar riendo. Hasta el Gallego perdió la compostura.
-Ya me dijeron que eras bueno con las palabras.
-Son habladurías.
-Hey, míster -dijo Luisito-. ¿Tiene sangre usted?
-¿Por qué preguntás?
-Porque si fuera tan macho como dice, no se dejaría hablar del modo que le habla Don Cratilo.
-Callate, pendejo de mierda -terció el Gallego-. No vengas a meter fichas, vos.
-Déjelo -dijo con afectada magnanimidad. -No me molesta. Aparte no vine a pelear. Yo propuse el diálogo, y acepto sus reglas.
-Acá no hay reglas -le informé. -El que se sienta agraviado masacra al otro y ya.
-Acá sí hay reglas -me corrigió el Gallego. -El que se sienta agraviado se va a pelear a la calle.
-Bueno, eso quise decir.
-No va a hacer falta -dijo el pituco.
-No esté tan seguro -dijo Luisito.
-¿Por qué lo decís?
-No, nada. Pero ya que estamos, ¿por qué no nos cuenta alguna aventura? Digo, ¿no? Para justificar tanta alharaca.
-Dale, a ver -coincidí.
A partir de allí comenzó a dar voz a toda una catarata de orgasmos femeninos provocados por el gran semental que él era. Mujeres absolutamente frígidas convertidas en verdaderas Mesalinas luego del especial tratamiento del experimentado amante, hermosuras olímpicas devenidas en suicidas después de perder al extraordinario mancebo, ancestrales africanas gozando como perras en celo y jurándole que nadie las había tocado como él… en fin, una fantasía que ya a los catorce años debería ser calificada como patología mental severa. Y tan simplona que ni siquiera me servía para robar el esqueleto de un cuento. El hijo de puta de Renato me la había jugado bien, sin dudas. No supe qué decir. Lo único que se me ocurría era que, si el bobo ése pretendía que creyera su sarta de sandeces, me estaba tomando por boludo. Y eso me pone bastante nervioso. Si empezaba a hablar iba a terminar pegándole, y seguramente lo haría sin seguir la regla del Gallego. Pero fue Luisito quien habló.
-Oiga, míster… si es tan cogedor como dice, y todo eso, ¿Por qué no está viviendo de su pija en Miami, o en Cancún? ¿Qué hace en un barrio como éste?
-Yo soy un lírico. Gracias a dios tengo lo mío, no necesito prostituirme. Aparte, me quitaría tiempo de esparcimiento.
-¿Y qué lo trajo por el barrio? ¿Acaso viene escapando de algún cornudo que se despabiló?
-Algo de eso hay -respondió el pituco, ya que la hipótesis sugerida por Luisito le resultó apropiada para seguir nutriendo sus estúpidas fabulaciones. No advertía, en su necedad, que el pibe le estaba sosteniendo la cuerda.
-Y dígame otra cosa… si quiere, ¿no?
-Dale, preguntá.
-Digo, si tiene tanta onda con las mujeres, ¿pa’ qué va a buscar putas al Prèmiere?
Solté una carcajada bestial. De ésas que surgen incontenibles y estallan en el chacra laríngeo.
-Me parece que te sacaron la ficha, casanova -dije ni bien recuperé el aliento, luego de las toses sobrevinientes a la risa del fumador.
-¿Qué es el Prèmiere?
-No se haga el boludo. Yo mismo lo vi arrancar con la Brigitte, hace como dos o tres noches.
Ah, cierto, el night club. La verdad es que ni miré cómo se llamaba. De Brigitte, claro que me acuerdo.
-’tá buena, la Brigitte, eh…
-Es una mina pasable. No es gran cosa, viste, pero zafa.
-Por eso le preguntaba, por qué un ganador como usté…
-Entendí perfectamente tu pregunta, y existe una respuesta, quizá nunca tan risible como la interpretación del amigo Cratilo…
-Ningún amigo. No soy tu amigo, ¿está?
-Es una forma de decir… bueno, la cosa es que dentro del campo de mis estudios personales, las prostitutas constituyen un capítulo fundamental. Primero, porque como profesionales generalmente están capacitadas, y solamente con ellas uno, a esta altura, por ahí puede aprender algo nuevo; y segundo, porque por esa misma razón son quienes mejores aprecian mis habilidades sexuales.
Iba a decirle algo así como charlatán, pero me rescaté. El que seguía con el dedo en el renglón, en cambio, era Luisito.
-A mí me encanta, la Brigitte. Diga que es una mina cara, que si no… ¿Y qué le hizo, diga? Si quiere contar, ¿vio? Ya que es un tipo tan abierto…
-No me gusta dar detalles.
-Menos mal -mascullé.
-Pero bueno, te voy a decir que la volví loca con la técnica del uno-dos ultraviolento.
-Eso es de A clockwork orange, de Burgess. Si vas a mentir, no involucres a los pobres autores.
-Pero precisamente, por eso llamo así a una técnica que consiste en darle duro y rápido, pero una vez en cada agujero.
¿Cómo? -Pregunté, con el énfasis propio del colmo abrupto de mi capacidad de asombro.
-¿Qué parte no entendiste? -Me la canchereó- Un bombazo por cada tubo, vagina/ano, vagina/ano, todo rápido y a lo bestia. Claro que no se puede hacer bien con cualquier mina. Es otro de los motivos por los que a veces concurro a los cabarets.
-¿Y la volvió loca, dice, a la Brigitte? -Preguntó Luisito, y yo pensé: Kilombo en puerta.
-Y, al principio se hacía un poco la estrecha, pero a poco empezó a gritar pidiéndome que le diera más, y más fuerte. Le hice echar como diez polvos, más o menos.
-Qué raro -dijo Luisito con tono grave. (No, si yo las veo venir.)
-¿Por qué decís?
-Porque mi viejo es el dueño del Prèmiere. Brigitte labura para él… yo no diría, labura. Es como de la familia, ¿entendés?
El pituco empalideció a ojos vista. El pibe, antes de proseguir, pidió educadamente:
-Don Gallego, déme un whisky, por favor. -El Gaita se apresuró a servírselo, algo conturbado por la estatura moral que el pibe había alcanzado. El instinto nos indica cuándo alguien ya cruzó la línea anímica donde habita la furia, aunque se manifieste tranquilo como agua de pozo. Y cuanto más parsimonia, suele resolverse peor.
-Si tienen que arreglar algo, por favor…
-Tranquilo, Don Gallego, que no pasa nada -Y dirigió una gélida mirada al pituco. -Te decía que la Brigitte me cuenta todo. Es como una hermana, aunque a veces me la garcho. Viste cómo son esas cosas, justo a vos te voy a decir… -ironizó.
-No, está bien, pasa que…
-Aguantá un cachito que yo ya te escuché. Ahora, escuchame vos a mí. ¿O te da cosa lo que pueda decir? La Brigitte me dijo que no se te paró, a pesar que te ayudó de todas las formas posibles. Y que te enojaste con ella y le pegaste.
-No, no fue así.
-¿A quién te parece que le voy a creer? ¿A mi amiga o a un mentiroso enfermito como vos?
-No tenés opción -tercié.
-Ahora no metas fichas vos -me rezongó el Gallego.
-Era parte del juego sexual -pretendió justificar el pituco.
-¿Y también era parte de un juego sexual no pagarle, pese a que la loca hizo todo lo que pudo, haciéndola culpable de tu impotencia? -Se empinó el whisky, tiró un billete sobre la mesa y me dijo:
-Disculpe, Don Cratilo, yo me voy a retirar. Este ambiente apesta. -Se volvió hacia el pituco- Y dice mi viejo que con los intereses son mil quinientos mangos. Y que tenés tres días, o vas a ir a revolear tu bicho inservible a los cabarutes de Belcebú.
El pituco estaba demudado. Cuando iba saliendo, Luisito se llevó la mano a la cabeza, como si hubiera recordado algo. Se volvió y le dijo:
-Me olvidaba, la Brigitte te manda ésto -y lo embocó en la trompa con un directo de derecha tan formidable que me gustaría tener el video para verlo en cámara lenta, una y otra vez. El pituco rebotó contra el mostrador, se le aflojaron las piernas y quedó sentado en el piso con el morro que comenzaba a expulsar sangre espesa. ¡Qué buen bollo!
-¡Luisito, te dije, acá adentro no!
-No importa, Don, igual no se rompió nada.
-Sí, decile a éste. Che, pituco, te dije que ibas a terminar envidiando mis dientes podridos. No sé mucho de minas pero soy medio vidente.
-Vamos, Don Cratilo, lo invito al boliche de mi viejo. Usté es un amigo; digo, de atrevido que soy, nomás.
-Nada de eso, sos mi sobrino -le respondí. En eso entraba Abdul. Lo vio al pituco en el piso y entre risitas, fingió agraviarse:
-Loco, si había joda, me hubieran esperado un poco, al menos.
-Era un tema personal. Disculpe, Don Abdul, véngase para el Prèmiere a tomar una copas con nosotros. Los tragos y las minas corren por mi cuenta, hoy.
Abdul abrió los ojos como el dos de oro. Antes de irnos, vi al pituco tratando de levantarse, tocándose la boca como haciendo inventario del desastre; y la verdad, aunque se la merecía, me dio un poco de lástima. Así que le di un par de consejos:
-Yo creo que tenés que pagarle al viejo de Luisito y andar con más cuidado. Acá, en el Barrio de La Loma, los hombres reconocemos a un boludo apenas lo vemos.