jueves, 10 de noviembre de 2011

PUTA LA MADRE, PUTA LA HIJA…

 
Manara

Cuando Renato me vino con la invitación pensé que no era buena idea (todavía era joven; aún no había aprendido a hacer caso a la primera impresión, ese flash intuitivo que ayuda sobremanera a escurrirle el bulto a situaciones desagradables). Pero debido a su insistencia, y a la eventualidad de que hubiera alguna mina suelta, decidí aceptar el convite. Tal vez llegara a resultar más interesante que permanecer en casa, sentado en la oscuridad, bebiendo, fumando y mirando estúpidos programas de TV mientras esperaba que alguna idea trasnochada me condujera a la máquina de escribir para pergeñar dislates que tiraría a la basura a la mañana siguiente, más por la depresión propia de la resaca que por la siempre dudosa calidad de mis lucubraciones.
La cosa era que Lina, una Licenciada en Arte con ínfulas, organizaba una reunión onda tertulia de corte intelectual, y prácticamente le rogó a Renato que me llevase. O andaba corta de relaciones, o tal vez fuese que yo estaba escalando posiciones en el macilento under vernáculo. La cosa que allí fuimos.
Entramos a una casa bastante señorial, aunque de construcción moderna. Nos recibió su pareja, el Piraña, un individuo muy corpulento, morocho subido y de tupida barba. Yo lo conocía, del algún que otro antro de bebidas y otras drogas -que por ese capricho sociológico sustentado, como todo, en intereses propios del Mercado, son condenadas a la ilegalidad-. Nos sirvió sendos vasos de gin Seagram’s Extra Dry con jugo de pomelo. En los parlantes de un estéreo de la gran puta sonaba Bob Marley. Tres parejas que andaban por los treinta o cuarenta años, sentadas a la mesa del living, me miraban con curiosidad. Hechas que fueron las presentaciones, nos sentamos.
-Así que vos sos Cratilo -me dijo una rubiecita, con aire de muñeca, pecosa y todo. Se podía ver un buen par de tetas sobre la altura de la mesa.
-Ahá. ¿Y vos sos…?
-Poupée, la hija de Lina. Me gusta lo que escribís.
-Qué suerte. A mí no tanto.
-¿Cómo es eso?
-Dejalo, -terció Renato. -Está haciendo su personaje.
-Pasa -comenté- que a Renato se pone muy molesto cuando no es el centro de atención, aunque sea por un instante. -Todos rieron, menos él.
-Ni que lo digas -asintió una voz femenina a mis espaldas. Me volví para ver una mujer gorda, rubia, exageradamente maquillada (había que ver el carmín de sus labios) y enfundada en una especie de solero estampado de flores, que la hacía lucir como una hectárea de jardín ambulante. Cavilé que si uno la miraba más de diez segundos podía quedar impotente para siempre. En todo caso, era una visión para tener en cuenta al momento de verse en la necesidad de retrasar orgasmos.
-Mirá quién habla -señaló Renato, airado.
-Así que vos sos Cratilo…
-Lo mismo acaba de decirme tu hija. Vos sos Lina, ¿no?
-Encantada de contar en esta reunión con un escritor tan interesante.
-Bueno, hubieras invitado alguno, entonces.
-¿Ves lo que te digo? -Intervino Renato, decidido a remarcar mi supuesta falsa modestia.
-Bueno, querido -observó un melenudo canoso que tenía colgada de los hombros a una pelirroja de mirada alocada, muy inquietante en más de un sentido, si me interpretan-, es mejor que lo que hacés vos, que es todo lo contrario.
-¿Qué hago, yo?
-Autobombo. Acá, el hombre, en todo caso se manifiesta humilde. Vos en cambio vivís magnificando cualquier boludez para darte corte.
-No, pero…
-Sí, Renato -concedió Lina-, dejate de negar la realidad.
-Váyanse al carajo.
-¿Y sobre qué escribís? -Me preguntó una mina muy fea, a la que le faltaban un par de incisivos superiores y, por lo que se veía, un buen baño y ropa limpia.
-Guarradas -respondió Renato por mí. -Se hace el héroe a su pesar, como ahora; cuenta las que gana, las que pierde no. Y si las cuenta, invierte los roles para que el perdedor sea el otro.
-Che, te calentaste en serio… -observó el Piraña.
-No, pero es cierto -me apresuré a dar la derecha a mi ofuscado amigo.
-¿Viste? -Se regodeó Renato.
-Claro -proseguí-, pasa que si la idea es desarrollar un personaje con el que el lector pueda identificarse, sentir empatía, o cariño, o lo que sea, y al propio tiempo que el pastiche resulte al menos entretenido, no puedo poner como protagonista a un opa, ¿no es cierto?
-Ah, vos sos tu personaje… -interpretó el tipo que estaba con la desdentada, casi tan feo y mugriento como ella.
-Digamos que utilizo la primera persona, y parto de eventos y situaciones que ocurrieron alguna vez. Cada vez que quise inventar algo descubrí que mi azarosa vida me proporcionaba material muchísimo más extravagante que cualquier imaginería. Y, respecto de la relación con mi personaje, supongo que es asunto para tratar con un psicoterapeuta. ¿Podemos hablar de otra cosa?
-Dale, Ignacio -indicó Lina al Piraña-, traé algo de comer, que si no vamos a quedar dados vuelta, tomando gin con el estómago vacío. -Y mientras el Piraña se dirigía a la cocina, agregó: -Y abrite un par de vinos. Pasa, Cratilo, que tenemos un grupo de lectura, acá, con esta gente, y hace como un mes que estamos leyendo y comentando tu material. (Casi me ahogo con el trago de gin. Pero aguanté, sólo me lloraron un poco los ojos)
-Ah, qué honor -dije, carraspeando.
-A mí me divierte mucho -dijo el jovenzuelo que se sentaba al lado de Poupée, aparentemente tan tímido como lo expresaba su lenguaje corporal.
-A mí, en cambio, me resulta algo simple -dijo el melenudo canoso, mientras efectuaba pitadas cortas para encender una pipa.
-I am a simple man, so I sing a simple song -canturrée el viejo tema del viejo Nash, sin que me importara tres carajos el comentario. Más que nada, por lo obvio. Y menos iba a enojarme cuando mis narinas me indicaron que el contenido de la pipa no era precisamente tabaco.
-Pero más allá del estilo o la calidad del material, yo diría que la principal crítica que puede hacerse es de corte ideológico -dijo la pelirroja, que por lo visto tenía miedo de que el melenudo canoso se le escapara, ya que permanecía colgada de sus hombros.
-Sí, es mi punto flaco -concedí-. Siento que debería comprometerme más, en un sentido político. Pero no puedo ir contra mi impronta. Aparte, con la lacra ésta que está en el poder… (cabe señalar aquí que estos acontecimientos tuvieron lugar hace casi dos décadas atrás)
-No, ¿quién habla de eso? -Intervino la desdentada mugrienta. -Nosotros nos referimos al tufillo machista y homofóbico que dejás trasuntar cada vez que tenés oportunidad.
-¡Otra vez! -Reaccionó su feo partenaire. -¿Sabés como me tenés con el rollo ése del feminismo? Dejalo, al loco, che… estamos en democracia, ¿no? Cada uno puede pensar como se le canta el ojete.
-Sí, y todos tenemos el derecho a opinar; y a criticar, también.
-Está bien, no nos ofusquemos -tercié, mientras me servía un buen vaso de un tinto clásico de Bianchi, uno de mis preferidos de todos los tiempos. -Machista, no soy; y si mi personaje a veces bardea con cosas que pueden interpretarse de ese modo, lo hace como recurso dramático, nada más. El hecho de contar un asesinato en primera persona no te hace asesino, ¿verdad?
-Sí, pero…
-Y homofóbico, menos. Si hay algo que me gusta en este mundo, son las lesbianas.
-¡Eso es de lo más machista que he oído en mi vida! -Vociferó Lina.
-¡Es un animal! -Gritó a su vez la desdentada mugrienta, y el feo la embocó de revés. Eso seguramente explicaba tanto la falta de piezas dentales como su aversión por el machismo. -¿Qué hacés, pelotudo?
-¡Cerrá un poco el ojete, imbécil! ¡Me tenés podrido con eso del feminismo, y qué sé yo cuánto!
-Tiene sus motivos, la pobre, para hablar de machismo -observó Poupée, mientras se incorporaba y le decía al chico tímido: -Vamos, Hernán. -y se fueron. La desdentada mugrienta también se incorporó, algo llorosa, para dirigirse al baño.
-Sos un animal -dijo Lina al feo, y yo pensaba qué culpa tendrían las criaturas de dios.
-Loco, ahora cuando vuelva, le pedís disculpas -le dijo el Piraña, en tono imperativo (reforzado por su apariencia, la que ya de por sí intimidante, se veía más aterradora entonces, por cuanto la furia se le escapaba por los ojos).
-Loco, pasa que…
-Pasa que nada, o le pedís disculpas o el bife te lo pego yo.
Cuando la desdentada volvió, el feo se disculpó y todos contentos. Más que nada yo, por cuanto había dejado de ser el objeto de una especie de lapidación ideológica y estética.

2
Seguimos conversando, bebiendo y dándole a la pipa. Fuimos perdiendo la forma humana a ojos vista, y las lenguas comenzaron a denotar graves dificultades de articulación. La desdentada y el feo habían quedado sumidos en un silencio depresivo. Los demás hablábamos sin mucho criterio de temas varios, hasta que la conversación se centró en el sexo. La colorada, entonces, ya no se conformaba con permanecer colgada como un perezoso del hombro del melenudo, sino que comenzó a besarlo y a acariciarlo. Su excitación era visible. Tanto así que se fueron para adentro, seguramente a zambullir el pato. Tal cual, ya que a los pocos minutos pudimos escuchar verdaderos bramidos de placer. El melenudo y la pelirroja parecían estar en una cámara de torturas más que en una sesión amatoria. A nadie parecía llamarle la atención; así que, aunque se me ocurrieron varios chistes al respecto, no dije nada.
La dueña de casa fue a la cocina, al parecer a preparar algo para los invitados. Me sorprendió que no le indicara al Piraña que se ocupara, como había hecho hasta entonces. Y me sorprendí cuando me llamó con no recuerdo bien qué pretexto. Y me sorprendí más aún cuando entré e intentó besarme… brrrrr! Huácala! Aparté la cara y entonces me manoteó el bicho, farfullando aires soeces.
-Pará, loca, que está el Piraña ahí -la conminé, más que nada pensando en mi integridad física. Pero la gorda seguía, muy borracha y excitada, frotándome el bulto y diciendo que no pasaba nada. Y resulta que debido a mi propia ebriedad (o a pesar de ella), al entusiasmo de Lina, al tiempo de inactividad que llevaba, y sobre todo a los gritos y gemidos de la pelirroja que llegaban claramente desde el cuarto lindante, se me empezó a poner dura. La gorda, ni lerda ni perezosa, se arrodilló y dio inicio a una formidable mamada. Mis pruritos estéticos se hacían añicos ante tamaña solvencia, y si bien supuse que más luego iba a arrepentirme, estaba demasiado borracho como para reaccionar; y a decir verdad, el eventual ingreso del Piraña cada vez me preocupaba menos. Así que cuando se incorporó, giró sobre si misma, revoleó la falda del solero y se bajó los calzones, se la metí de un saque. Hay que reconocer que era difícil errarle a semejante túnel. Se apoyó sobre la mesa, yo me afirme, cerré los ojos, presté atención a la efusividad de la colorada (que parecía no parar de tener orgasmos), hice un montaje entre las sensaciones de mi piel y la imagen mental y sonido real de la fornicante vecina, dí un par de empujones y estallamos al unísono. Eso sí, sin hacer barullo. Me limpié con una servilleta de papel, hice un par de arcadas y volví al comedor. El Piraña me miraba, risueño. No, si la cosa iba a terminar para la mierda. Poco después entró la gorda con una bandeja de masas finas y una botella de champagne. Yo, por más en pedo que estaba, no conseguía entender cómo me había cogido eso. Oímos un griterío infernal desde la habitación donde garchaban el melenudo y su chica, y luego el batifondo sexual amainó casi hasta un murmullo, que no dejaba de ser excitante ¡Oh, la imaginación…!
Y si el Piraña me miraba risueño, Renato me dedicaba una expresión de sorna que me revolvía las tripas. ¡La que me iba a tener que aguantar!
El feo y la desdentada mugrienta se fueron muy ebrios y algo down, luego de la escena que habían protagonizado y la puesta de puntos a cargo del Piraña.
Renato, por supuesto, se quedó para el champagne (mirá si se lo iba a perder). Y todos sabemos lo que es el champagne cuando uno YA está borracho. Letal. Tanto que cuando pintó la segunda botella, se excusó y dijo que se iba.
-Vení hasta la puerta, acompañame a ver en qué condiciones se va el loco éste -me pidió el Piraña.
-Ok, de pasada yo también me voy.
-No, loco, ni lo sueñes. Vos te quedás (kilombo en puerta)
-No, pero me tengo que ir.
-Bueno, te vas después que hablemos.
No hicimos más que salir a la calle que Renato se apoyó contra un árbol y vomitó. A continuación se echó una soberana meada.
-Loco, ¿por qué no cagás, también? -Le preguntó el Piraña.
-No le des ideas... ves, tendría que acompañarlo…
-Ya te dije que tengo que hablar con vos.
-Bueno, dale, hablá que me voy.
-No me apurés, gil.
No cabían dudas que quería ajusticiarme por haberme cogido a la gorda casi frente a sus narices. Y una cosa que aprendí es que cuanto más grandote y/o poderoso el adversario, más convenía pegar primero y si es posible un golpe de definición. Así que, medio tambaleante, busqué distancia y ángulo y le tiré un derechazo a fondo. El loco cabeceó el golpe y yo dí casi un giro completo sobre mis pies antes de caer de culo.

-Oíme, idiota -me dijo desde lo alto (que más alto parecía en tanto yo estaba con el culo sobre las baldosas), si me hubiera molestado algo, ya te habría masacrado.
-Es bueno escuchar eso.
-Esperá que le consigo un taxi al pelotudo éste y hablamos. No te vayas a ir, eh.
-Oíme, payaso -me dijo una vez que depositamos los despojos de Renato en el coche de alquiler-, ¿vos pensás que me voy a enojar porque te cogiste a la gorda?
-Y qué sé yo…
-No, boludo, al contrario, te agradezco. Y vos no sabés cuánto.
-¿Sos swinger?
-No, nada que ver. ¿Vos te creés que estoy con la vaca ésa porque me gusta? No, querido, estoy por la guita.
-Ah, claro.
-A la que le quiero dar es a la hija. ¿Vos viste lo buena que está?
-Si, está rebuena. Lo que no entiendo es para qué me hiciste quedar. ¿Para contarme esto?
-Un poco, sí. No quería que pensaras que encima que tengo por mujer a una bestia como ésta, me mete los cuernos, viste.
-Si no estuviera tan en pedo diría que me estás gastando.
-Bueno, yo me la garcho por guita. Vos no tenés perdón de dios.
-Estoy remamado, qué querés que le haga.
-Vení, vamos a seguir con el champagne.
-Me estaba yendo, Piraña.
-No te vas una mierda. A ver si la gorda me quiere envainar a mí, todavía. Esperá un par de tubos de champagne más, que palma y me voy a dormir tranquilo.
-OK, me convenciste. Pero una pregunta más: ¿por qué no le pediste a Renato que te haga pata?
-Vos lo conocés, ya está nocaut. Y aparte te vomita por todos lados.
Entramos nuevamente, el Piraña descorchó otro champagne y puso un CD de música psicodélica muy tranqui, seguramente respondiente al plan de adormilar al búfalo. Entre el alcohol y el grotesco sexual que había protagonizado, casi me duermo antes que la gorda. Pero finalmente cayó, y el Piraña la apuntaló hasta su habitación. Cuando volvió, empiné la última copa y traté de incorporarme, pero casi me caí.
-Quedate a dormir ahí, en el sillón. Es cómodo.
La verdad, no tenía resto para rechazar el convite.

3
Sentí algo como un aliento alcohólico en mi cara. Se me partía la cabeza, así que me di vuelta en el sillón, pensando que era mi propio hálito que destilaba la enormidad de alcohol que había bebido. Pero cuando sentí una mano hurgando en mis pantalones me sobresalté. ¿Se habría despertado la gorda?
No. Entre luces y sombras pude ver el adorable rostro de Poupée. La dejé hacer, mientras comenzaba a frotarle las tetas que tanto me habían impactado rato antes. Nos besamos frenéticos, y casi milagrosamente -dado mi estado psicofísico- se me volvió a empalmar. Hay que reconocer también que, como decía el Piraña, estaba rebuena. Al notar mi reacción, me tomó de una mano y silenciosamente nos dirigimos al que debía ser su cuarto. En forma susurrante le pedí que se desvistiera ante mi vista, y, amigos míos, creo que me dio taquicardia. Era impresionante. La atraje hacia mí y metí la cara entre sus piernas. Ella arqueaba la columna a fin de ofrecer un mejor ángulo para que mi lengua juguetee, y se cansó de acabar. Luego se acostó, me subí sobre ella y gozamos un buen rato en clásicos disfrutes. Nada hubo de escabroso para mí esta vez, sólo amorosos deleites y retinas saturadas de belleza, elementos éstos que han llevado a más de uno al abismo. Tras lo cual le pedí que me traiga agua y aspirinas. Tomamos dos cada uno, y nos quedamos acostados acariciándonos entre las suaves claridades del amanecer y el canto tempranero de los pájaros. Un lujo, pero estaba seguro que si el Piraña me pillaba en ésta, mi suerte iba a ser muy distinta a la de la vez anterior. Así que mientras me vestía le pregunté, algo ilusionado:
-¿Nos vemos otra vez?
-¿Estás loco? ¿No te diste por enterado que tengo novio?
-Claro, tenés razón -acordé, aunque no entendía una mierda.

Mientras volvía caminando por la solitaria quietud del amanecer platense, se me ocurrió pensar que por suerte esa noche no había estado la abuela.