martes, 15 de noviembre de 2011

AGORA ME CHUPA

Namio Harukawa


-Qué hacés, Cratilo -me dijo Piero, mientras acomodaba un taburete al estaño del boliche de Pedro. -Che, Pedro, ¿me servís una grapita?
-¿Grapa, vas a tomar? Le pregunté.
-Si, necesito algo fuerte.
-¿Te pasa algo?
-No, me pasó. Vine porque necesitaba contárselo a alguien, y si no estás en tu casa…
-Ahá. Pero ando por muchos lados, yo.
-Por lo visto la ley de probabilidades está a mi favor -ironizó, mientras recibía su copa y encendía un Gold Leaf.
-Bueno, ya me encontraste. ¿Qué te pasó?
-Ante todo te aviso, a vos que sos bastante buchón: no vas a publicar nada de lo que te diga, ¿estamos?
-Estamos -acordé, pero los dos sabíamos que estaba mintiendo, que la eventual publicación sólo dependía de la calidad del material. Como él a su vez también falseaba las cosas, porque se jactaba de ser “el personaje principal” de mis historias, y siempre reclamaba la parte de un dinero de regalías que, obviamente, sólo existía en sus fantasías.
-¿Te acordás cuando nos encontramos en Río de Janeiro? (ver Orientación vocacional para ninfómanas) Bueno, resulta que una noche en un bar del Barrio de Lapa conocí una fulana. Mara, se llama. Es grandota y rellenita, viste, como me gustan a mí.
-A vos te gustan las gordas, loco.
-Gordas serán para vos. A mí me gusta agarrar carne, no hueso. Bueno, la cosa es que antes de salir del bar aquél, el Boteco da garrafa, se llamaba, o algo así...
-Si, se llama así, sí.
-Bueno, viste que hay partes que son oscuritas, ¿no?
-No sé, la única vez que estuve sólo conseguí una mesita en la calle.
-Bueno, eso también ayuda; digo, que haya tanta gente.
-¿Ayuda a qué?
-Mirá, antes de salir del bar ya nos habíamos echado un par de polvos cada uno.
-¿Cómo?
-Y, dale que va a la paja por debajo de la mesa, viste. ¿Sos boludo, vos? ¿Nunca la hiciste?
-No sé, pero tampoco ando por la vida alzado como una gata en celo.
-Y luego nos fuimos a su casa. Meta bola y pasale el trapo. Me quedé dos semanas.
-Me imagino.
-Íbamos poco a la playa. Entre el sol, el calor, y yo que me pasaba el rato mirándole el orto (a ella y a todas las demás garotas, claro), enseguida me ponía al palo y la sacaba a cachetazos para la casa. Le daba, por lo menos, tres o cuatro veces por día.
-No es tanto, tampoco.
-Ah no, boludo, hacete el poronga, ahora. Tres o cuatro veces pero en serio, eh, con tutti i fiocchi.
-Me imagino -comenté como al desgano, mientras terminaba mi ginebra y pedía otra.
-Sabés lo que era esa mujer… dinamita, era.
-Si, pero por lo que dijiste, venía en barril, no en cartucho.
-No te hagás el vivo, cogedor de bolsas de huesos.
-Seguite garchando bestias de ésas que te va a terminar subiendo el colesterol. ¿Y qué onda? ¿Venís a preocuparte ahora por una mina que te cogiste hace casi dos años?
-No, estúpido. Resulta que ayer, a eso de las tres de la tarde, me terminaba de bañar y emperifollar para salir con Laura y tocaron a la puerta.
-¿La gorda carioca?
-¡Sí, boludo! Casi me caigo de culo.
-¿Tanto rollo por eso?
-No, pasa que cuando me vine, me dio no sé qué cortarme, así que le dí mi domicilio. Qué mierda iba a saber yo que la loca se lo iba a tomar en serio. Me puse muy nervioso, y me parece que se dio cuenta de que todo ese asunto iba para cagada. La hice pasar, le serví un trago, mientras miraba el reloj cada vez que podía sin que me viera. El tiempo se me iba agotando, y casi me espanto cuando la loca se empezó a desvestir. Le dije que tenía un asunto que atender, y me respondió que había hecho miles de kilómetros para verme, y que lo primero que tenía que atender era a ella. Se desnudó por completo y me pidió que la esperase un segundo, que se iba a dar una ducha. Por un momento pensé en huir de mi propia casa, y si no lo hice fue porque supuse que, si lo hacía, los inconvenientes iban a resultar mayores.
-Supusiste bien. ¿Y qué pasó?
-Pasó que salió del baño sin siquiera secarse, y se me tiró encima, caliente como una yegua. Me dije a mí mismo que cuanto antes me la cogiera, más tiempo tendría para llegar a la cita con Laura.
-Tal cual.
-Sí, pero vos sabés lo que pasa cuando tenés que coger por obligación, y para colmo con los nervios crispados…
-No se te paró.
-No la podía levantar ni con un guinche. Y ahí entrás en el espiral ése en el que nada te gusta, que no hallás concentración… traté de disculparme argumentando que el verano de Río era distinto al clima del sur (y eso que hacía un calor de cagarse), y otras etcéteras. Cuando se cansó de sacudírmela, de mamarla, y de hacer todas esas cosas que hacen las minas cuando quieren alcanzar la solidez suficiente para metérsela, se incorporó, me miró con cara de pocos amigos y me conminó: Agora me chupa.
(Pasó largo rato antes de que pudiera recobrar mi ritmo respiratorio, perdido de tanto reírme. Piero, algo risueño también, prosiguió con su relato)
-Entonces, casi atolondrado por la necesidad de terminar de una vez con todo aquello, metí la cara entre sus piernas y empecé a trabajar. Sus labios estaban húmedos, hinchados, y muy calientes. Acabó tan rápido que me dio un par de segundos para ir por más. Su segundo orgasmo fue tan abundante que sentí los chorros en el pecho.
-¿Cómo, en el pecho?
-No sé, ella estaba con el culo apoyado en el borde del escritorio y yo estaba de rodillas. La cosa es que después de eso volvieron a tocar a la puerta. Que no sea Laura, que no sea Laura, pensaba yo, Por suerte era el boludo de Renato. Me vestí y le expliqué en tres palabras lo que ocurría, los dejé allí, agarré la moto y salí a los pedos para encontrarme con Laurita.
-Entonces, todo bien…
-Ojalá. Cuando llegué la loca ya se estaba yendo. Le dí un beso y entonces, con cara de asco, me dijo:
-Che loco, qué olor a concha que tenés.
Otra vez reí hasta el paroxismo. Piero continuó, haciendo caso omiso:
-Pasa -le dije- que tenía hambre y paré un segundo acá en la pizzería y me clavé dos porciones de anchoa con fainá. Cuando iba a pedir otra miré el reloj y salí rajando.
-Mataste dos pájaros de un tiro. La verdad que bajo presión pensás, vos, eh.
-Claro. Y ahí no termina. Cuando llegamos a su casa, me recosté y me relajé.
-Era hora, ¿no te parece?
-No sé. Se nota que la procesión hormonal también va por dentro, porque cuando la loca se puso mimosa, acabé antes de empezar.
-No tenés término medio, vos.
-Después me la cogí dos veces más. Ponelo así: si hay algo que Laurita no va a suponer, ni en sus más locas fantasías, es que un rato antes había estado metiéndole los cuernos.