lunes, 17 de septiembre de 2012

UN PELO DE CONCHA…

Olga Levchenko

El farol de la esquina oscilaba al son de un vientito húmedo, tan húmedo que se veía como vapor fluyendo en la mortecina luz. Entré en el bar. Allí estaba Lina, una mujer bastante mayor (unos sesenta, digamos) que servía los tragos y -al menos a mí-, aceptaba la cuasi-moneda con la que nos pagaban por entonces. Un símbolo de otro símbolo, ya que el oro estaba en las arcas de los de siempre. 
-Hola, nene -que así me decía-. ¿Qué vas a tomar? -mientras le daba un buen trago al vino blanco suelto, expresando placer en su rostro pintarrajeado y en sus ojos celestes permanentemente enrojecidos.
-Una cerveza de litro. 
Me serví un vaso.
-Mirá, nene, vos no sos para acá…
-¿Me estás echando?
-No, digo que acá sólo vienen viejos borrachos y frustrados, a suicidarse lentamente. Vos no sos para acá.
-Bueno, cumplo dos requisitos de tres. Para viejo, dame tiempo.
-Vos sos inteligente, sabés lo que te quiero decir.
-No tengo esa picardía anglosajona que tenés vos, pero me las arreglo.
-No empecés.
Y de nuevo salí con la vieja chicana.
-Lina “Jádson”, te llamás… -me referí a ella con pronunciación inglesa, y ella renegó:
-Yo soy argentina, nene, yo soy Lina Húdson -pronunciación criolla-. Ya te lo dije mil veces y no me hagás calentar.
En eso entró un tipo grandote, muy grandote, rubio, semicalvo y con mirada triste. Se sentó a mi lado, tomó un vaso usado quién sabe por quién y se sirvió de mi botella. Lo miré, pensando que si saltaba probablemente me aplastaría como a una pulga.
-¿Qué se piensa que está haciendo? -Lo increpó Lina. -La cerveza es del muchacho.
-Sabe qué pasa, doña, que no tengo un peso. Y en mi pueblo, si uno tiene trago, tienen todos.
-Váyase a su pueblo, entonces.
-Dejá, Lina, está bien.
-Bueno, tome esa copa y váyase nomás.
-No me trate como a un perro, señora, qu’ el mundo ya me ha tratáo así todo el tiempo.
-Dejalo, Lina. Si me aceptás los bonos, invito yo.
-Decí que en el mercado los toman, sino los echaba a la mierda a los dos.
-Gracias -Dijo el grandote. Una nube de tristeza lo rodeaba, como la humedad al farol de la esquina.
-¿Qué le anda pasando? -Pregunté.
-La vida, me anda pasando.
-Bueno, que yo sepa, para bien o para mal, nos pasa a todos.
-En mi caso es pa’ pior, vea.
-Siempre hay algo que lo salva, a uno -dije, sintiéndome un energúmeno escritorzuelo de libros de autoayuda. No contestó. Hizo bien.
-Oiga, hombre -terció Lina-, encima que viene a chupar de arriba tira una onda nefasta, diga. Por lo menos cuente cuál es la causa de tanta mala sangre, vio…
-No creo que lej interese mucho.
-Pruebe, a ver. Por ahí se saca el carozo del buche.
-Vengo desde Florencio Varela. Hasta hace un rato vivía allá. Salí con lo puesto. No tengo nada, las últimas monedas las gasté en el tren.
-No andará con problemas con la ley, ¿no? -Preguntó Lina, con el ceño fruncido.
-No, doña, quédese tranquila -respondió, y a continuación inquirió a su vez: -¿De veras quieren que les cuente? -Con la sorpresa propia de quien no está acostumbrado a que le presten atención alguna.
-Bueno, hombre, si quiere.
-La voy a hacer corta porque ya me siento bastante huevón. De chico solo conocí abandono y miseria, por decir nomás, vio; la cosa empezó en Piedra del Águila, allá al sur, en el Neuquén. Me enteré que andaban conchabando gente pa’ trabajar en la presa…
-Sí, la hidroeléctrica.
-Eso mesmo. Y allá juí.
-Pero eso fue hace una bocha -observé.
-No se priocupe, ya le dije que la vua’cer corta. Y tiene razón, por ese entonce’ no había mucho que hacé’, que no sea deslomarse en la obra y tomarse unos vinitos por áhi. Hasta que un día abrieron un cabaré, por áhi por la zona.
-Ésa me la veía venir -dijo Lina.
-¿Quién sos, vos, Walburga?
-No sé quién es ésa, pero por las dudas, andá a la puta que te parió. Sos muy pichón, nene; cada vez que entra al bar un tipo en este estado, hay una pollera de por medio.  
-Tenés razón. Estuve medio lento.
-¿Medio?  -Y dirigiéndose al hombretón: -Mire, si va a hablar guarangadas, recuérdese que soy una dama. No vaya a andar diciendo porquerías como suele hacer el puerco éste…
-¿Y cómo cree que le vuá podé contar…
-Ah, no sé, arregleselás. Es asunto suyo. Parece bruto pero no es para tanto.
-Bué, es como dice usté, señora. Como no había mucho que hacer aparte de hacer pastone', desparramar cemento, cavar, hacer cimiento', y esas cosas, los vierne’ y a vece’ lo’ sàbado también, noj íbamo’ p’al nái clú.
-Viste, “Húdson” -señalé, insidiosamente.
-Y bué, allí la conocí a la Olga. Claro que allí se hacía llamar Greta. Era bailarina de estrí tís, y el polvo salía un poco más caro…
-¡Le dije, hombre!
-Y bué, doña, qué quiere que le diga… somos todos grandes…
-Dale, Lina, dejá de hinchar las pelotas. Dejalo hablar tranquilo, como si no conocieras lo que es echarse un polvo…
-Mirá, nene, no empecés porque te rajo del orto, eh.
-¿Ves que vos también decís guarangadas? Bajá la botella de ginebra, dale.
-¿Vas a pagar?
-Eeeeh… ¿cuándo no te pagué?
Bajó la botella de Bols nacional y llené los vasos con restos de cerveza.
-Gracias -dijo el hombretón, y sentí que su gratitud era inédita en mi acervo experiencial. -La cosa es que dejé todo mi dinero entre sus piernas. Estaba güena, la loca. Y… -medio se detuvo y pispeó de reojo a Lina, que secaba vajilla y lo miraba con cara de pocos amigos.
-Déle, mándele -lo alenté. -Éste es un bar de hombres, al fin y al cabo.
-Es el bar de una mujer -aclaró Lina.
-No saben cómo chupaba la pija -continuó el grandote, de sopetón. Lina se puso roja, pero 1) la marea se le venía en contra; 2) éramos los dos únicos clientes en una noche desapacible; 3) estaba interesada por conocer el resto de la historia.
-¿Alguna técnica en especial?
-Todas, las ténicas. Nunca vi nada igual. Era capaz de llevarlo a uno desde el infierno al cielo varia’ vece’ seguidas, una artista.
-Y al final, ¿se la tragaba? -Lina hizo un visaje de agravio, pero no dijo nada.
-Le permito la falta de rispeto porque yo solito abrí el pico. Pero sí, como si fuera champán, en plena rebalsada, nomá‘.
-Si siguen hablando así van a tener que irse a terminar el trago a la plaza.
-Ta’ bien, doña, disculpe.
-Entonces se enamoró de ella, ¿no? -Aventuré, haciendo caso omiso de las amenazas de Lina.
-Yo sabía que una mujer así no era pa’ enamorarse; pero como ella me decía que me quería, y que quería rajarse del cabaré conmigo, empecé a entrar por el aro.
-Literalmente.
-¿Cómo dice?
-No importa, continúe, si gusta.
-Entonce’ yo me rompía la cabeza pensando en cómo sacarla de allí. No vaya a cré’ que me tragaba la píldora esa del amor, y eso. Soy lerdo pero no tan abombáo como para no saber que esta clase de mujeres le hacían hacé’ toda clase de idioteces, al hombre.
-”Es zonzo el cristiano macho cuando el amor lo domina” -Recitó Lina.
-Un pelo de concha tira más que una yunta de bueyes -dije yo.
-¡Ya tenía que saltar, el guarango!
-Bueno, así y todo, por el polvo, nomá, me puse medio loquito, y entre otras cosas le pedí que no me cobre, así juntaba unos mangos pa’ poder irnos a la mierda. Me dijo que por lo menos tenía que darle la parte del cafisho, que no era poca. 
-Así son las cosas…
-Tal cual, vea mozo. Y en eso, una noche, hicimos un asadito pa’ la peonada, que éramos nosotros, ¿no? Morfamo‘, chupamo’ y cuando estábamo’ bastante mechaditos, el Zurdo dijo: “¿A que no saben quién se puso de novio?” Y todos le preguntaban “quién quién”, sabiendo que empezaba la guasa. “El gorreáo éste”, y me señaló a mí. “Qué te pasa, cabrón” le contesté, y él seguía, como si yo no le hubiera dicho nada: “¿Y saben quién es la novia? La Greta, tomá pa’ vos.” “Estás mamáo, dejate de hablar pavadas”, le dije, pero él seguía. Que la Greta misma se lo había contado mientras se la emporronaba, que ésto y que’l otro. Yo me calenté y lo llamé a silencio, porque lo iba a cagar a trompadas. “¿Qué te creés, que porque sos grandote te vua’ tené’ miedo?” Y yo, que estaba cada vez mas caliente, le dije “¿Querés probar?” Y m’ hizo la parada, el estúpido. Nos levantamo’ y ahí mismito, con todo el obreraje alrededor, el Zurdo empezó a bailotear, y a hacerse el payaso. Tipo Cassiu’ Clay, ¿vio? De vez en cuando me tiraba algunos puñetes, y alguno que otro me’mbocaba, pero la verdá es que ni los sentía. Lo que más me molestaba eran las risas y burla’ de los compañeros, que como siempre, cinchaban pa’l más débil, sobre todo cuando daba espetáculo. Me juí encegueciendo de rabia, y en una que se descuidó por cachetearme, lo emboqué de lleno en la sien. Cayó como bolsa ’e papa. Se quedaron todos calladitos. Yo me asusté, porque el Zurdo no se movía. Lo jui a ve’, lo senté contra una paré y vi que le salía un poco ‘e sangre por la narí. Era raro, porque lo había embocáo en la sien, como les dije. Quise creé que se había golpeáo al caer, y no que le venía de adentro.
-También, con esas manazas… parecen racimo de porongas.
-Son mano ’e trabajador, mozo. Pero volviendo, lo güeno era que respiraba. Se dispertó un poco y dijo que se iba a dormí. Le dije que no era güena idea, que mejor se quedara un rato dispierto; hasta le ofrecí acompañarlo al dotor, pero me sacó del orto y se jué a dormí, nomá.
-¿Y se murió?
-No. Al otro día amaneció hablando zonceras y bastante tololo. Pensamos que se iba a curar, pero no. No servía pa’ laburar, ni casi pa’ nada. Uno de lo’ muchacho’ me dijo que lo’ patrone’ m’iban a echar toda la culpa, lo iban a echar al Zurdo como a un perro y me iban a cargar el fardo a mí, y si no pagaba m’ iban a poné’ preso. Lo pensé y tenía razón, así que lo agarré al Zurdo (que por suerte estaba boludo pero era dócil), pasé a buscarla a la Olga y cuando vio el cuadro, se vino. Dijo que quería vivir en la Capital. Así que pagó los pasajes y con lo poco que teníamos alquilamos un rancho piojoso por acá por Florencio Varela. Y a partir de ahí, l’ único que hice fue deslomarme trabajando de albañil, haciendo changa’ y eso. Pero la vida no era tan mala, igual. Tenía a la Olga, que era hermosa mujé‘, y entre los dos, era como que estábamo’ criando un hijo bobo, que venía a sé’ el Zurdo. Todo’ los días le pedía perdón, y su zoncera era una culpa permanente en mi cabeza. El pobre parecía entender, pero seguía moviéndose como un flan y hablando tan pa’ la mierda que no se le entendía nada. 
Y así jueron pasando loj año’. Hasta que hoy mismito, después de terminar un techo debajo de esta humedá, el capataz nos dio permiso pa' irnos. Entré a casa, la radio estaba prendida fuerte. Cuando pasé a la cocina, a lo primero no entendí bien, pero enseguida me dí cuenta que la Olga estaba arrodillada adelante del Zurdo chupándole la pija. Y el zonzo que me miraba, sonriente, como si me la estuviera devolviendo a propósito. Creo que la Olga ni se habrá enteráo que estuve, porque salí así, con lo puesto, más voleáo que el mismo Zurdo. Y ahora estoy acá. Eso me pasa por confiar en una puta.
-Hasta ahí veníamos bien -dijo Lina-, pero déjeme decirle, grandulón, que las putas son lo más confiable que hay, y si no, pregúntele a éste. Mala gente hay en todos los oficios. No tiene nada que ver que sea o haya trabajado de puta; es mala entraña y listo.
-Sí, puede sé’.
-¿Y qué piensa hacer, ahora? -Le pregunté.
-No sé. ¿Puedo ir a dormí a su casa?
-No, hombre, imposible. El que me la alquila vive abajo y si lo llevo nos echa a los dos. Yo le diría que como está la noche… vaya a dormir al policlínico. En la sala de espera principal seguro que lo dejan.
Pagué los tragos (en bonos), saludé y cuando me iba oí a Lina preguntándole al grandote si no se iba él también.
-Dejalo que termine la ginebra, queda un poco y ya está paga.
-Claro, borrate y dejame el fardo a mí, dale…
-No se priocupe, doña, termino la ginebra y me voy.
Salí a la noche desapacible, subí las solapas de mi saco y emprendí la marcha a casa. Me sentí triste por la bestia humana sensible.

Unas noches después volví al bar de Lina, y cuál no fue mi sorpresa cuando vi al grandote tras la barra, repasando unas copas.
-Buenas tarde’, don nene -me dijo sonriente. -Ahora tengo conchabo. ¿Le puedo invitar un trago?
Miré hacia la derecha y allí estaba Lina, tejiendo con agujas, sentada al lado de la ventana.
-¡Ah, bueno! Parece que te llegó la jubilación…
-Y, ya era hora, nene.
-Servime una ginebra -le dije al urso, y volví a dirigirme a Lina: -Parece que tiene todo grande, el fulano éste.
-Ves que sos un desubicado. Qué nene más hijo de puta que sos…