domingo, 24 de junio de 2012

VIOLACIÓN SEGUIDA DE MUERTE

Olga Levchenko

-Todo bien, Cratilo -decía Renato sirviéndose más cerveza en la sala de mi humilde morada en el Barrio de La Loma-, podés ser todo lo chabacano que quieras, en tus escritos, pero los que te conocemos de antes y sabemos de tu bagaje intelectual, sentimos que nos estamos perdiendo de algo más… bueno, de algo con más peso específico, de profundidad conceptual, de metafísica, qué querés que te diga…
-¿Vos decís que hay algo más trascendental que la concha? Ni la puerta de “Stargate” te lleva a profundidades tan escabrosas y a tales ensoñaciones de placer místico. ¿Querés una emoción estética y metafísica violenta? Por acá tengo una Playboy…
-Está bien, eso no te lo voy a discutir, pero antes te presentabas como un pensador atribulado por el sinsentido de una humanidad desquiciada, un racionalista romántico que padecía una suerte de conflicto con el estado oligofrénico de las cosas, sociológicamente hablando. Dejabas traslucir una especie de ingenuidad que resultaba simpática al lector. Ahora la vas de macho latino y la recontracanchereás, loco; sos el único héroe, vos. A mí siempre me dejás como un boludo.
-No hagas más boludeces y chau. Sos vos el que me da el material.
-Sí, claro; como te decía: sos el único pillo, y tal vez Abdul, al que no te animás a chicanear de cagón que sos, nomás.
-Por ahí venía el asunto, ¿no? Te voy a decir un par de cosas: primero, que no voy a ser el boludo de la película por la sencilla razón que la escribo yo; segundo, a Abdul no lo gasto  porque el chabón se la aguanta, no como otros maricones que conozco; y tercero, puede ser que sea cagón, pero a caquitas como vos me los banco. ¿Querés ir a la vereda a tirar unos guantes?
-¿Ves que no se puede hablar con vos? 
-No me rompas las pelotas, entonces; escribí tu propia epopeya y no jodas. Ah, y cuando necesite consejos acerca de cómo y sobre qué escribir, te aviso.
Como rematando el no muy amigable diálogo, se oyeron unos pasos acelerados subiendo por la escalera y unos apremiantes puñetazos a la puerta. Renato me miró alarmado. Yo bebí unos cuantos tragos de cerveza antes de incorporarme y abrir. Era el Johnny, un repartidor de pizzas del que me había hecho amigo (ver “La novela más leída en la cárcel de Olmos“). Lo raro era que no había venido en su pequeña moto con caja térmica, aparte de la celeridad con la que había llegado y, particularmente, su expresión desencajada.
-Hola, Cratilo. Hola, Renato. ¿Puedo pasar?
-Por supuesto, adelante -se sentó a la mesa, se acodó y cubrió la cara con sus manos. Era la imagen misma de la desesperación.
-¿Qué te pasó? -Le pregunté.
-¿Tenés algo fuerte? -Inquirió a su vez. Saqué de mi aparador estilo campo media botella de whisky barato, un vaso y se lo alcancé. Se sirvió una buena dosis y se la clavó de una. Volvió a servirse. Si no hubiese sido por que lucía tan sobrepasado por las circunstancias, lo habría tomado por un abuso de confianza.
-La maté a Susana -dijo lacónicamente, y como atosigado por imágenes y recuerdos, se zampó el segundo vaso.
-Tomá  despacio que no hay más -le aconsejé.
-Loco, ¿Oíste lo que dijo? -me reconvino Renato. -Acaba de matar una mina, boludo, y vos querés que tome despacio…
-Cerrá el ojete, vos, gil -y dirigiéndome al Johnny: -¿Quién es Susana?
-Una mina.
-Y, lógico, boludo, con ese nombre o es una mina o uno que hace las veces. Pregunto si es tu novia, tu hermana, en fin… eso.
-Algo así como una novia -respondió, con algo de aplomo, después de los dos whiskys puros. -Pasa que la conocí en un burdel de Ensenada.
-Ah -dije, empezando a entender el nudo central de la historia. No hacía falta mucha perspicacia, tampoco. -Mataste una puta.
-Eh, boludo, no hablés así -me reconvino el Johnny con mirada torva.
-¿Qué te pasa, infeliz? ¿Vos la cagás matando y me pedís respeto?
-Tenés razón, disculpá.
-Aparte no interpretás. Decirle puta a una puta no es faltarle el respeto. Almafuerte, el poeta local, era el niño mimado de las putas de un bareca que quedaba junto a su pensión; y cuando entraba, las saludaba diciéndoles “Buenas noches, señoras putas”.
-Sí, chabón, pero vos no sos Almafuerte -observó Renato.
-Se trata del debido respeto a las putas, estúpido, no de quién es quién.
-Loco, no tengo tiempo que perder. ¿Me van a escuchar a mí o van a seguir hablando pelotudeces?
-Sí, tenés razón, apurate. No vaya a ser cosa que vengan los polizontes a buscarte acá a mi casa.
-Y, una cagada, loco. Resulta que sí, que me puse un poco de novio, si es que se puede decir. Pensé que la iba a manejar, pero se me fue de las manos. Y todo por la mierda ésta -tiró una bolsita de cocaína sobre la mesa.
-¿No la querés? -Preguntó Renato, los ojos como el dos de oros.
-Dejá eso quieto ahí -le ordené, a sabiendas que esa clase de reacciones en un adicto duraban lo mismo que un pedo en un canasto.  
-No, está bien, tomen, tengo más. Mucha más.
-Con razón andás matando gente, chabón -observé.
-Viste, la reconcha de la lora… resulta que con la porquería ésta empecé a hacer algo de guita, y a frecuentar el cabaret. Allá la conocí, a la Susy. Y como que pegamos onda, vieron. Al poco tiempo descubrimos que nos llevábamos más que bien, no solamente en el sexo, y nos fuimos enamorando.
-¿Ella también? -Le pregunté.
-Y, supongo que sí, porque habíamos comenzado a hacer algunos planes.
-No, te pregunto porque es raro, viste. Las putas suelen ser personas muy frías; tienen que serlo, bah, por cuanto la vida generalmente se les hace demasiado dura y tienen que apechugarla como viene. Y muchas veces zafan agarrando algún gil que les pare la olla y le hacen creer que están enamoradas.   
-Eh, boludo, no le hables así al pibe, che -me recriminó Renato.
-Claro, tarado, mejor es hacerse el remilgado y decirle lo que quiere escuchar, así lo mandás derecho a la horca. No, pelotudo, como están las cosas tiene que enfrentarse a la verdad, salga pato o gallareta.
-Sí, tenés razón -concedió el Johnny. -Mirá, Cratilo, si me agarró de perejil, la verdad que no me di cuenta. Pero yo tampoco me crié entre rosas, viste. Y creo que aprendí a semblantear a la gente y darme cuenta si me están cagando o no.
-No me cabe la menor duda.
-Bueno, uno de los planes era que dejara de laburar. Y yo, repartiendo pizzas y viviendo de prestado no podía ayudarla con eso.
-Así que empezaste a vender merca a lo loco.
-Sí, pero empecé a tomar a lo loco, también.
-Pedazo de boludo, ¿no sabés que si vendés no tenés que tomar, y viceversa?
 -Sí, sé, pero viste cómo es esto…
-No, no sé cómo es esto. ¿Puedo probar? -Preguntó Renato.
-Ya te dije que sí.
-Dale, “busca”, peiná unas rayas, las tomamos y que guarde todo rápido. Éste está jugado, si lo agarran. Yo no tengo ganas de comerme el garrón si lo viene a buscar la yuta.  
-Ufa, loco, dejá de llamar a la desgracia, ¿querés?
-Yo no la llamo, es a éste al que lo trae cagando. Dale, dale picá así nomás.
-No seas paranoico y dejame hacerlo bien, si no me queda la nariz a la miseria.
-Dale, maricón, ya está. Y si te querés cuidar la ñatita, entonces no tomés y listo. 
-Ya está, boludo. Che, Johnny, guardá la bolsa que el nene le tiene miedo al cuco.
-La cuestión (snif) es que hoy había quedado en ir a verla a su casa (snif… ahhh) a eso de las cinco. Fui y no estaba. Dijo que llegaba a esa hora, porque tenía un cliente importante, que le dejaba mucha propina. A mí no me gustaba ni mierda que siguiera garchando con otros, aunque fuera por guita, pero todavía no podía pedirle que deje esa vida. La esperé como media hora, que me pareció medio siglo…
-La mierda que estás caliente -le dije-. Al pedo, hermano, si te vas a encajetar con una mina que se dedica a eso, más te vale tener en claro que debés agarrar lo que viene y como viene; si no, es para quilombo. 
-Si, boludo, decile a él -ironizó Renato.
-Entonces, como no aparecía, la llamé por teléfono. Sonó como cuatro veces. Atendió y cortó la comunicación instantáneamente. Volví a llamar y arrancó directamente el contestador.
-Estaría ocupada -insinué.
-Claro -asintió Renato. -Aparte no queda bien, hablar con la boca llena.
-Loco, si me van a agarrar para el churrete se pudre todo, eh… me los cargo a los dos, giles, qué les pasa…
-Pará, Johnny, es una joda -se explicó Renato, algo turbado por la reacción.
-Miren que estoy jugado, no tengo nada que perder, yo, eh…
-Loco, ya te dijo Renato que es una joda, así que no te hagás el cojudo. Menos en mi casa, chabón; si no te gusta, colá.
-No, disculpame, Cratilo, entendeme; vengo para la mierda yo, con todo lo que me está pasando. 
-Lo que te está pasando te está pasando por esa porquería que venís jalando.
-Oia, te salió en versito… Dijo Renato.
-Hablá como un hombre, pedazo de balín. Y hablando de halar…
El Johnny metió sus dedos en el bolsillito pequeño del jean, extrajo otra vez la bolsita y tiró tres soberanas rayas así nomás, sin picar ni nada. Si no había un mañana, ¿para qué cuidarse las mucosas o lo que fuera? Las aspiramos y prosiguió con su relato:
-Eran cerca de las siete cuando se detuvo un auto repolenta, qué sé yo que marca, pero impresionante, viste, todo lustroso… aparentemente el coso que la trajo era el chofer del poronga, porque ella venía sola en el asiento de atrás. Me levanté y lo miré fijo, al chabón. Me miró un instante, puso primera y se fue.
-Me imagino, vio la muerte…
-Puede ser, con los toques que le había dado a la bolsita y los nervios… entonces me percaté que la Susy venía cargada de paquetes y bolsas de esos boliches finolis del centro, viste. Me vio y me dijo ¿Te vas a quedar ahí como un boludo o me vas a ayudar?” Yo me quedé pensando que al garca que le regalaba tantas cosas seguramente no lo trataba así.
-¿Te das cuenta, boludo -le dije-, que cuando estás así lo mejor que podés hacer es parar de pensar boludeces?
-No, claro que me daba cuenta, por eso no le contesté nada; simplemente tomé la llave que me alcanzaba, agarré un par de bolsas y entramos. No más lo hicimos, empecé a quitarme la ropa. “¿Se puede saber qué hacés?”, me preguntó, con ese tonito que tienen las minas onda acá la que maneja los tiempos soy yo. Me rompió las bolas, así que le contesté “Vos ya cogiste, yo no, así que dejate de boludeces, lavátela y vení”. “A mí no me hables así, la reconcha de tu madre, tomátelas de acá”…
-Claro, pelotudo, te creíste que era una quinceañera de mamá que te la iba a chupar y a decirte “¡qué macho que sos!”  Es una puta, man, y las putas no son gente a la que le guste mucho que le falten al respeto…
-Entonces, cuando me vino a empujar para echarme como a un perro, la di vuelta, la agarré de la nuca, le levanté los lienzos, le bajé los calzones y se la mandé a guardar.
-Ah, entonces es violación seguida de asesinato -dijo Renato, con aires de gran jurista-. Estás hasta los huevos, chabón.
-Como si no lo supiera -observé-. Pero no interrumpas, que estaba hasta los huevos en la casa de Susy, también.
-Bien hasta los huevos. Con la merca que tenía encima, le pegué unas bombeadas que si no la tenía agarrada de la nuca le aplastaba la cabeza contra la pared.
-¿Fue así que la acogotaste?
-No, así le eche un polvo terrible. Y ella, al final, no lo pudo evitar y también se lo echó.
-Y eso que venía de darle, eh -dijo Renato. El Johnny se levantó de la silla.
-¿Adónde vas? Terminá la historia, amigo, después te vas.
-Voy al baño, boludo. Aparte si me quedo lo pongo, al boludo éste.
-Qué quilombo, loco -me dijo Renato cuando quedamos solos.
-Mientras no me caiga la yuta acá…
-Está tardando mucho, ¿no se te irá a suicidar, igual que ese amigo tuyo el día de año nuevo? (ver "Orgía y drama finisecular") 
-No, chabón, éste le está dando al nariguete.
-¿Más, todavía?
-Y, cuando venís al palo, todo es poco. El loco éste colapsa al toque, si no se rescata de algún modo.
El Johnny volvió y continuó contando:
-La cuestión que (snif) cuando se la saqué me empezó a decir de todo. Y eso que al final le había gustado, eh.
-Pero eso no quiere decir nada, boludo. Una cosa no invalida la otra.
-Claro, ya que la tenía adentro…
-Bueno, entonces yo le eché en cara que si la gozaba conmigo en esas circunstancias, nada le impedía andar echándose unos polvos con los oligarcas que se garchaba.
-Es su laburo, boludo; así la conociste, dejate de joder…
-“Claro que me los echo” -me respondió-. “No le voy a andar pidiendo permiso a un perdedor como vos”. Me hirvió la sangre. “Yo seré un perdedor, pero vos sos una puta de mierda” -le dije. Ella fue a la cocina, agarró una cuchilla y me amenazó. Yo, que venía arriba de vueltas, le pegué un revés en la mano y la cuchilla voló a la mierda. Acto seguido, la agarré del cogote y apreté, de bronca y más que nada para asustarla. Pero se nota que se me fue la mano, porque oí un chasquido y sentí que algo se rompía. Enseguida su cuerpo se aflojó. Vi los derrames en sus ojos y el color azul de su piel, y me dí cuenta de que la había cagado. La dejé caer y me fui de allí como huyendo de la peste, que así era.
-Qué cagada, loco. ¿Y ahora qué pensás hacer?
-Por eso venía, a ver si me habilitabas unos mangos. Me voy a Corrientes, tengo un tío por allá. Y si la mano se pone densa, me cruzaré hasta el Paraguay, o Brasil, qué sé yo.
-No es mala idea, acá no te podés quedar. Mirá, te puedo dar cien mangos, nomás.
-Dale, lo que puedas me sirve.
-Yo voy con cincuenta -ofreció Renato.
-Bueno, no te demores; cuanto antes rajés, mejor. 
-Gracias, muchachos; con esto y un par de bolsas que tengo para mover, me pago el pasaje y aguanto unos días.
-Andate de gorra, loco. Para sacar pasajes ahora te hacen dejar nombre, documento, por poco no te piden análisis de orina. 
-Tenés razón, si. Aparte me puedo ir escondiendo, si se pone feo.
-Andá, dale -lo urgí, tratando de no dejar traslucir la ansiedad de que se llevara rápido con él las sirenas policiales.

-Qué chabón, éste, ¿eh?
-Sí, se fue al recarajo. Para colmo me tomó todo el whisky, y no hay más cerveza.
-Loco, sos más frío que un pescado.
-Ya me lo han dicho. Aparte a éste, por calentarse, mirá cómo le va.
-Vamos a buscar unas birras, entonces.
-Dale, pero pagás vos. Yo puse cien, vos cincuenta.
Casi llegábamos a la esquina cuando oímos dos detonaciones y a continuación el chirrido de ruedas en aceleración. Apuramos el paso y, a eso de unos cincuenta metros a la vuelta de la esquina vimos un guiñapo recostado contra una pared y las luces de un auto que se perdían hacia la diagonal 73 para el Parque Alberdi. Nos acercamos lo suficiente para comprobar lo previsible: el guiñapo era Johnny, nomás. Algunos vecinos comenzaron a salir y se iban acercando lentamente, igual que nosotros. Uno de ellos llamó por celular.
-Vamos por allá -dije a Renato-. Están llamando al 911. Ahora cae la yuta, así que rajemos.
Fuimos hasta el kiosco de la Circunvalación, compramos cuatro litros de cerveza y volvimos, bastante apesadumbrados por el curso de los acontecimientos. Al llegar a la esquina del siniestro pasó una ambulancia echando putas, sirena a full, y el patrullero policial que lo acompañaba. Como quedaban algunos vecinos conversando por ahí, y no parecía haber polizontes cerca, aprovechamos para ir a preguntar. Nos dijeron que aparte de los dos corchazos lo habían cagado a palos, y que al parecer estaba vivo cuando lo subieron a la ambulancia, pero se lo veía muy mal. Seguimos para casa.
-¿Quién habrá sido? -Preguntó Renato.
-El rufián, boludo, quién va a ser… el rufián y sus esbirros. Con los clientes que tenía, según dijo el Johnny, les hizo perder una bocha de guita.
-Claro, tenés razón. 
-Y a mí me hizo perder cien mangos y medio tubo de whisky.
-¡No podés ser tan hijo de puta!
-Tiene, o tenía, como treinta años. No soy hijo de puta, pero tampoco soy el padre. Yo me hago cargo de mis asuntos, y él que se haga cargo de los suyos.
-Ves que sos más frío que un pescado, vos…
En realidad, no era frialdad, sino que estaba acostumbrado a que las cosas se resolvieran de esa manera. Siempre. Si se moría, nadie lo iba a pagar. Era un negrito más, un desclasado que no le importaba a nadie y jodía a unos cuantos. Lo iba a extrañar, iba a echar de menos su risa franca, sus férreos códigos de amistad, la transa de media pizza por medio porro, en fin… pero no iba a decírselo a Renato. No era asunto suyo, y sobre todo, tenía que seguir adelante con mi personaje, haciendo el papel de un tipo duro. De fierro. Como mi amigo el Johnny.