martes, 20 de marzo de 2012

UN MACHO ALFA NO TOMA COCAÍNA

Milo Manara


Soy bastante misántropo; digo, sin entrar en explicaciones o justificaciones -que aburrirían sobremanera al lector, por cuanto este tipo de tendencias obedece a causas tan baladíes como poco originales-. Pero la insistencia de Renato y una térmica que alcanzaba los 40º centígrados terminaron por convencerme. Allí fuimos, entonces, a una casaquita en City Bell a gozar de tragos, agua y sol; también, si había suerte, de especímenes humanos femeninos de ésos tan bonitos como inestables.
Llamamos a la puerta y dudé que se oyera algo, entre la algarabía festiva que se desarrollaba en el interior. En el estéreo sonaba el “Chan Chan”, del viejo Compay:
“De Alto Cedro voy para Marcané
Llego a Cueto, voy para Mayarí”
-¿Música cubana en este ambiente burgués?
-No me vengas con remilgos de esa índole, ¿querés?
-Es una observación, nada más.
-Ya vas a observar. Te vas a quedar bizco con lo que vas a observar.
El objeto de su insinuación no tardó en abrirnos la puerta. Una morocha pulposa y bonita, apenas cubiertas sus exquisitas redondeces en una minúscula bikini, con mirada luminosa y llena de vida nos invitó a pasar, dedicándome una amplia sonrisa, al tiempo que me decía:
-Vos debés ser Cratilo, ¿verdad?
-Antes de verte a vos estaba seguro que lo era, pero después de semejante shock no sabría decirte.
-Escritor, tenías que ser…
-No soy escritor…
-Bueno, eso que lo juzguen los demás. Para mí, sos escritor, y de los buenos. De los que me gustan a mí, bah. Pero vení que te presento a la gente (no necesitaba mirar a Renato para adivinar los bajos sentimientos que me echaba encima, a partir de su falta de protagonismo y la casi total indiferencia con la cual la hermosa mujer lo había recibido).
Salimos a un extenso solárium lleno de mesitas y un bar muy bien provisto. Me presentaron un fulano de ésos que no se quita los borceguíes, los clippers Ray-Ban y su ropa símil combatiente, de esas que tan mal cuadran a los maricones que la van de qué sé yo qué. ¿Es ocioso aclarar que me cayó mal?; un par de burguesitos a los que llamaré “tonto y retonto”, los que, a pesar de su zoncera, andaban en traje de baño, y tres o cuatro chicas más, de las cuales resaltaba una, por sus voluptuosas formas. Claro, era la hermana de la otra. La primera, se llamaba Gloria, y la segunda, Milagros. Más allá de los tufillos escatológicos, aquellas ninfas tenían los nombres muy bien puestos. Sí, señor.
-Pónganse cómodos. Allá están los baños y vestuarios.
-Primero me voy a refrescar por dentro. Dije, mientras me preparaba un mojito con Havana Club, bitter Angostura y hierbabuena de la posta.
-¿Qué te preparaste? -Me preguntó Gloria, que seguía interesada en mi persona. (¿Debería decir que soy escritor? Por lo menos, en este sentido, parecía dar dividendos. Pero me inclino por pensar que más allá del rótulo, lo que las atraía era mi paradójico desparpajo entusiasta respecto del sexo. Si nosotros, hombres necios, fantaseamos e idealizamos estas cuestiones, les aseguro que las fantasías femeninas disparadas alcanzan niveles que los machos no podemos siquiera soslayar desde las bastas lejanías de nuestra linealidad erótica).
-Un mojito, ¿querés?
-Dale, a ver cómo te sale.
-Me sale bárbaro. El toque de Angostura (todo un detalle) lo aprendí en el bar “El Gallo”, de La Habana. Lo hacen mucho mejor que en “La Bodeguita…”
-Ah, ¿sí? -preguntó Gloria.
-Que no te empiece a hablar de sus viajes… -dijo Renato, en el primer arresto de su macho que pretendía ser alfa pero que apenas alcanzaba una categoría ignota más allá del omega. Era tan obvio y tan imbécil que, en su sorda necesidad de competir, no hacía más que facilitarme las cosas.
-No te metas -dijo Gloria, y agregó: -A mí me encanta oír esa clase de historias; máxime si las cuenta un escritor del fuste de tu compañero…
-De fuste, y un carajo -dijo Renato, fastidiado.
-En este país cualquiera es escritor, o por lo menos la va de tal -terció el bobo vestido de combatiente, y me superó:
-¿Vos eras..? -Pregunté con sorna, en una actitud que me disgusta pero a la que soy arrojado asiduamente, en el trato con mis ¿congéneres?
-Yo soy Rafael -respondió, visiblemente mosqueado.
-¿Y dónde combatiste?
-¿Por qué preguntás eso?
-Porque sos otro payaso superficial que se pone blusón de combate, borceguíes, y sigue siendo un maricón de mierda. Mirá, Rambo, no me vuelvas a dirigir la palabra, ni te refieras a mí, porque vas a recibir tu bautismo de sangre. Y le vas a tener que pedir a tu mamita que te lave el disfraz antes de carnaval.
-Ah, sos guapo… -se animó a decir, finalmente.
-Guapo sería si le pegara a un hombre. Pegarle a un payasito fatuo y que juega a la mascarita no me hace guapo. Al contrario, en el barrio de la Loma me dirían “aprovechado” y me gastarían durante meses por pegarle a una marica.
-Bueno, parece que la cosa está tomando un tono que no me gusta, así que me voy a ir.
-Mejor, andate antes de que se ponga morado.
Me dio un poco de pudor, así que no esperé que se vayan (Rambo y su esbirro, quien al parecer era mudo, o algo así) y me arrojé a la piscina. Nadé por debajo del agua hasta el otro borde. Cuando emergí, las dos o tres muchachas y el resto de los pibes también se habían ido. Seguramente en solidaridad con los maricotas
-¿Cómo hiciste eso? -Me preguntó Gloria, al parecer dispuesta a seguirme hasta el baño.
-¿Cómo hice qué?
-Nadar todo el largo por debajo del agua…
-Es fácil. Tenés que tomar mucho aire y después nadar rápido.
-Estoy tentada de hacerlo.¿No me esperarías de aquel lado?
-Ok, pero saltá desde el borde. Eso te dará unos metros de hándicap.
-Listo. Ahí voy -anunció, y dio con su extraordinaria humanidad en el agua. No sé si fue buena idea hacerla saltar desde el borde, porque cuando emergió, un metro o dos antes de llegar, tenía el seno derecho totalmente fuera de la parte alta de la bikini. Era embelesador, así que mientras se festejaba a sí misma por su performance, yo no podía quitar la vista del delicioso y húmedo pecho. Hasta que se dio cuenta, y no tuvo mejor idea que abrazarme, (¿para ocultar la teta o para provocarme una excitación más allá de toda escala?). La cosa es que, notando mi erección, puso su pierna entre las mías y comenzó a frotarse. Tuvimos un orgasmo público, babeante y sostenido. Era más de lo que Renato podía soportar, así que cuando salimos del agua a prepararnos tragos, mencionó como al paso que no iba a nadar en una piscina en la que flotaban algo así como babas de diablo, y se puso a hacer piruetas (una especie de gimnasia de piso berreta), como demostrando que él sí era capaz de proezas físicas. Resultaba demasiado obvio y patético.
Y entonces, a la luz de la total indiferencia de las mujeres, soltó el maldito desafío:
-Ya que nadás tan bien, ¿te bancás una carrera ida y vuelta?
-¿Contra quién? -Le pregunté capciosamente, desmereciendo con sorna sus posibilidades.
-Ah, tenés miedo…
-¿Miedo a qué? Dejame tomar unas copas tranquilo, nene; si te portás bien mañana te llevo al zoológico -las mujeres festejaron con ruidosas carcajadas. Renato se puso verde. La cosa es que rompió tanto las pelotas que finalmente le di el gusto. Eran 50 metros sin zambullida, y pese a que el muy turro se impulsó con los pies en el borde, le saqué casi 20 m. Las mujeres vivaban y aplaudían.
-¿Ya está? ¿Te dejás de joder, ahora? -Pregunté a Renato. Él meneó la cabeza, me acusó de haber hecho trampa -endilgándome la propia- y sacó un tubito de merca. Calculé que había al menos 5 grs. Desparramó un poco sobre la mesa, al tiempo que decía como para sí mismo:
-Vamos a hacerlo más interesante.
No iba yo a andar dando ventajas en aquel contexto, así que jalamos sendas y sustanciosas líneas. Y corrimos. Volví a ganar. La hicimos más larga -ida y vuelta/ida y vuelta- y volví a ganar. Y corrimos. Y volví a ganar. Y corrimos. Y jalamos. y volví a ganar. Y corrimos. Y jalamos. Y volví a ganar. Estaba exhausto, pero no iba a dar el brazo a torcer. Máxime cuando Renato ya trastabillaba entre carrera y carrera, por lo menos hasta llegar a la mesa adonde estaba la cocaína. Finalmente reconoció su derrota.
-¡Al fin! -Exclamó Gloria. -Ya me estaba aburriendo esta contienda de machos alfa pujando por el poder sobre las hembras. Vení a descansar -me dijo, mientras sin admitir discusión alguna me tomó de la mano y me llevó hacia una habitación al fondo. Yo estaba bastante agarrotado (me refiero a músculos más nobles que el que están pensando, sugerido por el “garrote implícito en la descripción anterior) y sospechaba que lo que menos iba a hacer con semejante ninfa era descansar.
Me hizo pasar a una habitación con muchos almohadones y tapices de estilo hindú (Ganeshas, Kalis, Krishnas y toda esa clase de cosas); puso un CD que al parecer fusionaba mantras, sonidos modernos, instrumentos tradicionales, sintetizadores, etc. No estaba mal. Menos cuando me empujó sobre un gran almohadón con borlas multicolores, me quitó el traje de baño y me dijo que me relajara y mirara. ¡Relajarme!, con el espectáculo que sobrevendría, como para relajarse, uno.
Se puso unos cuantos velos transparentes y comenzó a danzar, muy al compás; tímida al principio y luego alocándose, al ritmo oriental que favorecía la transición. Y más tarde -tan sensualmente como jamás había yo siquiera imaginado en los febriles ensueños de mis mejores pajas-, fue quitándose la poca ropa que traía, envalentonada por una erección que me hubiese costado mucho ocultar, en caso de haberlo querido. La cosa fue que, ya a punto los dos, se arrojó de rodillas frente al almohadón y se llevó el miembro a su boca. Yo ya pensaba en sacarla de allí y penetrarla, pero ustedes saben que muchas veces cuesta más de la cuenta dar por terminada tajante y unilateralmente una fellatio. En esa disquisición estaba cuando, al tiempo que golpeaba a la puerta, Milagros decía:
-Che, gente, ayúdenme, que el estúpido de Renato dice que se va a morir.
-Que se muera -dije, más que molesto por la interrupción.
-Todo bien, que se muera -concedió-, pero no en mi casa y atiborrado de cocaína.
-Tiene razón -acordó Gloria, mientras mis acciones bajaban a ojos vista.
Fui a hablar con él. Realmente, se lo veía MAL. Tanto así que se me pasó el resentimiento. Cuando lo dejamos en la esquina de la clínica le pregunté si llegaría a ingresar antes del colapso, por lo que me pidió que lo acompañe.
-Estás loco. Ya tengo bastantes problemas con la ley para andar haciéndome el generoso. Andá, metele, antes de que sea tarde. Y acordate que conmigo no estuviste.
-Con nosotras tampoco -dijo Milagros.
-Ah, que gauchitos que habían resultado -la ironía hubiese sido más efectiva si no hubiese sido por los rictus de dolor agónico. Se fue, agarrándose de la pared. No nos quedamos a ver el resultado; nos fuimos de allí rápidamente y sin remordimientos. El boludo se la había buscado.
Volví a la casa rápidamente. Estaba dispuesto a terminar lo que había empezado. Encima ahora tenía dos bellezas para mí solito. Tal vez Milagros no estaría de acuerdo; pero una sola de ellas era una recompensa y una gratificación inusual.
Milagros se hizo rogar lo suficiente como para dejar tranquilo su prestigio y luego se sumó a la fiesta intimista. Yo estaba como un infante en Disneyworld.
Volvimos al teatro brahmánico y esta vez la cosa empezó con sugerentes juegos a cargo de las hermosuras aquellas. Estaban más que dispuestas a volverme loco; y con toda seguridad lo hubiesen hecho si un incipiente dolor como de contractura en el plexo solar no me hubiese dado la alarma que estaba en condiciones similares a las del pelotudo de Renato. Tuve una sudoración explosiva. Traté de relajarme, para evitar el agudo dolor que había dejado en un grito al imbécil de mi amigo, pero fue en vano. Me dio algo así como un calambre tremendo en todo el cuerpo. Me embargó un dolor imposible de graficar, debido a su intensidad asesina. Sabía -luego de la experiencia del imbécil de mi amigo- que no les gustaba nada a aquellas minas -sobre todo a Milagros- refugiar a las víctimas de sobredosis de cocaína y competencias de natación combinadas en serie. Solamente a un estúpido como yo podía ocurrírsele seguir el tren de un boludo de puro ego, nomás. Salí, agarré mi remera, una botella de ron (buen miorrelajante, si los hay) y me fui. Las muchachas casi ni me preguntaron qué me pasaba, tan obvio era. Me subí al Dodge 1500, lo puse en marcha y oí que Milagros decía a su hermana:
-¡Qué par de boludos, los tarados éstos!
-Psé.
-Al final nos hubiéramos quedado con el Rafa y su amigo. El Rafa será cagón, superficial y todo lo que quieras; pero al final te termina empernando.
-Psé.
No pude oír más, un poco porque hería mis sentimientos y bastante porque se me salían los ojos de dolor y contracciones musculares. Así que arranqué y estacioné a la vuelta de la esquina. No estaba en condiciones de manejar, apenas si me podía mover. “Cuando se me pase voy a ir a lo de Renato y lo voy a cagar a trompadas”, pensé. Pero al final, apenas recobré algo de movilidad y mi estúpido ego me soltó el cuello, me fui a casa a descansar. Ya habría tiempo de ajustar clavijas.