viernes, 3 de agosto de 2012

FILOSOFÍA ORIENTAL, EROTISMO Y KUNG FU

Milo Manara

No recuerdo bien por qué andábamos dando vueltas por la Ciudad de Buenos Aires, ciudad que como todas las grandes capitales está repleta de roedores, aunque la mayoría de ellas, en este caso, andan en dos patas. En un barrio que no podría definir cual, un par de mujeres hermosas a la vista se cruzaron y el gordo, raro en él, les dijo un piropo bien fino, sorprendente en su inventario repleto de chabacanerías y aires soeces. Las mujeres sonrieron y entraron a un bar. Es un axioma que si las mujeres no ponen cara de oler mierda, la mitad de la carrera ya está ganada, así que fuimos a por ellas. Aquel bar era uno de esos modernos, onda new age, en los cuales lo más calórico que podía consumirse era un sándwich de algas o algo por el estilo. ¿En dónde quedó el bife a caballo con papas fritas? Oh, Dios. Pedimos a las ninfas compartir la mesa, y no plantearon objeción alguna. Por el contrario, casi podía percibirse un cierto entusiasmo motivado por razones uterinas. ¿O sería que el frenesí sexual venía de nuestro lado? Es más que probable que fuese, finalmente, esa cuestión de feedback que mantiene sobre el planeta a las abyectas larvas humanas.
Flor y Sonia, se llamaban. Flor, una rubia con cierto aire de locura en la mirada, alta, esbelta, y con unos rasgos virginales que parecían contradecir su mirada ávida, que resultaba por ello de lo más excitante. Sonia, más baja y comprimida, sin embrago parecía una bomba sexual a punto de estallar nomás le encendieran la mecha. No había conflicto, entonces. Yo sabía que Abdul atacaría por allí, en tanto a mí me interesaba mucho más la otra. Aunque, llegado el caso…
El primer traspié estuvo dado al advertir que en ese tugurio, en concordancia con las comidas feas e hipocalóricas, no se servían bebidas alcohólicas. Manifesté mi desagrado ampulosamente, pedí un jugo de pomelo y salí a comprar gin para mezclarle. Cuando volví, el gordo ya tenía el brazo sobre el respaldo de la silla de Sonia, mientras apelaba a un discurso que haría palidecer a un vocero de Greenpeace. No perdía tiempo, evidentemente. Flor entonces me pareció más hermosa aún que unos minutos antes, y su belleza iría afectando más y más mis emociones a medida que la botella de gin bajaba.
-¿No te das cuenta que estás atentando contra la naturaleza? -Me preguntó de pronto.
-¿Yo? ¿Qué estoy haciendo?
-Bebiendo alcohol.
-Bueno, digamos que en todo caso estoy dilapidando parte de lo que la madre naturaleza me otorgó graciosamente. 
-La naturaleza podrá ser graciosa, de hecho lo es, pero vos no parecés muy gracioso que digamos…
-No te creas. Hace unos años trabajé de payaso.
-Qué raro, pensé que seguías en plena actividad.
-Sonaste, Cratilo, te tocó una peor que vos -dijo Abdul, y Sonia se cagó de risa.
-¿Por qué dice eso? -Me preguntó Flor.
-Hay quien dice por ahí que soy cínico.
-Al lado tuyo, Diógenes es un nene de pecho -dijo Abdul, dejándome pasmado. -Claro que él vivía en una tinaja vacía, vos vivís en una repleta de vino.
Entre las risotadas de las mujeres, dije al gordo: -Es lo más sorprendente que te oí decir en mi vida, y eso que te he escuchado cada pelotudez... ¿De dónde carajo sacaste eso?
-¿Qué te crees, gil, que el único intelectual sos vos?
Entonces recordé que estaba terminando el secundario en una escuela para adultos. Seguro que ese prodigioso conocimiento -para él- salió de allí. No me pareció pertinente mandarlo al frente en ese contexto, pero no faltaría oportunidad.
-¿Y ustedes de que se ríen? ¿Acaso conocen a Diógenes el Cínico?
-Ahí tocaste mal, chico -dijo Flor-, Sonia es Licenciada en Filosofía, y yo abandoné en cuarto año porque me dio por el estudio de filosofías menos clásicas, aunque a mi juicio más trascendentes.
-Tomá pa’ vos -dijo Abdul.
-¿Onda new age? Pregunté.
-No, onda oriental.
-Ah, menos mal. Odio a todos esos imbéciles que respiran incienso y hablan pelotudeces sin fundamento a troche y moche.
-Bueno, no le hacen mal a nadie, que yo sepa.
-Si propagar la estupidez no es malo, entonces estoy de acuerdo.
-Sos un poco simplista, ¿no te parece?
-Me gusta aplicar la navaja de Occam*, no sé si me entendés.
-Ahá; no es muy fino, eso.
-Aprovecho, viste. Estoy acostumbrado a hablar con lúmpenes que desconocen abiertamente cualquier cosa que requiera la más mínima sutileza de pensamiento -y lo miré insidiosamente a Abdul. Cuál no fue mi sorpresa cuando lo vi metiéndole la lengua en la boca a Sonia, que lejos de resistirse, respondía con real calentura. Me acerqué a Flor y le susurré al oído:
-Parece que no pierden tiempo, ¿eh?
-Sonia es así, muy sexual y apasionada. El único problema es que se confía mucho, y así le va…
-No parece que le vaya muy mal.
-Vos porque no vivís con ella. ¿Sabés las veces que la tuve que apuntalar anímicamente, porque estas “aventuras” suelen dejarla como un trapo de piso?
-Vos, en cambio, es como si estuvieras en guardia…
-No, qué guardia. Pasa que la mística me puso más allá de esos embrollos y ajetreos sexuales, que solo sirven para vaciarte de energía.
-Yo sólo me vacío de otra cosa.
-Sos un guarango. Y burdo, además.
-¿La mística también te llevó a sobredimensionar los chistes?
-Ah, ¿era un chiste? Pero qué gracioso que sos…
Entonces empecé a pensar que la mejor opción era la petisa explosiva. Pero las cartas ya estaban repartidas. Para colmo Sonia y Abdul seguían entusiasmadísimos con el intercambio de fluidos salivales, sorbiendo lenguas y lamiendo mucosas, alternadamente. Puaj.
-¿Y si vamos a tomar un café a casa? -dijo Sonia, en uno de los breves lapsus de desprendimiento oral. Seguro que ya tenía la raja empapada.
-¿A casa, te parece? -De lo que podían colegirse dos cosas: una, que vivían juntas; y la otra, que yo le interesaba poco menos que un gusano.
-Dale, che, los muchachos son piolas, buena gente.
-Ya veo, sí.
Vivían a solo una cuadra, en el 3º piso de un edificio lujoso. Asimismo el semipiso que ocupaban estaba ambientado con buen gusto pero poca sobriedad, había algo de ostentoso tanto en el mobiliario como en ornamentos, tapices y pinturas, la mayoría con motivos orientales. Había mucho dinero, sí señor. Era la típica situación en las que lamento ser un tipo honesto. Nos sentamos en un gran salón con cortinas azules por todos lados, como si de allí salieran varias puertas. Sonia dejó sobre la mesa una botella de ginebra holandesa y una de zumo de uvas, en tanto cargaba una de whisky.
-Le voy a mostrar a Abdul la nueva decoración de mi habitación. Permiso…
-¿Acaso conoce la anterior? -Pregunté insidiosamente.
-¿Perdón?
-Dale, andá, andá mostrale todo lo que quieras.
-No, si te va a pedir permiso a vos -terció el gordo, y se fueron. Ya solos, la hermosa rubia y yo nos vimos envueltos en un incómodo silencio. Me serví una buena medida de ginebra. Ya estaba bastante ebrio; no obstante el instinto, en su inmediatez operativa, me mantenía conciente del hecho de que si quería degustar esa breva, colmada de histerias y sublimaciones, debía demostrarle el más profundo desinterés. Así que le dije:
-Loca, sabés qué… vinimos en mi auto, así que lo tengo que esperar al gordo. Vos si querés andá a dormir, no sé, o mirá TV, o leé, lo que quieras. Yo me quedo acá, y quedate tranquila, tengo muchos defectos pero no soy delincuente; lato sensu, al menos.
-Hago de cuenta que estoy en mi casa…
Encendí un cigarrillo, bebí un trago de ginebra y exhalé el humo. No responder a la ironía era parte de mi estrategia. De pronto, desde el interior de la vivienda, comenzó a escucharse la voz de Sonia “aaaahá… aaaaahá… ¡aaaahá! ¡aaaahá! ¡Así! ¡Por dios, así! ¡aaaahá! ¡aaaahá! ¡AAAAAAHÁÁRG!” Parece que ya se había echado el primero.
-Bueno, a este ritmo, parece que en un ratito te dejo tranquila -le dije.
-No me molestás para nada. (?)
-Bueno, en ese caso, lamento no ser tan divertido como mi amigo.
-¿Qué querés decir, con eso? 
-Nada, que el gordo es mucho más simpático y ocurrente. ¿Qué pensaste?
-Nada, nada -y se sonrojó. -Pasa que Sonia es muy pasional, también.
-Se nota. Parece que metí la mano en la bolsa y saqué la paja mas corta, con perdón de la expresión -Ella rió casi hasta las lágrimas, dejando traslucir otro síntoma de histeria. Al cabo dijo:
-Lamento que te hayas quedado sin embocar la sortija.
-No pasa nada.
-Sos un tipo raro, vos. ¿No vas a insistir?
-¿Tendría algún sentido?
-No, claro.
-Por eso.
Entonces, volvió a oírse el crescendo de gemidos y gritos, esta vez modulados por los tonos bajos de Abdul. Me estaban dando unas ganas bárbaras de embocar a la rubia, pero no podía manifestarlas, so riesgo de tirar por la borda todo el sacrificio previo. Esperaba que a ella le estuviese ocurriendo lo mismo. Pero la ayuda llegó de un modo que jamás se me hubiese ocurrido. Desde el interior del lujoso apartamento hizo su ingreso un individuo enjuto, muy moreno, de aspecto tailandés, o malayo; algo así. Si bien sus ojos blancos denotaban la más absoluta ceguera, no se conducía como un no vidente. Me quedé atónito, tanto así que la rubia dijo, para atenuar mi estupor:
-Él es Benny, mi maestro espiritual.
-Benny -dije a modo de saludo.
-¿Qué andás haciendo? -Le preguntó Flor.
-Me trajo el olor a feromonas.
-Ah, sí, pasa que Sonia está con un muchacho.
-No, ahí solamente huele a sexo. Las feromonas vienen de acá -Flor me miró con pánico. Era increíble cómo luchaba para no mostrar las cartas. O la concha, para ser más gráfico. Esa misma cuestión la llevó a decir, con inseguridad, casi tartamudeando:
-Parece que el amigo Cratilo se ha excitado un poco con los gemidos y gritos que vienen de la habitación de Sonia…
-¡¿Cómo?! -Exclamé, y Benny aclaró:
-Flor, es tu aroma el que predomina. Yo te enseñé a decir la verdad siempre, y a hacerte cargo de tus debilidades.
-Bueno, yo…
-Ya decía el maestro Confucio que no hay que prolongar una restricción de modo que se convierta en algo en sí maligno.
Yo, que seguía libando el néctar holandés sin prisa pero sin pausa, exclamé:
-¡Vamos, Confucio, carajo! ¡Viva el I Ching! -De pasada me floreé ante el malayo, señalándole la fuente. A papá mono, con bananas verdes…
-Como sea -le dijo Benny-, me parece que habría que darle el gusto, al menos hoy, a ese organismo joven y deseoso. Si no, tus caminos pueden verse bloqueados por la frustración -y se sentó en un amplio sillón a mis espaldas. Yo me quedé mirando a Flor, esperando su próxima movida. Ella miraba hacia abajo, sumida en sus pensamientos y algo abochornada. Al cabo de unos segundos levantó la vista, y mirándome directo a los ojos, me preguntó:
-¿Puede ser sin penetración?
-Todavía no te dije que podía ser -respondí, llevando la humillación al límite, remachando el clavo. Se lo merecía por burguesa y por arrogante. Acusó el impacto en su mueca de desagrado. Era hermosa, así que temí estar forzando la nota. De modo que dije. -Es un chiste, como vos quieras está bien para mí.
-Entonces será un sacrificio para la diosa Kali -me informó, mientras se incorporaba y corría uno de los cortinados azules. Entonces pude ver una fina estatua, tamaño natural, de aquella diosa a la que Flor procedía a encenderle velas. Me acerqué y acaricié su espalda y la palmeé como si fuera una yegua (que lo era, flor de yegua; sólo le faltaba cagar al trote). Noté que temblaba, no sé si de deseo, miedo o alguna otra emoción. Si no hubiese bebido tanto, me habría sentido un canalla (que lo era, más allá de cualquier detalle más o menos atenuante). No obstante le abrí una puerta:
-Mirá, si te vas a sentir mal lo dejamos para otro momento…
-Acariciame. Necesito afecto.
Como un poseso comencé a recorrer las hermosas formas de ese cuerpo maravilloso con la palma de las manos en llamas. Después de dedicarle el tiempo correspondiente y sentir cómo se tensaba y se estremecía con mis caricias, comencé a desnudarla, mientras en la pieza de Sonia los murmullos comenzaban a resolverse en gemidos pasionales, y al rato devendrían en alaridos. Era una buena música de fondo para las actividades recreativas que ofrendábamos a Kali. Le quité toda la ropa como quien desenvuelve la más exquisita golosina, comencé a acariciar el suave interior de sus muslos, mientras iba ascendiendo hasta tomar contacto con un sedoso vello púbico. Soltó un gemido y abrió más las piernas. No alcancé a juguetear un poco que sentí una intensa descarga en mi mano, acompañada de expresiones de regocijo capaces de confrontar con las de Sonia. Apoyé mi afiebrado pene en la raya de semejante culo, y ella comenzó a restregarse hacia arriba y hacia abajo. Entonces, atenazado por las viles exigencias de la sangre, rompí el código: en el subibaja, mi verga (seguramente a causa de tropismos ancestrales) se trabó en el extremo de su vagina y quedó perfectamente presentada hacia el interior de la gruta del placer, así que con un fuerte caderazo se la mandé hasta el fondo.
-¡AAAAAAHHHHH!
-Huy, disculpame, no me pude…
-¡MA’ QUÉ DISCULPAME! ¡SI LA SACÁS TE MATO! ¡AAAAHHHH! ¡POR DIOSSSSSS!
Y nos fuimos juntos ante la vista y quizá la bendición de Kali. Hablando de vista, si bien el tal Benny no veía, parecía suplir esta carencia con extraordinarias formas de percepción. Y ni hablar del oído. La casa hacía rato que trepidaba con estentóreas manifestaciones de frenesí sexual, así que me volví hacia él y me quedé atónito otra vez: el viejo malayo ciego se estaba batiendo una flor de puñeta. Y a pesar de su magro físico, había que reconocer que tenía con qué.
-¡Grande, Flor, volviste al ruedo! -Festejó Sonia, ingresando al living envuelta en una sábana (espero que no haya sido la de abajo). Detrás de ella apareció Abdul en calzoncillos, exhibiendo su voluminoso pero duro abdomen y esbozando una sonrisita. Por mi parte, me subí los pantalones,  me serví más ginebra, y la bebí como agua debido a la sed. 
-Sonia, este tipo no me gusta -dijo el malayo-. Hay una tremenda luz de violencia en su aura.
-Mirá, Benny, que yo no soy Flor, eh. A mí no me vas a andar diciendo con quien juntarme y con quien no…
-Sí, qué te pasa, chicato… ¿Querés que te de una muestra gratis de mi aura violenta?
-Yo que vos no lo intentaría -le aconsejó Sonia.- Mirá.
Tomó una manzana del frutero y la arrojó hacia el viejo. Éste, veloz como el rayo, tomó una katana de quién sabe dónde la tenía oculta y de un certero mandoble la cortó justo a la mitad.
-Vamos, Abdul -le dije. Conociéndolo, sabía que si no nos íbamos rápido me lo iba a llevar en rebanadas-. Mañana me tengo que levantar temprano.
Pensó durante unos instantes y finalmente accedió: -Esperá que me visto. -Era loco pero no boludo. Volvió con Sonia a la habitación. Ésta, antes de salir, le hizo una seña de pulgar arriba a su amiga. Ésta sonrió con paradójica tristeza dibujada en sus dulces facciones. Luego me miró y me preguntó:
-¿Nos volveremos a ver?
-Seguro, es un mundo pequeño, éste.
-¿Querés mi número de teléfono?
-No, gracias. Siempre pierdo los papeles. Aparte, ya se lo deben estar dando a Abdul. En todo caso, sé dónde vivís.
-En ese caso, no sabrás si tengo ganas de que vengas o no.
-Puedo correr ese riesgo.

Ya en el auto, encendí un cigarrillo y la radio. Estaban pasando “You shook me all nigth long”, de AC/DC. Vaya ironía. Mientras el gordo, más por su vapuleado machismo que otra cosa, repetía una y otra vez:
-Viejo hijo de puta, si me hubieras dejado le quitaba la katana de mierda ésa y se la envainaba en el culo.
-¿Y desde cuándo me pedís permiso? -pregunté socarronamente.
-Dale, boludo, aparte estaban las mujeres. Si no me rescato, no las garchamos más. ¡Y están buenas! ¡Y cómo les gusta el fierro! Una vez que pego una mina como la gente…
-Bueno, por ahí te vas justificando mejor.
-¡Qué justificando, la concha de tu madre! ¿Querés que te surta a vos?
(“You shook me all nigth you, yes you)
-Bueno -continuó-, por lo menos rescataste algo para escribir.
-No pienso escribir nada de esto.
-¿Por?
-Porque fue muy delirante. Ya bastante me joden con que fuerzo la nota de la imaginación hasta alcanzar niveles adolescentes.
-¡Pero si realmente ocurrió!
-No, sí, claro. Pero andá a hacérselo creer a alguien…

En realidad, en aquel momento no pensaba contarlo. Sin embargo aquí está. Y como decía Alex, el principal personaje de la naranja mecánica, créanme o bésenme el culo.


* Principio metodológico atribuido a Guillermo de Ockham, según el cual entre dos hipótesis verosímiles, la más simple es generalmente la verdadera.