viernes, 18 de mayo de 2012

EL SEXO EN TIEMPOS DE CRISIS

Olga Levchenko
Olga Levchenko





















Durante una de las tantas crisis económicas que han sido moneda corriente (vaya una metáfora tan apropiada para el tema) en este País, y a causa de ella, tuve que hocicar e irme a vivir a casa de Laureana, una rubia bastante atractiva pero en cuyas garras jamás hubiese caído sino merced a estas trapisondas del neoliberalismo salvaje, que nos desangraba cada vez que conseguíamos juntar más de cuatro o cinco glóbulos. Allí estaba yo, miembro en ristre, asegurando a puros empujones pélvicos el techo que me cobijaba, y consolándome al pensar que había trabajos mucho peores, cuando había. Poniéndola día por medio -cosa que de todas maneras iba a hacer, por imperio de la convivencia-, me ahorraba el alquiler y podía seguir comprando whisky, bourbon y todo tipo de delicias destiladas en el hemisferio norte. Y de paso tenía adonde ponerla. Lo malo era que ella se sentía mi ama y señora, mi esposa o vaya a saber qué otra malsana fantasía análoga. En fin…
Pero la crisis no cesaba de golpear -a los pobres y los asalariados, claro-, y un buen día sonó el teléfono. Laureana respondió:
-Sí… hola, Carolina, ¿cómo andás?… Ah,  claro, vos sabés que estoy viviendo con Cratilo acá… no, digo, si no te importa a vos… no, a mí para na… claro, no seas boluda. Dale, venite, te esperamos a la tardecita, ¿vale? Bueno, chauchau, besito.
-Era Carolina.
-Ya sé, ya oí. -Carolina era una amiga muy cercana que, lamentablemente, se había enganchado con mi camarada Pepe.
-Parece que no puede pagar más el departamento. Va a venir a vivir acá, con nosotros.
-¿Por qué no ponés un centro de refugiados?
-¿Acaso te molesta? ¿Justo a vos, que tuviste refugiados un par de etíopes en tu casa no sé cuánto tiempo, y ni siquiera los conocías?
-Bueno, pero eso fue…
-Nada. No voy a dejar a mi amiga en la calle. Si te molesta, te vas vos.
-A mí qué me va a molestar. Si no te molesta a vos… el que me molesta a veces es Pepe. ¿Por qué no se la lleva a su casa?
-Porque es un pelotudo que no tiene ningún trabajo decente y vive con el padre, que es más pelotudo que él.
-No más preguntas -dije, mientras pensaba que tal vez no sería mala idea, finalmente.

Poco antes de que cayera el sol, aparecieron. Bajaron un par de valijas y unas cuantas bolsas del Peugeot del padre de Pepe. Una de las bolsas tenía unas buenas tiras de asado y otras achuras, así que fuimos al fondo a encender el fuego de la parrilla. Mientras las mujeres parloteaban según su esencia (interrumpiéndose, luchando a brazo partido por cada mínima porción de silencio y dirimiendo a voz en cuello cada conflicto limítrofe), nos servimos un generoso fernet con Cinzano y nosotros también departimos, mas sin tanta efusividad ni mayor entusiasmo, el que en mi caso era prácticamente nulo. Entre vaguedades de corte socioeconómico y lamentos por una realidad cuyo flagelo hoy día castiga a Europa, de pronto Pepe dio voz a una espina que, yo sabía, tenía clavada en la glotis:
-No te vas a hacer el vivo, con Carolina, vos, eh.
-El ladrón cree que todos son de su condición.
-Sabés, a lo que me refiero, ¿no?
-Pegame de antemano, mejor.
-Qué, ¿pensás intentar algo?
-Sí, cagarte a trompadas. ¿Me querés dejar de hinchar las pelotas?
-Claro, sí; vos ponete en mi lugar…
-Jamás. Vos hacés muchas pelotudeces, viejo. Me sería imposible alcanzar ese nivel de pelotudismo.
-Sí, pero si fuera Laureana…
-Y la puta que la parió. ¿Vos te creés que si tuviera un mango para el alquiler estaría acá? Y no me hagás hablar fuerte, que se me acaba la joda. Encima tengo que bancarme a tu chica y, como si fuera poco, a un boludo pidiéndome que le jure lealtad. ¿Quién sos? ¿Perón?
-Estás muy reactivo, bajá un cambio, loco. Lo que quiero decir…
-Sí, ya sé y ya te contesté. Si fuera Laureana lo último que haría es ir a pedirte que no te la garches, gil. Lleváte a tu chica con vos, si tenés tantos celos. Y si tenés miedo, comprate un perro. Y hablemos de otra cosa.

Luego de poner la mesa en el patio trasero y de comer un buen asado (flor de lujo por aquellos días), seguimos dándole al fernet con Cinzano, mezcla pesada si las hay. Y como bien se sabe, el superyó es soluble en alcohol, así que los diálogos venían cada vez más teñidos de cargas emocionales. Laureana increpaba a Pepe por no madurar y hacerse cargo de su novia, que si no fuera por ella se quedaba prácticamente en la calle.
-Vos sabés, Laureana, que no tengo trabajo.
-Conseguite uno, entonces…
-¿En esta época? Como si fuera fácil; están echando gente de todos lados y vos querés que me den laburo a mí…
-Claro, porque te rompés el culo, buscando. No, querido, si no buscás no vas a encontrar.
-No encuentro, te dije. ¿Vos te creés que a mí me gusta vivir en la casa del cabrón de mi viejo?
-Para mí sí, te gusta. Si no, o sos masoquista o sos pelotudo, viejo. Estás bastante grandecito, ya te las podrías arreglar solo, ¿no te parece? Ahora la culpa es de tu viejo, un gallego laburante que es tan hijo de puta que te sigue dando techo y comida.
No, si cuando la rubia se ponía densa no la aguantaba ni San Puta. Y lo más triste -tragicómico, me atrevería a decir- era que esta vez tenía toda la razón del mundo. Carolina hacía girar el fondo de su vaso para que se licuara el hielo de su fernet. Ella lo tomaba con Coca-cola, mientras miraba al piso, con aire pensativo. Era una morocha de rasgos finísimos y figura espectacular. La miré, absorbiendo meticulosamente cada una de sus formas. Sentí que las cosas se iban a complicar, pero el nivel de alcohol en sangre me llevaba a considerar paparruchada toda eventual complicación sobreviniente. Contemplándola, tuve una emoción estética solamente comparable a las que sentía al ver a Raquel Welch en mi infancia/adolescencia. En tanto Pepe buscaba justificarse en las circunstancias, como siempre:  
-Bueno, pero todo tiene que ver con la experiencia de vida de cada uno. El gallego trabajador y generoso ése que vos decís hizo de mi vida un infierno. Sobre todo después que murió mamá.
-¡Dale con eso! Ponele que el pobre hombre era un poco bruto, y te maltrató un par de veces, física o psicológicamente, ¿por eso está condenado a mantenerte hasta el día de su muerte? Superalo, hombre, madurá. 
-Permiso, voy a lavar los platos -dijo Carolina, mientras se levantaba y rumbeaba hacia la cocina, cuya ventana daba al extenso fondo donde el pobre Pepe recibía la diatriba de “mi mujer”.
-Che, loca, pará un poco, ¿no ves que Carolina puede tomar tu discurso como que te cae pesado que venga a parar acá a tu casa?
-No seas boludo, vos, ¿o acaso te creés que no conozco a mi amiga?
-No, digo porque por momentos hasta yo me sentí tocado…
-Y, entre vos y mi amiga, perdé cuidado que al que rajo primero es a vos.
-Lo descontaba; gracias por la sinceridad, igual.
Mientras lavaba los platos, Carolina me miraba a través de la ventana de la cocina, a unos diez o quince metros. Yo le devolvía las miradas cuando podía, tratando de no levantar la perdiz. Pero Laureana y Pepe estaban cada vez más trenzados en su discusión, y más borrachos; ello, al punto que los argumentos, formulados en voz cada vez más alta y mayores dificultades de dicción, ya no importaban tanto, y alcanzaban sinsentidos paroxísticos. Cuando Pepe se puso a contar que, cuando era niño, su padre llenaba el lavabo del baño mientras le enseñaba acerca del tiempo que un ser humano aguanta sin respirar, y lo psicopateaba antes de someterlo a la tristemente célebre tortura conocida como “el submarino”, fue demasiado para mí. Me excusé diciendo que iba al sanitario.
-No los aguanto más -dije a Carolina, quien continuaba esponja en mano.
-Están bastante pesaditos, ¿no?
-Ahá. No tenemos mucho tiempo -salté sin red-, así que… ¿puedo agarrarte desde acá atrás?
-¿Qué te pasa, boludo? Están ahí, se va a armar kilombo.
-Por eso, desde acá los vemos. Y si miran, meto violín en bolsa y listo.
-Ah, bárbaro, y nos quedamos con la taquicardia, nomás.
Puse el pingo para arriba y comencé a apoyar el soberano culo con verdaderas ganas.
-¡Salí de ahí, guacho, te dije!
-Dale, si te gusta…
-Claro, que me gusta, pero se va a armar kilombo, ya te dije…
-Desde acá los vemos -dije, al tiempo que subía su vestido, le bajaba un poco los calzones y apuntaba mi misil a punto de explotar. Ella ya no oponía resistencia. Al contrario, se entregaba.
-Mirá que sos… ay… ay… ahhh ahhh… dame… dame… dame… da… ah… ¡Dámela! ¡Dá…mela… Dameeee! ¡Ahhh,,, ahhh… ahhh, qué bueno, que ganas que tenía!
Entonces descargué. Sin tanto ahhh. Lo suficiente, bah.
-Viste, sobraron fichas -comenté.
-La cosa no es así, Cratilo. Por ahí se puede dar, más adelante. Pero tranquilos y sin riesgos.
-¿De qué riesgos me hablás? Mirá como siguen enroscados en esa especie de psicoanálisis compulsivo al que Laureana lo está sometiendo…
-Sí, ¿no?
-Aparte, tienen un pedo bárbaro. Vení un segundito.
-¿Adónde?
-Acá, acá, atrás de la pared, para darte un beso sin que nos vean.
-¿Es amor?
-No, no quiero que sea pura genitalidad a lo bestia.
Me dio un beso que me supo muy, pero muy bien.
-Bueno, me voy a hacer ver.
-Dale, ahora voy.
Volví al patio. No me dieron ni bola.
-Che, aflojen un poco -les dije, en un brevísimo resquicio del diálogo. 
-¿Qué aflojemos qué? -preguntó Laureana, con la cabeza menos equilibrada que la de un bebé y lengua de trapo, además de casi no poder enfocar la mirada.
-Shí, boludo, qué te pasha… -me dijo Pepe, en iguales o peores condiciones de gobernabilidad.
-Loco, están alcanzando peligrosos niveles de patetismo…
-Ahí shalió el intelectual -observó mi amigo, y tocó justo un punto sensible en alguna zona de complejos de “mi chica”, quien cada vez que podía vituperaba mis intentos narrativos; sea el estilo, el fondo, o cualquier cosa que pudiera abarcar lo suficiente como para descalificarla.
-Sí, yo siempre le digo al boludo éste que se defina, que si sigue emperrado… (eructo) en escribir porquerías haciéndose el sabihondo, no va a tener jamás muchos lectores o una edición como la gente.
-Pequeñas delicias de la vida conyugal -dije.
-A, eso -dijo la rubia guarra que decía ser “mi pareja”-, la ironía. La ironía te queda como el culo hablando, imaginate cuando escribís (Pequeño berp con saltito)
-Yo no saqué turno para hoy, así que guárdense sus análisis. O analícense entre ustedes, qué sé yo. 
-Andá, amargo.
-Sí, me voy a comprar cigarrillos y a tomar un poco de aire. Acá está irrespirable.
-Traeme Marlboro box -dijo Pepe.
-Chupame un huevo.

Entré. Carolina se estaba secando las manos e iba para el fondo.
-Están a la miseria -le Informé-. Andá un ratito que te espero en tu habitación.
-¿Vos decís?
-Ya se caen, es cuestión de minutos.
-Me fijo; si da, vuelvo. Y si no, en un rato, volvé vos, al fondo.
-Ya fui y prácticamente me echaron.
-¿Te parece que pasará algo entre ellos?
-No creo, pero igual me importa tres pelotas.
Entré en su cuarto y cerré la puerta. Las valijas y bolsas estaban desparramadas sobre la cama y en el suelo. Corrí algunas y me acosté. Pensé que en una de ésas vendría Laureana, a acomodar algo o alcanzar sábanas, o qué sé yo. Si era así se pudría todo. Pero enseguida deseché la posibilidad, estaba demasiado en pedo. Yo no tanto, pero también me quedé dormido. Desperté con la agradable sorpresa de sentir mi miembro en la boca de Carolina. Había vuelto, y, cómo. La tomé de los pelos y moví mis caderas al ritmo de la sangre encabritada. Se desvistió -oh dios, cuántas bellas formas todas juntas- y se subió encima de mí. Le dimos, fuerte y parejo, un buen rato. Luego otra vez los aahhh y aaarghhhs ahogados, con más alguna palabreja incitando a la acción o invocando al eterno, y acabamos con la alegría de la incipiente y poderosa relación. Se echó sobre mí, y con su delicioso cuerpo arriba del mío, volví a dormirme. Mucha acción, mucho alcohol. Cuando volví a despertar, creí que no lo había hecho y que continuaba soñando: Laureana y Carolina se hallaban trenzadas en una caliente sesión lésbica. Permanecí viendo cómo Laureana chupaba con frenesí el sexo de su amiga. Ello hasta que mi erección me llevó a acercarme de atrás y penetrar a “mi pareja”. No sólo no se opuso, sino que hasta se encabritó. Entonces, y luego de un par de orgasmos, Carolina tomó un vibrador y empezó a recompensar a su amiga, en tanto yo gozaba de las variaciones de coño. Terminamos todos exhaustos. Y dormidos, claro.
Al otro día, los primeros en despertar fuimos Carolina y yo. Claro, los otros habían tomado casi hasta caer en coma. Laureana, desnuda en la habitación que ocuparía Carolina, y Pepe, en el sillón de mimbre del fondo, en donde había quedado.
-Tiene razón Laureana, es muy boludo, el chabón éste.
-Tiene cosas buenas, che -intenté defenderlo.
-Y, si no, habría que matarlo.
Tomamos un café con aspirinas, primero, y después unos mates. Estábamos en eso cuando ingresó Laureana a la cocina.
-Dame un mate -pidió, mientras se tomaba la cabeza. Estaba desfigurada. La resaca debía ser terrible. Tomó el mate, me miró y me dijo:
-Flor de hijo de puta, sos vos, eh.
-¿Hijo de puta? Al contrario, soy demasiado comprensivo, que no es lo mismo -respondí, sintiéndome muy pero muy bien de no ser el único con motivos para quedar imputado. Laureana tomó el mate, me lo devolvió y salió al fondo. Despertó al pobre Pepe dándole una patada y a los gritos.
-¡Che, yo le dije a Carolina, que podía quedarse acá, no a vivillos como vos! ¡A ver si te las tomás de una vez!
Si Laureana era jodida normalmente, imagínense de resaca.
Acompañé a Pepe hasta la puerta.
-Me quedé dormido -dijo.
-No, si no me di cuenta. ¿Podés manejar?
-Claro, boludo, cómo no voy a poder. Y vos, acordate lo que te dije ayer…
-Me dijiste muchas cosas.
-Que no te hagás el vivo con Carolina.
-Ah, eso. Quedate tranquilo. Está más segura que en un convento jesuita.
-No te hagás el boludo.
-Te prometo que no le voy a hacer nada que ella no quiera.
-Dale, seguí, nomás.
-Andá a dormir, boludo. Yo estoy con la rubia, y viste cómo es. Antes de meterle los cuernos meto el bicho en la máquina de picar carne.
Se fue, tal vez un poco más tranquilo. El sol me daba en la cara. La media mañana era brillante, igual que mis perspectivas. Finalmente, y a pesar de la crisis, las cosas iban saliendo bien. Sí, señor.