jueves, 10 de mayo de 2012

SEXO, MENTIRAS Y JEREZ

Milo Manara

“Estimado Sr. Bermúdez:
Soy Miguel Dell Hacha, tal vez haya oído algo acerca de mí. Soy crítico literario, y por indicación de F. me he dedicado a leer tres o cuatro de sus novelas. He escrito algo acerca de ellas, pero mi personalidad puntillosa y mi temperamento perfeccionista, me impulsan a solicitarle tenga a bien concederme una entrevista, para despejar dudas y ahondar en ciertos aspectos de su psiquis, que me han interesado vivamente, más allá de lo estrictamente profesional.
Es por ello que me permito invitarlo a cenar el viernes por la noche, en mi casa de (domicilio). Sería fantástico que nos honrara con su presencia, y de paso me ayudara a degustar un par de botellas de jerez ibérico del mejor, que acaban de regalarme.”
Buenobuenobueno, algunas veces el correo electrónico depara sorpresas que, en principio, lucen de lo más atractivas. Está bien que poco y nada representa para mí una nota o una charla con un crítico prestigioso -el que no obstante parecía conocerme al punto de saber o intuir que, a no ser por el jerez ibérico, preferiría sin duda reunirme con los muchachos en el bar del gallego antes que aguantar soporíferos diálogos académicos y/o esteticistas con un viejo erudito-. Lo llamé al teléfono y ajustamos los detalles para la cena. Cumplí en avisarle que no soy muy comunicativo que digamos con gente que no conozco muy bien, y que tal vez resultara un verdadero fiasco para él. Por su parte pidió, como en broma, que no menosprecie la capacidad analítica y proyectiva de sus hermenéuticas. Casi le digo que se meta el jerez en el culo, pero me banqué. Ya habría tiempo para liberar los exabruptos que mi codicia etílica estaban reprimiendo.

-Buenas noches -dije al veterano que me abría la puerta con una gran sonrisa. Se trataba de un individuo de estatura normal tirando a baja, tez blanca, pelo negro -seguramente teñido- y ojos azul profundo, vivaces y dotados de una energía que el resto del organismo parecía carecer.
-Adelante, querido amigo, siéntase en su casa. Ahora le preparo un cóctel -el jovato comenzó a simpatizarme de entrada. Al cabo volvió con un trago formidable; fuerte y fragante. Jamás había bebido algo así. No obstante percibí el sabor del escocés. “No empecés a chupar a lo loco”, me dijo ese vigilante interno a quien detesto, aunque me haya salvado la vida en más de una oportunidad. “Ya sabés que después desbarrancás y terminás haciendo papelones”.
-Soy todo oídos -propuse. -¿De qué se trata todo esto?
-Nada, que quería escribir algo sobre usted, y me imaginé que conversar personalmente aportaría una perspectiva más cabal de su obra, que está íntimamente ligada a su persona, ¿o me equivoco?
-Puede ser, pero supongo sinceramente que mi obra no da para tanta alharaca intelectual. Esas cuestiones no sólo me son refractarias, sino que las encuentro veleidosas hasta la exasperación.
-Es precisamente eso lo que más me motivó para solicitarle esta entrevista. Por ejemplo, si no le molesta, voy a comenzar a preguntarle algunas cosillas: ¿Es usted un “outsider”? Y en caso afirmativo, ¿eligió serlo, o era algo inherente a su personalidad?
Bebí un buen trago del cóctel y respondí: -No sé lo que es ser un outsider, o mejor dicho no tengo en claro los parámetros que definen estar in o out. Es más, no sé de qué carajo hay que estar dentro o fuera. Usted lo plantea en términos que me recuerdan a la ya vetusta discusión sobre esencialismo y existencialismo, y yo no creo en estas dicotomías que solamente discurren en la mente humana. Yo, como cualquier hijo de vecino, veo la existencia, miro los entes, trato de adivinar las esencias metafísicas; ello sin atender nada más que a la manera de gozar mejor de las delicias que ofrece el mundo, y de huir de toda fuente de dolores o desgracias.
-Muy claro, y muy coherente con lo que escribe.
-Obvio, maestro. Nadie me paga por hacerlo, ni voy detrás de oros o bronces. ¿Por qué debería falsear el discurso, entonces? Me encanta leer, y sobre todo cosas divertidas -porque ya me emplumé con las densidades del intelecto, obligándome a deglutir mamotretos literarios y filosóficos a mansalva, cuando era muy joven y creía que era necesario. Y en función de ese inquieto y agradecido lector es que hallé el placer de la escritura, y trato de socializar esos magros frutos con una sola consigna: no aburrir a los destinatarios.
-¡Y olé! -festejó una voz femenina a mis espaldas. Me volví para ver una jovencita alta y delgada, pelo negro ondulado, ojos claros y mirada clara, que me sonreía. Era algo delicioso. Y continuó: -¡Y bien que lo logras, tío! Yo me emociono mucho con cada uno de tus relatos,
-Ella es Silvina, mi hija -la jovencita deliciosa me saludó con un beso. -Acaba de llegar de España. Es una fervorosa admiradora suya. ¿Le molestaría que permaneciera aquí, mientras conversamos?
-En absoluto -respondí, al tiempo que ella ya se estaba sentando en el sillón desocupado frente a la mesita de café, como dando por hecho que no me molestaría. Bastaba con verla para darse cuenta de que jamás me podría molestar, a no ser que se considerara una molestia a la tensión sexual. -¿no tiene más de esto? -agregué, sacudiendo la base de mi vaso vacío.
-Dejá que yo te preparo -se ofreció Silvina. Era muy loco. El jovato me trataba de usted y la pendeja, que tenía la mitad de mi edad, me tuteaba. La noche pintaba mucho mejor que lo que había supuesto en la previa. La bella me alcanzó la copa, y clavó en mis ojos una mirada de entrega emocional. Y otra vez la vieja pregunta: ¿yo me las busco o me buscan a mí? No dejaba de ser halagüeño, pero la hermosa jovencita suponía -prima facie- un gran esfuerzo. Y problemas, muy probablemente. Que no tardaron en ingresar por la puerta del fondo.
-Buenas noches -saludó un muchacho muy fortachón y atractivo, entrando desde los fondos en medio de un vaho de asado y limpiándose la mugre  del carbón con un trapo húmedo.
-Él es Emilio -dijo Miguel-, el novio de Silvina.
-Encantado -dije, aunque no lo estaba en lo más mínimo, sólo un formalismo. Él ni siquiera me respondió. Era evidente que algo le había mencionado respecto de su admiración por mí. Tomó algún utensilio del cajón de la mesada, en la cocina contigua a la sala, y se marchó a continuar con su tarea gauchesca de prepararnos un asado criollo. Yo me cagaba en el telúrico menú, ya que en mi fuero íntimo aguardaba el jerez español que el jovato me había prometido. Era todo muy extraño, pero no tanto como infinidad de otras tertulias en las que me había visto envuelto.
-Sepa disculpar las interrupciones -me dijo Miguel-, pero quise que la reunión tuviera un ligero toque de entrecasa.
-Está todo bien.
-Aparte, si la dejaba afuera a Silvina, me iba a pasar factura de aquí a la eternidad.
Cavilé que el comentario del crítico de arte apuntaba, de alguna extraña forma, a hacerme picar con su hija. No entendía los fines ulteriores, pero mientras no hubiese hechos de sangre, no dejaba de ser divertido.
-Prosigamos. Antes, solía verlo en los ágapes literarios, en eventos culturales, lo he visto leer cuentos y poemas, participar de las actividades de la comunidad de escritores, y de pronto no apareció más. ¿Me diría a qué se debe ese cambio?
-Básicamente, porque no soporto a esa caterva de ególatras que se hacen los finos, y que creen que una buena gramática y sintaxis, adunadas a la sensibilidad exquisita que creen poseer, los habilita como escritores. Ser “escritor" es el pináculo, se desviven por ingresar a ese Parnaso de culos blandos. Me quedo toda la vida con los muchachos del bar. Son mucho más interesantes, más duros y tienen historias por lejos más divertidas.
-¿Verdaderas? -Preguntó Silvina, y su padre la miró como recordándole algo; muy probablemente que la dejaba asistir con la condición de que no interviniera en el diálogo.
-¿A quién le importa? ¿Acaso la realidad es verdadera? La realidad “es“, la dicotomía entre verdadero o falso es algo que solamente resulta pertinente a la mente humana, Y sepan disculpar mis continuos derrapes hacia cuestiones filosóficas.
-Claro, eso me lleva a otra pregunta. Antes las cuestiones filosóficas tenían un rol preponderante, en su obra. Ahora parece haberse anclado más en la cuestión sexual. ¿Algún hecho o razón en particular ha determinado este giro temático?
-La necesidad de compartir mis historias. Escribir para uno mismo tiene algo de masturbatorio, al menos para mí. No quiero que me lean por cuestiones yoicas o fruitivas, quiero compartir emociones y diversión. Convengamos que son mucho más entretenidos los entuertos sexuales onda Bocaccio que la tradición patrística medieval. Escribiendo pelotudeces como ésas me leían dos o tres tipos. Y los que lo encuentran frívolo, no se imaginan lo patético que encuentro yo a sus pedestales, flotando entre negras miasmas de desconcierto que jamás podrán soslayar. Eso, salvo honrosísimas excepciones, desde luego. 
-¿A quiénes rescata, por ejemplo?
-A los estudiosos de la lingüística. Creo que por ahí anda el hilo de Ariadna. A los estudiosos de la física teórica. Entre ellos y alguno que, sin prejuicios, se vaya integrando a la banda, están por poner de la cabeza nuestra apestosa noción del mundo. 
Silvina me miraba embelesada, con la boca ligeramente abierta y con un gesto de apasionamiento que por un momento me hizo dar un leve vahído. Sin proponer, el venadito aquél estaba entregando el garrón, solito se colgaba del gancho. O tal vez fuera una histérica irredimible. La experiencia me indicaba que en estos casos no convenía montar el picazo.
Volvió a entrar Emilio, con cara de 38 largo. Creo que vio la manera en que Silvina me estaba mirando y se brotó. Antes de volver al fondo, le dijo de mal modo:
-¿Podés venir un momentito al fondo?
-¿Qué querés?
-Nada, que vengas un segundito.
-Está bien, espero que no sea alguna boludez.
Nuevamente solos, dije a Miguel:
-¿Pasa algo?
-No, nada, vio cómo es la juventud. Si no hay conflictos, se los inventan, con tal de discutir un rato y después reconciliarse. 
-Ahá. Cualquier cosa me dice, y lo dejamos para otro día…
-No, desde luego que no. ¿Prefiere abrir un jerez ahora, o después de la cena?
-No tengo hambre, pero sin embrago me gustaría probar ese néctar -argumenté, sacando cuentas de que por ahí, por imperio de las circunstancias, iba a tener que irme de allí antes de poder degustar el jerez. Miguel sirvió dos copas, las entrechocamos, percibimos el aroma y luego empinamos el codo. Sabía a gloria. Volvió a servir, volvimos a beber, ésta vez sin olfateada previa. Y otra vez. Y otra. Y otra más. 
-¿Está tratando de bajar un record? -Pregunté, mirándolo con ojos más benevolentes. 
-No. Estoy tratando de tomar coraje para pedirle lo que voy a pedirle.
“Cagamos” -pensé. Ya me parecía que se traía algo bajo el poncho, el jovato. Cuando la limosna es grande…
-Mire -aclaré-, no hace falta tanta mise en scène. Tomemos tranquilos, usted me pide lo que supuestamente tiene para pedirme y yo, si tengo con qué y voluntad, accedo a su pedido o no. Bien corta, la bocha.
-Está bien, eso haremos. Pero primero una somera explicación. Antes que nada, debo confesarle que soy gay.
-¿Confesarme? ¿Acaso soy un cura?
-No, pero la gente suele tener ciertos prejuicios…
-No sé qué es eso. No figura en mi diccionario, esa palabra. Es su generación la que vive con cierto oprobio esas cuestiones.
-Contaba con eso, después de leer su obra. Y por ello mismo también considero que es el único capacitado para escribir mi historia.
-Esperepereperepere un cachito. Ahí me bajo. No escribo por encargo. Tengo mi propia basura que sacar a flote, no es mala voluntad.
-Ya sé, ya sé, pero ¿cuánto tiempo cree que le puede llevar?
-Ninguno. No pienso hacerlo.
-Oiga, primero. No es una historia de párvulos que un buen día descubren su homosexualidad. Es la historia de dos muchachos enamorados que abrazaron la causa revolucionaria en los ‘70; vivían como verdaderos comandos urbanos, al tiempo que mantenían una tórrida relación amorosa.
-El romanticismo de la lucha, el romanticismo de la pasión… no cabe duda que es romántico, el asunto.
-Pues sí, y efectivamente ocurrió. Pero antes de escarnecerme, piense en esto: primero nos tiroteábamos con los esbirros del capitalismo salvaje, y luego le pegaba a mi compañero unas chupadas de pija tales que después había que sacarle las sábanas del orto. Eso se parece más a lo que usted escribe ahora, ¿no es así?
-Puede ser, sí. Pero usted no es un negado, bien puede escribirlo usted mismo.
-No podría. No olvide que, según acaba de decir muy bien, soy un anciano culpógeno y estoy atiborrado de prejuicios.
-Firme con seudónimo, entonces.
-Las cosas siempre se saben, más tarde o más temprano.
-Del mismo modo se sabría que yo la escribí pero que el personaje principal es usted.
-Bueno, me importa una mierda. Usted, por estilo y talento, es la persona indicada para contar una historia que vale la pena ser contada. Se llama “Corazón blindado”.
-Lamento sinceramente que la persona indicada no esté disponible. Si quiere lo ayudo a buscar alguna otra.
-No, debe ser usted.
-Le digo que lo lamento, pero no puedo.
-No le estoy pidiendo gran cosa, y a contrario le estoy dando de primera mano una historia que puede llegar a ser muy resonante en más de un aspecto.
-No me interesa esa clase de resonancia. 
Abrió la segunda botella y sirvió las copas.
-No pierdo las esperanzas de que me ayude con el proyecto -dijo. -Es bien simple, y más para un escritor nato como usted. Tengo entendido que escribió una novela en tres semanas…
-Sí, y así me salen…
-Le salen mejor que algunos cuantos personajotes de la literatura nacional.
-Tal vez si las releo y las pulo un poco, quién sabe llegan a zafar. Pero ya le dije que no aspiro a esa clase de resonancias.
En eso entró Silvina, luciendo una luminosa sonrisa. Si se había peleado con su novio, le importaba un rábano. Más parecía que hubieran estado cogiendo antes que discutiendo, en fin. Dijo a su padre:
-Emilio quiere hablar con vos, ahora.
-Está particularmente hinchapelotas, hoy -comentó, mientras se ponía de pie. -¿Me dispensa un par de minutos?
-Haga tranquilo.
Silvina se sirvió una generosa copa de jerez y se sentó frente a mí. Me miraba con aire picaresco.
-¿Pasa algo? -Inquirí.
-No, es que estaba tratando de figurarme… si la bestia sexual que asoma de tu personaje tiene algo que ver con el Cratilo real.
-Algo que ver, tiene. Pero no en el rol de semental experimentado que le imprimo, eso es cotillón. Me refiero a la interioridad.
-Ahá. Pero sabés tratar a las mujeres, por lo que dejás traslucir.
-Tengo mis años, algo debo haber aprendido.
-Bueno, yo soy bastante más joven, y no sé mucho. Me podrías enseñar, ¿no?
-¿Acaso tu novio no te enseña?
-No es mi novio. Por si no te diste cuenta, es el novio de Miguel.
-¿De tu padre?
-Tampoco es mi padre.
-Si sabía me traía un antifaz. ¿Qué es esto? ¿Una mascarada?
-No para vos, el viejo ya se sinceró, y es por eso que te estoy diciendo las cosas como son. Él me sacó de la calle, me alimentó, me vistió… todo ello a cambio de que me haga pasar por su hija (piensa que es una buena pantalla social para un gay) y que lo ayude a conseguir chongos de vez en cuando.
-Ahá.
-¿Y?
-¿Y qué?
-¿Me vas a enseñar? - Preguntó, mientras, copa en mano, se incorporaba y se acercaba a mí. Era irresistible. Volví a servirme jerez, sabiendo que las nobles cepas me arrojarían sin remilgos al abismo al que tantas ganas tenía de arrojarme. Me acercó tanto su sexo que pude olerlo. -Por ejemplo, ¿me tocarías de modo que explote como uno de tus personajes femeninos?
Desabroché el botón superior de su pantalón de corderoy gris, bajé la cremallera y metí la mano suavemente en su minúscula tanga. Ella aspiró hondo y tuvo un ligero temblor, un pequeño espasmo de placer. Comencé entonces a frotar su pubis y juguetear con la pequeña vulva. Ella abrió un poco las piernas, dando lugar a mis caricias y ya presa de una excitación voraz. Entonces intensifiqué los masajes clitorianos. Ella se arqueó, como escondiendo su vagina pero con la intención más contraria, estiré mis dedos y seguí frotando. Acabó enseguida:
-¡Aaaaaahhhhrg, por favor, más, que bueno…! Y ahí… voy de nuevo… aaah aaah aaah ¡AAAAAAAHHH, por Dios, dos seguidos! -Y sentí sus fluidos en mi mano. La saqué de aquel pequeño tesoro, la olí, terminé la copa de jerez y me serví más.
-Tenés tus trucos, eh -dijo, mientras se prendía el pantalón y recuperaba el aliento. -Y Ahora debería retribuirte, no te vas a quedar así -y señaló con el mentón el bulto afiebrado en mi entrepierna.
-Tu padre eeeeh… Miguel, ¿no vuelve?
-Seguro que le está haciendo al novio lo mismo que pienso hacerte a continuación.
-Me sentiría más tranquilo si vamos a hacerlo a otro lado.
-Está bien, vamos arriba. Te aseguro que nadie va a irrumpir ni a molestar.
Tomé la botella y la seguí. Subimos una escalera y pude ver un par de habitaciones y un cuarto de baño muy grande, estilo antiguo. 
-Podríamos darnos una ducha, ¿no te parece? Estoy muy transpirado -propuse, mientras empinaba la botella de jerez y bebía a morro, como tanto me gusta (sobre todo cuando la beodez comienza a hacerse ostensible).
-Dale -respondió, e ingresó al baño ya quitándose los pantalones, y yo me abalancé sobre el exquisito cuerpo, volví a meter mano en sus humedades, la besé con pasión en el cuello y froté mi afiebrado miembro por su culo. Ella soltaba suaves gemidos, tan sensuales que ni la música más excelsa me hubiese emocionado más. Se estiró hacia adelante para abrir la ducha y yo me prendí de sus caderas como un perro caliente, sin dejar de refregar mi sexo contra sus ahora mejor expuestas asentaderas. En cuestión de segundos nos desvestimos por completo y nos metimos debajo del agua tibia. Pude ver su excitante cuerpo brillando en el agua y me pareció una visión beatífica, una vislumbre tal que quise llevar grabada en mis retinas por toda la eternidad. Nos besamos, con la tibieza del agua corriendo por nuestras caras y nuestras bocas. Entonces ella se puso de rodillas y comenzó a chupármela con deleite. Tomé sus pelos con una mano y con la otra me seguí empinando la botella de jerez. Entonces, algo sofocado por el sexo y el vapor, abrí una ventana que estaba a mi derecha, en la pared de la bañera. Tuve un atisbo de algo que se movía y volví a mirar, tratando de acomodar mi visión a la oscuridad exterior. Entonces percibí a Miguel, de rodillas junto a la humeante parrilla. Estaba haciéndole a Emilio lo mismo que Silvina me estaba haciendo a mí. ¡Que familia más cariñosa! Cerré la ventana para concentrarme en lo mío. Silvina era muy joven pero sabía de qué se trataba aquello, sí señor. Tal vez hubiera aprendido de verlo al padre adoptivo, o lo que fuese, en fin… no era mi asunto. La tomé de las axilas, la traje hacia arriba y la hice dar vuelta. Se tomó de las canillas y me ofreció, entregadísima, su vellón oscuro. Fui a por ello, y me costó entrar. Era estrecha, muy estrecha, eso tal vez sí se correspondería con su edad cronológica. Era glorioso. Volví a darle un par de tragos al jerez y comencé a atacar con más firmeza. La ingesta alcohólica en nada menoscababa mi férrea erección, pero sí atentaba en contra de la posterior eyaculación. Eso parecía jugar a favor de ella, que arqueaba la espalda cíclicamente para descerrajar uno tras otro sus convulsivos orgasmos, tantos que perdí la cuenta. Entonces, y a la luz de tantos estímulos, me vacié por completo en su interior. Basta por esa noche; la parte buena consistía en que ella había tenido de sobra, también. Totalmente mojados y exhaustos, nos fuimos a la habitación a descansar.
Ella quiso hablar de la conveniencia de aceptar la propuesta del jovato, en términos de repercusión y eventual difusión masiva de mi obra. Le respondí que no estaba interesado.
-No, claro, el señor prefiere vivir en la jungla urbana su salvajismo tóxico -observó irónicamente-. No está interesado en celebridad alguna, que le permita viajar con su amiga Silvina a Saint Tropez o Marbella, invitado por los grandes grupos editoriales…
-Exacto. Y mi amiga Silvina es demasiado joven y hermosa, no quiero reblandecerme ni volverme vulnerable a esta altura de mi vida para sufrir por amor. ¿Te parece raro, acaso?
-¡La vida es hoy, Cratilo. La vi…
-¡Sos un hijo de puta! -El exabrupto venía de afuera, era Emilio quien lo profería.
-¡No me hablés así, pendejo del orto, o te olvidás que te saqué del barro! -Fue la respuesta de Miguel.
-¡Oh, no, otra vez no! -comentó a mi lado la ninfa.
-¿Qué pasa? -Pregunté.
-Pasa que…
-¡TE VOY A MATAR, VIEJO HIJO DE PUTA! ¡Venir a traerme al mierda ése acá!
-¡Solamente viene por un trabajo que quiero que me haga! ¡Te lo dije cien mil veces!
-Si, ya me imagino el trabajo que querés que te haga, viejo puto!
-¡Estoy podrido de que me trates así!
-¿Ves? ¿Ves? ¡Buscá excusas, nomás, para colgarme e ir a moverle el culo al putito ése!
-¿El putito ése vendría a ser yo, verdad? -Pregunté a Silvina.
-¡Ah, pero qué suspicaz que sos…! -Respondió, ahogando unas risitas. Yo me incorporé y agarré el pantalón.
-¿Adónde vas?
-A cagarlo a trompadas.
-No seas boludo, vení quedate acá conmigo.
-¿Quién mierda se cree que es?
-Dale, gil, estás borracho. Aparte te agarra así, mamado y cansado, y te faja él a vos…
-¿Querés ver?
-No me impresionás. Al menos con estas bravatas de macho adolescente. Con el sexo, puede ser.
-Tenés razón. Que se vaya a la reputa que lo parió. Me quedo y vos te fijás si me la podés hacer parar de nuevo.
-Será un placer.
Mientras la jovencita iba a por ello, afuera la violencia verbal recrudecía en volumen y contenidos. Comenzaron a surgir escabrosas intimidades e insultos denigrantes, a voz en cuello y a troche y moche. Era una música de fondo no del todo desagradable para oír mientras la lengua de Silvina jugueteaba por allí. Pero todo escándalo cesó abruptamente cuando tocaron a la puerta.
-Uy, Dios, otra  vez la policía… -Dijo Silvina con aires de fatiga.
-¡¿Qué?!
-La yuta, boludo. Ya vinieron como cuatro o cinco veces. Estos imbéciles se emborrachan y se pelean todos los días. Los vecinos ya están podridos, y llaman a los vigilantes; y los vigilantes también están podridos.
En el fondo seguían los gritos y las puteadas, y nadie abría la puerta. Empecé a creer que la cosa iba a terminar mal.
-Esperá que ya vengo -dijo ella mientras se ponía un salto de cama. 
-¿Tantos remilgos para que no se enteren que es gay y hace tales escándalos?
-Está en pedo, Cratilo, qué querés…
-Yo también estoy en pedo y no armo semejantes kilombos.
-No todos son como vos -y salió a atender la puerta. Yo me puse el pantalón, la camisa y las zapatillas para apostarme en el descanso de la escalera, para oír el diálogo con los polis sin interferencias auditivas (léase pelea de locas). Un par de fuertes golpes a la puerta.
-¡Ya va, ya va! -gritó Silvina, mientras descorría los cerrojos. 
-Buenas noches, señorita -dijo una voz aguardentosa y carraspeante.
-Buenas noches, agente,
-Parece que otra vez sopa, ¿no? -Dijo otro.
-Mire, ya estamos cansados de recibir denuncias, venir hasta aquí, tratar de persuadir a su padre y al otro que no hagan escándalo público y siguen; óigalós, nomás. Así que ya estoy hasta las pelotas, me los voy a llevar, a ver si así aprenden.
-No, pero…
-Así no se le habla a una dama -dije, ingresando en escena. Maldita caballerosidad, ego o lo que puta haya sido que me impulsó a jugarla de “ciudadano que hace valer sus derechos”. Allí estaban, Laurel & Hardy uniformados mirándome como si recién hubiese bajado del ovni. Al cabo de unos momentos, el gordo preguntó a Silvina:
-¿Éste también es “homosesual” ?
-No, agente, éste es mi novio.
-¿Cómo, no era el otro, su novio? -Inquirió con sorna.
-Como sea, no es asunto suyo -Le contesté, airado, venciendo traumas de la época de plomo.
-Ah, sos poronga,  vos -y se acercó a un paso de mí; es decir, desde el límite de la circunferencia de su panza. -¿Tenés documentos?
-Vamos a hablar afuera.
-Vamos a hablar adonde yo diga.
-OK, solamente quería que dejáramos tranquila a esta señorita que ya bastantes motivos tiene para sufrir y habláramos entre caballeros (eso le gustó), así que apuré mi siguiente movida: -Silvina, por favor, andá a decirle a tu padre que se calme.
Cuando quedamos solos, dije a Ollie:
-Agente, sabe que el señor Dell Acha es una persona pública, ¿no?
-Claro, sí, pero no es tan famoso como para armar semejantes kilombos todos los días, vio.
-Ya, ya. Pero imagino que debe haber alguna otra manera de arreglar esto, ¿no?
Ni lerdo ni perezoso respondió lacónicamente:
-Tres lucas. 
-Espere afuera.
Fui hasta el fondo. El griterío había cesado, ahora reinaba una especie de silencio oprobioso.
-¿Y? -preguntó ansiosamente Silvina. -¿Pudiste hacer algo?
-Puede ser, pero no sale de arriba. El pata negra pide cinco lucas.
-Lo que sea -dijo Miguel, beodo y abochornado. -Gracias, Cratilo. Venga que le doy el dinero.
Emilio, en tanto, miraba al piso. Aproveché y le dije al pasar:
-Da gracias a dios que no soy rencoroso, tarado.
Subimos a su habitación -ni que fuera yo un tasador de inmobiliaria, che-, abrió un cofre, contó los billetes y me los entregó. Yo los conté a mi vez, dejando la yema del índice en tres mil, llevé la mano al bolsillo y los separé. Antes de irme, le dije que estaba cansado y me iba a retirar, aprovechando el impasse. 
-Déjele saludos a Silvina, es un primor. Bella e inteligente.
-Lo haré. Y después me comunico para ver su decisión sobre “Corazón blindado”. Tengo fe en que finalmente aceptará la propuesta.
-No le aconsejo que abrigue muchas esperanzas.
-Cratilo -dijo y se detuvo. Yo me volví:
-¿Qué?
-Gracias.
-Déjese de cosas, hombre, como si yo nunca hubiera tenido altercados con la ley. En cuanto a usted, debería dejarse de boberías y aceptar su sexualidad, cagándose en lo que puta puedan pensar. Me extraña, un tipo tan inteligente…
-Gracias otra vez.
Salí, le dí tres lucas al gordo (que un poco más y me hace reverencias) y me fui chiflando bajito. Había sido una buena velada.