domingo, 5 de febrero de 2012

LA RUBIA SALVAJE Y UNA TERAPIA SEXUAL


Olga Levchenko
-Y resulta que cuando conseguí que dejara a esa hija de puta el muy ruin se fue con otra que yo ni sabía que… ¿me está escuchando, doctor?
El doctor en psiquiatría Nelson Ramos se sobresaltó cuando su cuarentona paciente reclamó una atención que no le estaba prestando, sumido en la preocupación y ansiedad que le provocaba la inminente llegada de Sonia, cuyo turno era el siguiente. Pero su profesionalismo, adunado a largos años de experiencia, lo llevó a ejecutar una vez más el gambito infalible que consistía en señalar, a la manera de los falsos adivinos, generalidades a partir del conocimiento del problema global, en este caso con total facilidad, por cuanto esta clase de entuertos erótico-románticos constituía quizá el setenta por ciento de sus consultas.
-Por supuesto que la estoy escuchando. Y algo frustrado, debo decir, porque advierto que no estamos avanzando mucho. Yo le indiqué que debe concentrarse en usted misma, prestar oídos a sus deseos más íntimos, y dejarse de depender mentalmente de su marido, el que por lo visto jamás la respetó. Y va a ser difícil que la respeten si no se respeta y se valora a usted misma. Es una mujer joven, exitosa, atractiva; no se quede anclada al rencor, como dice el tango.
-¿Le parece, Doctor?
-Pero claro. Usted está obnubilada por el resentimiento; va a ver que cuando pueda superarlo, las puertas que hoy siquiera es capaz de ver se abrirán de par en par. Y si me disculpa, le pediría que trabaje en ello, con verdadero ahínco. Trabaje aunque no esté convencida y va a ver que de un momento a otro va a confirmar cuanto le estoy diciendo.
-Voy a tratar de hacerlo.
-Ahora, tengo que pedirle un favor. No me siento del todo bien…
-Pero falta media hora…
-Ya sé, el jueves se la compenso. Usted cumpla con su parte y yo cumpliré gustoso con la mía. Pero ahora debe dispensarme.
-Está bien, doctor -concedió, mientras se incorporaba y colgaba su cartera del hombro. -Trataré de hacer mi parte.
Ni bien la paciente hubo salido, Nelson se sirvió una generosa copa de bourbon. Tenía las manos transpiradas. “Sólo falta que me dé un ataque de pánico”, pensó. “En casa de herrero, cuchillo de palo”.
Sucedía que en breve llegaría la ya mentada Sonia, una jovencita de diecinueve años de familia adinerada, que tenía algunos trastornos de conducta. Básicamente, y en términos de psicoanálisis, no tenía superyó. O en términos de lenguaje barrial, no tenía filtro. Era una alta musculosa y esbelta rubia natural, con aires felinos y una cara que parecía pintada por los grandes maestros de la pintura. Nelson la veía como una valkiria, tenía fantasías eróticas cada vez más recurrentes. Incluso había tenido sueños tórridos con ella. Era vulnerable, y lo único que lo había salvado de ceder a las provocaciones de la ninfa, era que su padre la aguardaba en la sala de espera.
Los nervios y el bourbon le provocaron acidez estomacal, así que se dirigió al dispenser de la sala de espera para agregar un poco de agua al licor. Ingresó y quedó pasmado. Sonia estaba sentada allí. Sola.
-Buenas tardes, doctor. Parece sorprendido de verme -le dijo, con una sonrisa pícara, conciente de la turbación que le provocaba.
-Te esperaba en media hora -dijo, con un tono tan trémulo que terminó de poner en evidencia su tormenta interior.
-Andaba por acá y decidí pasar antes. Espero que no le moleste. Aparte, puedo ver que no está ocupado, por el momento -y se humedeció los labios con la lengua, lenta y sugestivamente.
-¿Y tu padre?
-¿Qué hay con mi padre? - se incorporó, inspiró para proyectar sus senos y dejó ver un pantalón de cuero tan apretado que hasta dejaba notar el vello púbico. Nelson pudo sentir cómo las hormonas se derramaban a torrentes en su interior. Sonia continuó: -¿No le parece que estoy bastante crecidita para andar con mi padre para todos lados?
-No, pasa que siempre se preocupa mucho por vos, y se encarga de traerte y preguntar acerca de tu evolución…
-Que se preocupe por él, que buena falta le hace. Y dicho sea de paso, usted debería hacer lo mismo.
-¿A qué te referís?
-¿Podemos pasar al consultorio? ¿O me va a atender acá?
-Está bien, adelante.
Ella ingresó, caminando y haciendo cimbrar sus caderas. A él le temblaban las manos cuando fue a cerrar la puerta.
-¿Le gustan los pantalones que compré? - le preguntó, mientras exhibía el portentoso culo y se lo cacheteaba sonoramente. Si bien Nelson estaba acostumbrado a estas efusiones temperamentales de su paciente, esos pantalones, ajustados a semejantes formas, lo estremecieron de deseo. Trató entonces de acotar la situación a cuestiones vinculadas a la terapia, y sólo se le ocurrió preguntar algo que hacía más a su propia interioridad que a la de la bella paciente:
-¿Por qué asegurás que tanto tu padre como yo necesitamos preocuparnos por nosotros mismos?
Sonia se sentó y adoptó una pose voluptuosa. Luego respondió, con aires de estar dando voz a obviedades:
-Por más de una razón. El sistema les ha empañado todos sus sentidos y atravesado todo cuanto entienden como justo, o si se quiere sano. Y se condenan a vivir en una isla de conformismo, rodeados de virtudes simbólicas, falsas seguridades y aburrimiento pertinaz.
-Es una manera de preservarse, en un nivel social, de los flagelos de una anarquía que termina siendo autodestructiva. Y no es tan aburrido, si está de acuerdo con la propia naturaleza.
-¿Ve? Ahí está el punto. Su manera de preservarse a mí me provoca una especie de náusea existencial, sartreana. ¿Acaso mi naturaleza no merece consideración y respeto? ¿Quién decide tales cosas? ¿Esclavos del mismo sistema que los apaña y a la vez los anula en su capacidad de disfrutar la vida al máximo? No, querido, yo me bajo. Y si me permitís, te voy a tutear. Y a preguntarte: ¿qué te da a cambio ese falso sentido de seguridad? Una esposa mojigata, un par de niños estúpidos criados en el temor de dios e incapaces de decidir por sí mismos qué está bien y qué esta mal? ¿Estás convencido, realmente, que soy yo quien tiene problemas de conducta? ¿Sólo porque disfruto de todo lo que me hace bien sin mirar a los lados buscando aprobación?
Nelson no supo qué decir, sobre todo porque la hermosa rubia había metido el dedo en una llaga que venía torturándolo desde hacía un tiempo atrás, que muy probablemente se había comenzado a abrir cuando empezó a tratarla. En el fondo, él admiraba su arrojo, su desfachatez, su apetito por la vida. Ella, conciente de la tormenta interior del terapeuta, cargó con sus mejores armas; acariciando el cuero tirante sobre su entrepierna, propuso sin ambages:
-¿Te gustaría verme mientras me masturbo?
Nelson respingó. Tuvo tanto temor de rehusar como de no hacerlo, así que en los breves momentos en que sopesaba su respuesta, Sonia comenzó a frotarse y a soltar suaves gemidos. Él entonces pensó que no dejaría de lado su profesionalismo si llevaba hasta el fin aquella especie de experimento. Aunque lejos de analizarlo en términos psicoanalíticos, psiquiátricos, o lo que fuere, la pasión llevaba todo el interés lejos de cualquier teorización. Sonia se desprendió el pantalón, lo bajó un poco, bajó también sus bragas y fue a por ello, ya con más decisión y gimiendo no tan suavemente. Nelson veía los rápidos movimientos de la fina mano de ella, sacudiendo el clítoris con velocidad y abordando la avenida al frenesí.
-Sacame los pantalones -pidió, entre urgencias. Nelson tiró de la ajustada prenda de cuero, y si bien le costó, el arrobamiento lo llevó a ejercer fuerzas casi desmesuradas. Finalmente se lo quitó, y ella, sin dejar de tocarse, se bajó más la tanga y luego, mientras la enarbolaba como bandera en una de sus largas piernas, tuvo un primer y prolongado orgasmo. Tras lo cual bajó el cierre del pantalón de él, extrajo su afiebrado pene y comenzó a besarlo primero, lamerlo después y finalmente, succionarlo.
-Esperá -dijo Nelson, al borde de la eyaculación. Quería que semejante deleite durara más, mucho más, para siempre, si era posible. Comenzó a desvestirse con premura.
-¡Ésa, Doc, no se va a arrepentir! -Mientras hacía lo propio. Ya desnudos ambos. Ella le tomó la mano, la llevó hasta sus labios vaginales al tiempo que le decía: -Mirá, Nelson, qué caliente que está. Y bien mojadita. Lo que te estabas perdiendo, ¿eh? -Prosiguió con la fellatio unos momentos más. Nelson estaba obnubilado con la belleza salvaje y con sus técnicas de sexo oral. De pronto no aguantó más; la puso de rodillas sobre el sofá, con los brazos sobre el respaldo y ofreciendo el soberano culo. Se aproximó para penetrarla y ella dijo “Ay”, mientras quitaba un objeto de debajo de su rodilla sobre el cual se había apoyado. Nelson no prestó atención y arremetió con su falo hasta ubicarlo bien en el interior húmedo y caliente de ella. Hasta el fondo.
-¡Ay, Doc, mire que pija más grande que tiene! ¡Mmmmmhhh, me gusta mucho! -Nelson, excitadísimo, alternaba embates poderosos con sutiles y lentas penetraciones que le permitían sentir cada milímetro de esa deliciosa vagina. Sonia movía sus caderas de lado a lado, presa de una excitación quizá mayor aún que la de su partenaire.
-Aaaahhh, Nelson, cómo me gusta! Assssí, asssí, despacito, ahora más fuerte… ¡Más! ¡Más! ¡Así, hijo de puta, dame, dame más fuerte, más, MÁS! ¡Te voy a hacer echar el polvo de tu vida! Asssssí, asssí, aaaaahhhhhhh!
Nelson sintió la oleada de humedad sobreviniente al éxtasis de ella. Luego cambiaron posiciones varias, y Sonia seguía acabando a troche y moche. Nelson, a pesar de la tenacidad de los instintos que lo abroquelaban al sexo de la rubia, esperaba que las efusiones verbales no le trajeran luego problemas con el consorcio. Finalmente, la arrojó sobre la alfombra, boca arriba. La penetró de frente, y ella lo rodeó con brazos y piernas, sujetándolo con real fuerza. Unos cuantos embates y se unieron en un último, poderoso y convulsivo orgasmo.
Se estaban relajando, recuperando el ritmo respiratorio, cuando el padre de Sonia ingresó desaforado, y se encabritó aún más cuando vio a los amantes desnudos sobre el suelo, todavía unidos por la ya declinante erección.
-¡¿QUÉ ES ESTO?! ¡SONIA, VESTITE DE UNA VEZ! ¿Acaso me llamaste a propósito, para que escuche los detalles de tu ignominia? -Claro, el objeto que había molestado su rodilla en el sofá era el teléfono celular, el que seguramente entonces se accionó y llamó justo al del padre. ¡Bingo! El viejo había escuchado todo.
Sonia no le dio ni bola, en tanto Nelson se apresuró a ponerse sus pantalones.
-Ya me parecía que eras un hijo de puta -dijo a Nelson. -Es menor, sabés, así que ni sueñes que te la vas a llevar de arriba. Si no consigo meterte preso, me voy a encargar personalmente de que jamás vuelvas a ejercer como psiquiatra, hijo de mil putas.
-Haga lo que le parezca -respondió algo airado.
-¡Así se habla! -Exclamó ella. -Se nota que mi terapia ya empieza a dar resultados.
-¡Callate, vos, puta de mierda! ¡Te dije que te vistas! -Y la tomó por los cabellos para forzarla a cumplir la orden.
-¡NO LA TOQUE! -Le indicó Nelson, con tono autoritario y una mirada tan feroz como inédita en su inventario.
-¡Es mi hija, la puta ésta, y la toco todo lo que quiero!
-Y yo le rompo todos los huesos -en otra actitud de la que tampoco recordaba precedentes.
-Ah, ¿Sí? Con que esas tenemos, ¿eh? Vamos, degenerada, que tengo que hacer trámites policiales y judiciales contra este enfermo.
-Yo con vos no voy a ningún lado.
-Vamos, porque te va a pesar. ¿Me oís?
-Y usted, ¿la oyó a ella? Haga el favor, vaya a la comisaría, al juzgado o a la Corte de La Haya, si quiere. Pero retírese inmediatamente de mi consultorio.
-Vos sabés lo que estás haciendo, ¿no?
-Perfectamente. El que no sabe lo que está haciendo, es usted. Sonia acaba de enseñármelo.
-Perfecto. Pero esto no termina acá.
-Ya lo creo -concedió Sonia. -Esto recién acaba de empezar -e hizo un guiño a Nelson.
El viejo salió intempestivamente, rojo como un camarón. Ya solos, los amantes se miraron sonrientes unos instantes, y luego rieron a carcajadas. Nelson sirvió dos bourbon y tomó el teléfono:
-Hola, ¿Silvia? Quería avisarte que no voy a volver a casa… no, no hoy, nunca más, ¿me entendés? No, no tengo porque darte explicaciones, yo me quedo acá. Vos te podés quedar con la casa, tu auto -que lo pagué yo- y la mitad de la guita… ¿A qué viene todo esto, preguntás? Y, querida, si no te venís dando cuenta de… que no, que qué pendeja, dejate de joder… bueno, no tengo más ganas de hablar con vos. Cualquier cosa mandame un abogado. ¿Los chicos? Bien podrías hacerte cargo de los pocos años de crianza que les quedan, total, vos nunca hiciste nada. Solamente gastar graciosamente mi dinero. Bueno, está bien, chau. -E interrumpió abruptamente la comunicación. Lo esencial había sido dicho. Sonia, mientras él hablaba, había extraído un tubito de cocaína de su cartera y peinaba sendas líneas. “Vas a ver la que te espera después de esto”, lo amenazó en broma, pero seguro que iba a ser cierto a poco. Nelson bebió un poco de bourbon mientras miraba con orgullo las formas desnudas de la salvaje valquiria.
“Va a ser duro”, pensó, “y tal vez no viva mucho, pero estoy dispuesto a resignar tiempo de vida a cambio de la intensidad de esta mujer, que me mostró lo erróneo de mis convicciones. Tal vez aún tenga una oportunidad, más vale tarde que nunca.”
Bebió un trago de bourbon, aspiró su línea y luego la besó larga y apasionadamente. La urbe, ahí nomás, al otro lado de la ventana, parecía estar a miles de kilómetros de distancia.