martes, 30 de abril de 2013

LOGONAUTAS


En una guardia a cuyo frente se encontraba un médico dedicado y “benévolo” había un letrero en la puerta del despacho de este doctor que decía: “Consultorio del doctor. Por favor golpee”. El médico se vio llevado a la desesperación, y finalmente a capitular, por un paciente sumamente obediente, que jamás dejaba de golpear cuando pasaba delante de la puerta.
                                                       Gregory Bateson


-Usted, doctor, se ajusta al pensamiento plenaórico, que es de las matemáticas, y eso le impide coteborizar lo que intento decirle.
-Oh, no, yo no me ajusto a plenaoria alguna. Precisamente, si eso hiciera, acotaria las tangentes coteborizantes a esquemas que no seria capaz de entender, y sin embargo lo hago –respondió el doctor, adentrándose en el juego que el paciente proponía, intentando efectuar lo que en teoría había aprendido como “doble vínculo terapéutico”, que indicaba exacerbar la psicosis en el sentido que el sujeto propiciaba, con la finalidad de alcanzar cotas de absurdo que acabaran con ese caprichoso ardid semantico, con el cual pretendía exorbitar los contextos culturales comunes. Si bien era conciente de que tales manejos del idioma -rígidamente afirmados en estructuras tan básicas que devienen inconcientes- eran propios de un síndrome bastante frecuente en este tipo de patologías, había elementos en aquel individuo que lo distinguían en un sentido por demás interesante en términos profesionales, mas algo inquietantes en cuanto a la puesta en evidencia de factores que colisionaban con el sentido común, y más aún, con premisas elementales del pensamiento ajustado al método propio de la ciencia. Del trato cotidiano con él había creído observar que, cuando el detritus significante entre tanta palabra inventada espontáneamente le sugería alguna idea mas o menos concreta, esta comportaba una suerte de anticipación visionaria. De hecho, el doctor llegó a pensar que, de desentrañar más o menos fidedignamente los crípticos mensajes que el extraño neologista emitía, obtendría información respecto de eventos que seguramente iban a ocurrir en un futuro cercano.
Por cierto, no lo había comentado con nadie, por cuanto el derrotero lógico de las conclusiones apuntaría a que lo asimilaran a él mismo a los psicóticos, en esa presunción tan usual que supone que el contacto diario con enajenados termina por desestabilizar la psiquis del terapeuta.
Por otra parte, debía estar alerta si pretendía caminar por aquel angosto desfiladero entre contextos de interpretación común y otros de comportamiento aleatorio, sujetos a tropismos cuya interrelación caprichosa generaba estructuras inestables. Máxime teniendo en cuenta que esas caóticas composiciones, en este caso, parecían despertar facultades difíciles de procesar desde nuestro statu quo cultural.
-Usted dice solo quemites para que yo me anzurre. No esta funcomitando correctamente.
-¿Funcomitando? –Preguntó, saliéndose por un momento de la pauta, por cuanto tal forma verbal parecía guardar una relación mas apropiada con el supuesto significante.
-Funcomitando, si. Usted sabe –respondió, como si de alguna extraña manera diera un paso en dirección a una comprensión mutua mas ajustada a canones, como respondiendo a la actitud asumida por el doctor. Y añadió, fastidiado: -Haciendo funcionar las ruedas alrededor de un camino que ya conoce.
-¿Depende de mí que avancemos?
-Depende de usted que pueda funitrar como se debe; yo solo, sanatrego bastante bien.

Durante meses había tomado nota de las palabras inventadas, tratando de hallar un patrón, o al menos una minima recurrencia, sobre la cual comenzar a articular un ápice de relación coherente entre tales términos; pero había abandonado la confección de tal nomenclador por cuanto observó que las palabras jamás se repetían, ni una sola vez. Si existía un nexo relacional entre ellas, operaba en niveles lógicos inasequibles para él; y consideró que, siendo así, era mas probable que hallara algún sentido profundo si accedía a un hilo conductor en forma espontánea, intuitiva, dejando al extraño flujo lingüístico actuar libremente sobre él.
-Todo esto es sanargósico. Estoy cansado de estrupilenos. Y usted, doctor, haría bien en no altraconizarse de limbusparsis. Están en su propia casa, y lo induflenigezarán ni bien se descuide. Ahora, déjeme plenipensar. Estaré nadando en la argofasia cuando lo vea arribar a usted, escatomorfo.
Andrajoso y ligeramente maloliente, el neologista se incorporó y abandonó el consultorio. A través de los vidrios sucios lo vio marcharse, con paso cansino, por los oscuros pasillos del hospital. “Están en su propia casa, y lo induflenigezarán ni bien se descuide”, había dicho, con esa característica sentenciosa que parecía adoptar su expresión cuando asumía aires oraculares. Al margen de las incógnitas, casi absolutamente imposibles de despejar, la formulación había ostentado un fuerte tono de advertencia. Dos puntuales interrogantes lo alejaban de la interpretación taxativa. Uno: ¿quienes estaban en su casa? ¿Se refería a su mujer y a su hijo, a ocasionales visitantes, o a fantasmas o algo por el estilo? Y el otro: ¿Que corno habría querido decir con induflenigezarán? Tomo el comprimido que utilizaba para establecer la estática cerebral óptima en función de lucubraciones abstractas y esperó unos minutos que se metabolizara lo suficiente para ayudarlo en ese trance.
No bien comenzó a abstraerse en secuencias de patrones formales cada vez mas abarcantes, el ejercicio se convirtió en una especie de búsqueda clave, de frente a un episodio que podía dar un vuelco absoluto a su vida. Eso sintió, con la certeza propia de quien esta aproximándose a una revelación trascendental. Sin embargo, unos leves pruritos, referidos a la cruenta pérdida de resguardos que parecía estar experimentando, lo alertaron en el sentido de que podía estar metiéndose en una corriente de cuyo flujo le costaría salir, y ello si aún podía hacerlo. Pero la inminencia de la resolución del dilema que separaba los contextos psicóticos de otros validados por convencionalismos lo llevó a internarse aún mas; la pasión que lo había impulsado a abrazar esa profesión se renovó con energía inusitada. En un momento supo que el lenguaje era básicamente algebraico, que no importaban las palabras sino la relación entre las mismas; entendió por qué solían asimilarse estos estados a metáforas de iluminación, y un abismo se abrió en su mente. Un abismo tal que los diques cedieron estrepitosamente, y de golpe pudo comprender cada una de las lógicas que habían empleado todos los pacientes que había intentado en vano asistir, a lo largo de su carrera.
Pero un factor de su vida -uno sólo que eran dos-, lo había alejado durante todo ese tiempo de la síntesis esclarecedora a la que acababa de arribar. Salió corriendo del hospital, subió a su auto, manejo enloquecidamente, tergiversando toda señal de tránsito, semáforos, gestos e insultos de los estupefactos conductores. En la esquina de su casa chocó violentamente contra otro vehículo, y se lastimó la frente. Sangrando, hizo caso omiso de los improperios y exigencias del damnificado y caminó resueltamente hacia su casa. Su mujer e hijo, advertidos por el ruido del choque, habían salido a la calle y corrían a su encuentro, alarmados.
-¿Que pasó, por dios, estás bien? –Dijo uno de ellos, pero el doctor no entendió lo que decía ni supo cuál de ellos le había hablado.
-Ustedes desbunfijaron mi stratus –fue su respuesta, formulada mientras los señalaba con índice acusador. Su mujer pensó que era efecto del golpe. Lo siguieron, intentando contenerlo, pero no había forma. El doctor entró en la cocina, tomó la cuchilla de tronchar y, presa de una furia ineluctable, partió la cabeza de ambos.

-La estringofrenia no es lo que fluctúa, doctor –dijo el neologista. –El problema son todos esos negofunticios hiperclibantes.
-No olvides los disfunctios. Son capaces de obtruficar la sinanteria del avifunzor mas certofalante –respondió el doctor, desde la cama contigua. -Y ahora déjame en paz. Ciertamente los oligotracios son peores que los negofunticios en eso de descalibrar escolontes trascendentales. Así que tené cuidado.
La noche, en tanto, caía sobre los lúgubres ventanales del pabellón.
(Y ya que estamos, pensemos cuidadosamente si esta expresión final tiene más o menos fundamento empírico y/o sentido objetivo, que las que acaban de pronunciar nuestros amigos logonautas.)