domingo, 25 de noviembre de 2012

LA VIDA PARECIA HABER COMENZADO A SONREIRLE

Stern

Aldo peinó unas cuantas líneas de cocaína sobre el vidrio de la mesa. Hacía dos días que estaba allí, encerrado, esnifando, bebiendo whisky, aprontándose para lo que iba a ser su golpe final, el retiro. Sólo tenía que pasar por el depósito de una empresa multinacional la noche anterior al día de pago. Había hecho toda la inteligencia previa con tenaz meticulosidad, ayudado por la sustancia, que lo mantenía despierto y alerta. De vez en cuando quedaba bañado en su propia transpiración, motivada por el abuso del tóxico. Mas el cierre glorioso que iba a dar a su vida criminal, le proporcionaría lo suficiente para retirarse a una playa paradisíaca, en la cual reponerse poco a poco de estos flagelos del vicio. Y la noche del atraco final había llegado. Volvió a comprobar su pistola, ansioso, sintiendo que cada segundo duraba horas. La dejó sobre la mesa. Allí también estaba el paquete con algo como trescientos mil dólares. Iba a dejar así como así esa pensión de mierda, esa vida de mierda, esa infancia de mierda llena de privaciones y vejámenes, de todo aquello que no quería recordar pero que había consumido casi toda su vida. Había llegado la hora del desquite.
Un auto se detuvo frente al edificio, y su inquietud y nerviosismo aguzados por la coca lo llevaron a incorporarse de un salto a mirar por la ventana. Se trataba de un taxi, que traía a la puta del cuarto frente al de él. Estaba muy buena, la guacha. Muy, pero muy buena. Venía con sus pantalones de cuero ajustados, sus tacones y una blusa colorinche, estilo hindú. Ufff, qué buena que estaba. Sintió casi inmediatamente una férrea erección, y la transpiración se volvió más profusa. La oyó subir con sus sensuales tacones por la escalera, y no pudo contenerse. Tomó la pistola y justo antes de que la rubia teñida -de hermosas facciones y gesto de hastío vital- alcanzara a cerrar la puerta, interpuso un pie y le apuntó a la cara. 
-¿Qué hacés, imbécil? -Preguntó ella, mientras Aldo la empujaba al interior y cerraba la puerta.
-No me digas imbécil -respondió con frialdad, justo antes de cruzarle la cara con el revés de su mano izquierda. Roxana -que así se llamaba- no tardó en sentir en su boca el gusto de la sangre.
-¿Qué hacés, hijo de puta? Antes de que vuelvas a pegarme, aclaremos las cosas. ¿Qué pasa, tenés ganas de coger? Decilo y listo, querido. Me he bancado fulanos que ni te cuento. Dale, date el gusto; y si te agrada y me podés dejar unos pesos, mejor todavía.
Aldo la agarró, casi le arranca los pantalones, la puso con las manos sobre el sillón, buscó desde atrás la vagina con su miembro y la penetró a lo bestia. Su venganza contra el mundo estaba comenzando. Le encantaba poseer a la bella prostituta, someterla… la tomó de los gruesos cabellos teñidos y se esforzó en darle cada vez más fuerte. Ella parecía seguirlo en el deleite, y eso lo encabritó, al punto que tuvieron un orgasmo tremendo. Se dejaron caer sobre el sillón, exhaustos. 
-¿Tanto lío para eso? -Preguntó Roxana, con el ritmo respiratorio aún alterado. -Dejá ése arma, no hace falta. -Aldo no le hizo caso. -¿Acaso me tenés miedo? 
-¿Miedo? No, no te tengo miedo.
-Entonces dejá el arma.
-Vamos a mi cuarto. Tengo unos tragos y un poco de coca.
-Dale, vamos.

La vida parecía comenzar a sonreírle, finalmente. Bebieron, se tomaron unas buenas líneas, volvieron a tener sexo… era la primer cosa buena que  ocurría en la vida de Aldo. Y ya casi podría decirse que en la de Roxana también. Tanto intimaron que, finalmente, y con la pistola a mano, Aldo le contó sus planes. Lejos de horrorizarse, e incluso de sorprenderse, Roxana lo instó a hacerlo y le preguntó si necesitaba ayuda -a cambio de un porcentaje, claro-. Él redobló la apuesta, diciéndole que, por supuesto, no necesitaba ayuda para realizar el atraco, pero que podrían usufructuar juntos tanto el dinero que estaba allí, sobre la mesa, como el que recolectarían rato después. A ella le pareció óptimo, pero insistió en acompañarlo. 
-Fijate que no sería prudente volver por acá. Más vale damos el palo y nos las tomamos. En la ruta es más difícil que nos atrapen, y menos si no paramos hasta quién sabe dónde…
-Tenés razón. Yo termino hoy con la renta, así que no queda ese cabo suelto. ¿Y vos?
-A mi ya me amenazaron tres veces con dejarme en la calle por falta de pago, así que no te hagás problema.  
-Entonces, ya va siendo la hora. ¿Vas a preparar un bolso, o algo?
-Dame cinco minutos.
-Yo también tengo que acomodar algunas cosas. Que sean diez.

Luego de algunos kilómetros, en un barrio suburbano, se levantaba un importante edificio, una especie de corralón. Paró frente a la puerta, de la vereda de enfrente, a la sombra de un tilo que lo ocultaba bastante.
-Cuidate -le dijo ella, amorosamente, mientras él preparaba su pistola.
-Es pan comido. Vos quedate acá. Y mantené el motor en marcha.
-Es lo que pienso hacer. Pero donde salga otro que no seas vos, arranco y me tomo el olivo, viste.
-Quedate tranqui, voy y vuelvo -respondió, haciéndose el Humphrey Bogart.
Bajó del coche y rumbeó para la puerta. “Algún verso debe tener estudiado, por lo visto tiene datos”, pensó Roxana, mientras veía que alguien abría la puerta y entraban.
Roxana apenas tuvo tiempo para colocarse un par de guantes de goma, sacar su .38 corto y comprobarlo. Aldo salía caminando velozmente, y avanzaba hacia el auto con una bolsa en una mano y el fierro en la otra. Fue cuando ella, apoyándose en la ventanilla, le metió una bala en medio del pecho. Aldo casi cae de espaldas, pero se bancó el impacto, volviendo sobre sus pies como un pelele. Iba a levantar su pistola cuando sonó otra vez el .38, la pistola salió disparada de su mano, y ésta vez cayó de espaldas. Ella bajó presurosa del auto, observó a Aldo -que agonizaba a ojos vista-, y le dijo:
-Vos no violás más a nadie, hijo de puta.
Tomó la bolsa de dinero y subió al Toyota. La puso junto a la otra; arrancó despacio, mientras guardaba pistola y guantes en el bolso de mano; y  luego comprobó, como suponía, que no estaban los papeles del auto. “Mejor”, pensó, y se dirigió hacia el camino que la llevaría al Delta del Paraná. Iba a comprar una finca. “Las cosas mejoraron de golpe, como suele suceder. Ya basta de tipos repugnantes manoseándome y evacuándome su mierda; física, mental y espiritual”
Vio pasar en dirección contraria un par de patrulleros a toda marcha y fanfarria de luz y sonido. Alguien lo habría hallado, ya. Ni bien llegara a una costa, arrojaría el .38 y los guantes con pólvora lo más profundo que pudiese. lgual, no estaba registrado a su nombre.
Encendió la radio, un cigarrillo y se sintió libre. Por primera vez en su vida.