viernes, 9 de septiembre de 2011

EL MONO SODOMITA

Orlando Rodríguez - Forzado


Estaba viendo una vieja película de Woody Allen en la compu cuando llamaron a la puerta. Era un viejo amigo de la adolescencia, a quien llamábamos “el Mono”, por determinadas características físicas y fisonómicas que lo asemejaban más a los primates pre-sapiens que al homo propiamente dicho (que de eso se tratará el presente, aunque mas bien relativo a la raíz homo aplicada a lo sexual que a cuestiones atinentes al sapiens). Era bastante raro que pasara a visitarme, si bien éramos casi vecinos. No lucía bien, y eso explicaba su visita. Hay demasiada gente que se aprovecha de mi bonhomía proverbial, de mi pusilanimidad (que me impide sacar cagando a cualquier visita inoportuna o meramente desagradable), y de mi extravagante capacidad psicoanalítica, acuñada en incansables sondeos autodidactas.
-¿Qué hacés, Mono?
-Acá ando, Gabriel. ¿Estás ocupado?
-No, estaba viendo una película.
-Seguí, seguí, no te interrumpo. Yo mientras me cebo unos mates.
-El mate me da acidez. Si querés, bajate hasta el kiosco y comprate unas cervezas.
-Dale. ¿tenés envases?
-Sí, ahí están.
Minutos después, chopps en mano, decidí que era prudente, y sobre todo práctico, ir directamente al grano.
-¿Qué pasa, Mono? ¿Qué problema tenés?
-Qué, ¿sos brujo, vos?
-Creeme que no hace falta ser brujo para saber que te pasa algo, con la jeta que traés.
-No, ando un poco triste. Murió la Mosca.
-¿Qué mosca se murió? O debería preguntar ¿qué mosca te picó?
-¿No te acordás de la Mosca?
Entonces me acordé. Y sobre todo de un evento que, cuando ocurrió, no le di mayor importancia. Suponía que ninguno de nosotros -los que estuvimos allí- le había dado trascendencia alguna. Ni siquiera el Mono, cuya participación fue destacada en los hechos que pasaré a contarles -los que aún recuerdo, y tal y como los recuerdo; ustedes saben que la memoria está configurada tanto por hechos objetivos como por interpretaciones subjetivas, manipulaciones inconcientes, etcétera etcétera. (Según Luis Buñuel afirma en su escrito autobiográfico, esta memoria procesada llega a ser a ultranza más fidedigna y real que la objetividad de los propios acontecimientos que alguna vez tuvieron lugar.)

La Mosca era un pibe cuyo nombre era Ramón. Era bueno, medio bobo (lamentablemente estos atributos suelen ir juntos la mayor parte de las veces), y hablaba permanentemente. De ahí el mote. Era una máquina. No paraba de hablar, nos sacaba de las casillas. No puedo decir si su constante farfullar era interesante, entretenido, estúpido, oportuno conveniente, o lo que fuese; simplemente porque antes de prestar atención al discurso ya había dejado de oírlo, tal era su capacidad de apabullar.
Teníamos por entonces dieciséis, diecisiete años, y los viernes o sábados por la noche nos juntábamos en la casa de Hernán. Nos emborrachábamos -en esa época con muy poco- de puertas adentro. La calle estaba pesada, con la CNU, la Triple A y diversas fuerzas de choque de la derecha efectuando el ablandamiento previo al golpe militar del ‘76.
Una de esas veladas, la Mosca estaba particularmente lenguaraz. Insoportable, bah. Y se la había agarrado con el Mono. Lo chanceaba, se burlaba de él, y en la medida que nosotros lo festejábamos, cada vez arreciaba más su verborragia aplicada a la guasa del pobre macaco. A medida que el alcohol iba haciendo sus estragos en nuestros juveniles superyoes, la cosa empezó a ponerse pesada. El Mono, cansado de ser punto del más boludo de la barra, empezó a amenazar con una letanía que en ese momento supusimos que también venía en joda. “Pará, Mosca, que te voy a coger”, le decía, con aire de fatiga moral. “Pará, Mosca, que te voy a coger”, repetía cada tanto, y todos nos reíamos. Hasta que se incorporó, lo agarró del cogote al grito de ¡“Tengamelón!” “¡Tengamelón!” y nosotros, muertos de risa, lo tendimos arriba de la mesa, bocabajo, tomándolo de brazos y piernas. El Mono le bajó los lienzos y peló. No solo la tenía parada, sino que era una buena macana. Lo empezó a puertear, y a mí me dio un poco de asquito, y un cierto prurito moral, así que me fui; mientras la Mosca, con una de sus piernas de pronto libres, redobló sus esfuerzos por zafar. Pero fue en vano. Yo me serví un buen vaso de ginebra Bols, aprovechando que en el despelote nadie había para controlar las dosis, y me puse a ver TV. Digo ver, porque oír, ni modo, con los alaridos de la Mosca y los gritos, vítores y carcajadas de los otros. Al rato, la Mosca se fue corriendo como alma que lleva el diablo y el mono, subiéndose la bragueta, dijo “Espero que haya aprendido, el hijo de puta ése, a venir a tomarme el pelo”. “¡Boludo, le rompió el orto!” , me decía otro, entre sorprendido y excitado. “¿Te lo cogiste, pelotudo?” Le pregunté al Mono. “Claro, gil. No me vas a decir que no le avisé” “Se lo fondeó, boludo” me dijo Hernán. Yo no podía entender cabalmente los motivos de semejante algarabía. Aparte de los obvios, que obedecían a desbarajustes hormonales propios de la edad. “Y vos de que qué te reís, estúpido” pregunté a Hernán. “Lindo quilombo se va a armar, ahora. Van a venir los padres, seguro que la policía también. A vos, tus viejos te cuelgan de las pelotas. Y vos, Mono, más vale que rajés, si no querés terminar en un instituto de menores.”
No me gusta ser aguafiestas. Nunca me gustó. Pero mis palabras fueron un balde de agua fría, un baño de realidad para aquellos noveles bebedores y violadores. Decidimos salir de allí. Era preferible tratar de esquivar a las bandas asesinas de fachistas que deambulaban por la ciudad antes que enfrentar a los padres de la Mosca -y las eventuales derivaciones a la policía bonaerense, a la sazón fachistas en su inmensa mayoría, por entonces


-Sí, me acuerdo de la Mosca. ¿Y qué onda? ¿Te enamoraste, acaso, que te ponés tan triste?
-No seas boludo, no hablés así.
-No, digo porque me parece que la última vez que lo vimos le rompiste el culo.
-Por eso te digo, no hablés así.
-¿Sentís remordimientos, acaso?
-Hay cosas que vos no sabés.
-Bueno, contame.
-No, pasa que el chabón se hizo puto, viste..
-Y bueno, si a los dieciséis años le diste semejante maroma… ya tenía el camino hecho. Por lo menos la parte más dolorosa. Dicen.
-Ah, menos mal que aclarás.
-No tengo nada que aclarar. Y si quisiera, todavía puedo hacerlo, no como otros…
-¿Qué querés decir, con eso?
-Nada, que el que le dio masa fuiste vos. Y técnicamente, homosexual no es solo el que recibe, capisci?
-Eso es una sutileza. El macho da, el puto recibe.
-Já. Creételo, si te hace bien.
-Bueno, la cosa que el loco se hizo trolo. Se hacía llamar Sarita, se vestía de mina -siempre dentro de su departamento- y viste, como la familia tenía guita, compraba bolsas de merca y la usaba de carnada para llenar su bulín de pendejos marginales, que esnifaban gratis y le revolvían el guiso.
-Se nota que hiciste un buen trabajo, aquella noche.
-Andá a la concha de tu madre.
-¿Y vos cómo sabés todo eso? ¿Ibas a esas festicholas?
-No, boludo, me contaron.
-Claro. Era un amigo tuyo, que iba ¿no?
-Dejá de hacerte el vivo, salame.
-Qué, ¿me vas a coger a mí también?
-Mirá quién habla de putos. La cosa es que una noche, los pendejos se zarparon, querían llevarse la bolsa y como el loco no se las dio, lo ahorcaron con el cable del teléfono y lo despanzurraron.
-¡Chau! La coca no es para cualquiera. Y bueno, loco, son elecciones de él. No voy a negar que le diste una manito en el tema de la definición, pero el que eligió fue él. Qué vas a hacer.
-Nada, qué voy a hacer… te contaba, nomás.
-¿Y cómo conocés tantos detalles?
-¿No leés los diarios, vos?
-Los de acá de La Plata, ni en pedo. Leo algunos diarios zurdos de Capital por internet, y solo la parte política.
-Bueno, salió en todos lados.
-La verdad, no me importa mucho. Y supongo que deberías darle menos importancia, vos también. Cuando le empujaste las almorranas no eras un individuo conciente, y dudo mucho que lo seas ahora.
-¿Te parece?
-Siempre fuiste un salvaje, una especie de macho alfa chimpancé. Que no decaiga el ánimo, Monito. Por un arrebato juvenil no te vas a cargar toda la experiencia nefasta de ese pobre muchacho.
-¿Vos creés?
-No sé si lo creo, pero lo que sé es que vos necesitás creerlo.
-Gracias, Gaby. Siempre se puede contar con vos.
-Sí, ¿no? Todos los degenerados me dicen lo mismo. A veces pienso que tendría que haber sido cura.
-Una de cal y otra de arena, ¿no?
-Para que no te relajes y hagas cagadas otra vez.
-Bueno, me voy. Gracias por escucharme, loco.
-De nada. Aparte fijate que por ahí le hiciste un favor. Al final se dio el gusto de morir igual que Passolini. No es moco de pavo.
-¿Cómo murió Passolini?
-Se acabó el tiempo de la consulta. Buscalo en internet.
Saqué la pausa del Media Player Classic. La mujer de Woody Allen lo abandonaba por Hugh Grant. Tal vez el petiso no le había roto el culo, por eso se le iba.
Lo que sí era seguro, es que no tenía un pedazo de matraca como la del Mono.