martes, 6 de diciembre de 2011

DE ASTROLOGÍAS MAYAS, BRUJAS Y PRURITOS INGUINALES

Ruinas de Palenque

Todavía conservaba la grandiosidad de las Ruinas de Palenque en mis retinas, y en mi piel la frescura de las Cascadas de Agua Azul, cuando, viajando a dedo por la Carretera Federal 199, llegamos a una pequeña aldea cuyo nombre no recuerdo (muchos nombres muy raros; onda náhuatl, mazateco, tzotzil o lo que fuere), plantada en medio de cerros muy verdes. Hacía rato que había anochecido, y ya era hora de comer algo, tomar unas cervezas y buscar una pocilga en la cual pasar la noche por unos pocos pesos. Vana ilusión. Nada parecido a un bar, una fonda, un hotel, posada, albergue; sólo casas humildes e indios cuyas vestimentas eran tan coloridas que ni pensar en mirarlos después de clavarse un ácido.
-Viste, pelotudo -Me dijo Piero-, te dije. Vamos a seguir hasta Cancún, o Playa del Carmen. Pero vos no; muchas piedritas, mucha historia y qué sé yo cuántos, y mirá adónde me traés…
-Loco, venimos de Palenque, vimos el sitio en el cual el Rey Dios Pakal dejó un legado de conocimiento que aún hoy…
-Prefiero ver las tetas de las turistas en topless de la Riviera Maya, pedazo de gil -me interrumpió-.
-Loco, yo no te puse un revólver en la cabeza para que me sigas -le respondí, malhumorado.
-Bueno, acá estamos. Ahora, vos que sos el guía, ¿me querés decir qué carajo hacemos?
-No sé. A lo sumo nos tiramos a dormir en algún lado.
-Sí, claro. Acá te muerde una lombriz y cagás la fruta en 10 minutos.
-Bueno, ponete repelente, maricón. Aunque con el olor que tenés…
-¿A quién le decís maricón?
-A vos, pelotudo. Fijate si hay un teléfono y la llamás a tu mamita.
(Hice esta bravata porque sabía que, pese a la pésima situación psicofísica, el camionero sensible jamás iba a golpearme. Eso, si yo medía bien cuándo detenerme)
-No me torees, Bermúdez (llamarme por el apellido era una buena manera de encender las luces de stop referidas en el paréntesis anterior).
-Vamos a preguntarle a esos pibes.
No, huey. ¿Por acá? Ni modo, pué. Lo único que hay es seguir hasta Ocosingo, a lo menos. Y de no, fíjense en lo de Don Basilio. Tiene un rancho bastante grande, hay veces que toma gente pa’ dormir, les da comida, y eso.

Un par de minutos después golpeábamos las manos en una casa muy rústica; un rancho, bah, como le decimos al sur del continente. Apenas un poco más grande que las demás. Golpeamos las manos y a poco salió, a través de una tela colgada a modo de puerta, un individuo anciano, de cabellos y barba largos, tez clara y ojos azules muy brillantes. Nos sorprendió que fuera de ascendencia caucásica, con tanto indio alrededor.
-Buenas noches. -Saludó.
-¿Don Basilio? -Pregunté. Por lo visto, socializaba yo, como siempre; sólo que esta vez quedaba claro que Piero no pensaba hacerse cargo de nada. Según sus primarios códigos, como era yo quien lo había llevado hasta allí, quería dejar en claro que todo cuanto ocurriese sería mi exclusiva responsabilidad. El grandote, cuando estaba enfurruñado, adoptaba una pose exactamente análoga a la de Obèlix el galo.
-¿Quién lo busca?
-Encantado, soy Cratilo Bermúdez, y él es Piero. Unos muchachos nos dijeron que tenía lugar para dormir y, eventualmente, algo de comer.
-Pásenle.
Entramos. El rancho constaba de una estancia grande y dos pequeñas. En la estancia grande había escaso mobiliario, que no obstante lucía antiguo y digno de un talentoso ebanista. No había imágenes o ídolos de ningún tipo, las rústicas paredes estaban peladas. Tampoco había ventanas. Unos tres o cuatro catres apilados nos dieron una idea de cómo y dónde íbamos a dormir. Las otras dos, al parecer, eran la habitación de Don Basilio y la cocina. El retrete estaba afuera, en los fondos.
-Tomen asiento, y cuéntenme qué ha sido lo que los ha traído por aquí.
-Venimos de Palenque.
-Ah, sí, Palenque. ¿Es que son estudiosos o meros turistas?
-Yo, soy turista -dijo Piero, aún inmerso en sus miasmas anímicas.
-Yo, las dos cosas. -Dije a mi vez, y aclaré: -Claro que es pura vocación, no se trata de estudios formales.
-Ya, ya, ¿A qué chingón le interesan los estudios formales?
-No, pero quiero decir que…
-Sé lo que quieres decir, y voy a adelantarme. Tu sabes, los académicos no tienen la menor idea de lo que hablan, o escriben.
-Por lo visto, usted sí.
-Bueno, yo he crecido entre gentes que tienen muy clara la tradición. Que no son los que hablan con los gringos.
-¿Pero usted no es gringo, acaso?
-No todo es lo que parece, y ésa es una verdad que los gringos aún no han aprendido. -Se dirigió a alguien en la cocina: -¡Rosa, tráenos un poco de atole y unas gorditas, por favor! -Y retomó el diálogo: -Ya mi abuelo fue consejero de un tardío Ahau (Jefe Maya) descendiente de los señores de Yaxchilán. Puedo asegurarle que soy mucho más indio que todos esos chamacos que se sienten orgullosos de sus calzados Nike y sus viejos carros americanos. Y que traicionan el legado de su propia sangre vendiendo falsos folklores por dinero para comprar esa clase de porquerías.
Entró Rosa con una bandeja. Se trataba de una exquisita aborigen, hermosa por donde se la mirase; tez morena, pelo largo y lacio azabache, ojazos negros de mirada intensa, y un físico esbelto y a la vez robusto, por lo que se podía adivinar más allá de su colorida indumentaria típica. De más está decir que Piero se olvidó de las tetas de Cancún, de que estábamos -según él- en un pueblo de mierda, etcétera… la belleza chiapaneca saludó con inclinación de cabeza y leve sonrisa, dejó sobre la mesa los tazones y las tortillas tapadas con un repasador para que conserven la temperatura, y volvió a la cocina.
-Oiga, Don Basilio -le dije-, deberíamos arreglar la cuestión económica, porque como podrá ver, no venimos muy sobrados. Tenemos para aguantar unos días y viajar de vuelta al DF, a tomar el vuelo de regreso.
-¿De adónde es que vienen?
-De Argentina.
-Bueno, pues, mis queridos cuates gauchos, seréis mis invitados -declaró solemnemente con su voz grave y rica en tonalidades, algo así como la de Narciso Ibáñez Menta (quien a decir verdad, con sus inflexiones castizas, más parecía mexicano que español afincado en Argentina. Quizás eso también influyó). -Si hace falta, tal vez les cobre la comida a costo, pero eso para darle a los niñitos.
-No, pero…
-¡Órale, que no quiero hacerme rico con ustedes, que están más chingados que yo!
Reímos, y pasamos a dar buena cuenta del atole y las gorditas dulces.

2
Con el estómago lleno, pedimos permiso para fumar y fue concedido. Rosa, sin indicación alguna, trajo al momento un cuenco de cerámica para las cenizas. Piero se quedó durito, como si hubiese estado atajando diarrea con el esfínter. Me dio un poco de pudor, dado que Don Basilio, a pesar de su edad, se veía hiperlúcido, y por lo tanto debían resultarle más que obvias las oleadas de lujuria que emanaban del macho alfa ítalo argentino.
Don Basilio comenzó hablando de Palenque, del legado de Pakal y sus implicancias en el presente y a futuro; y luego contó viejas historias mixtecas y zapotecas. Yo estaba en uno de esos trances, tan comunes en los viajes, que consiste en llegar a un lugar puteando y después advertir que ni en las mayores expectativas habría esperado algo así. Piero, en cambio, abrumado por el rapsoda mesoamericano, pasaba su tiempo entre furtivas miradas hacia la cocina y fingidas risas o muecas de interés. Al cabo de un buen rato, pidió permiso para pasar al sanitario. Cuando volvía, oí que intercambiaba unas cuantas palabras con Rosa. Don Basilio esbozó una sonrisa y cabeceó en dirección a ellos. No supe qué decir.
Momentos después, fue Don Basilio quien fue al retrete. Piero se apresuró a informarme: -Ya arreglé para más tarde. Rosa y otra chica nos esperan en una casa por acá nomás. Ya me dijo cómo llegar.
-Qué rapidita, eh…
-Puede ser, pero viste lo fuerte que está.
-¿Y la amiga qué onda?
-No sé, boludo, no la conozco. A lo sumo te volvés.
-No sé…
-Dale, guacho, haceme la gamba…
Don Basilio volvió y continuamos dialogando, la cosa iba ganando en interés. El anfitrión sirvió unas copas de un mezcal muy aromático, y desde la cocina nos llegaba un exquisito aroma. Al rato fuimos agasajados con un guisado de ave y frijoles. Estaba increíble.
-¿Qué es? -Pregunté.
-Guajolote y frijoles.
-¿Qué? -Preguntó Piero, que quién sabe qué extraño reptil pensó que estaba comiendo.
-Pavo, pavo -le dije, y la reiteración, adunada al tono, dejó claro que el segundo término era un calificativo dirigido a él. Don Basilio festejó con sonoras carcajadas.
-Ah, está buenísimo -comentó el gringo, ahora más tranquilo, y le siguió dando. Ayudamos a bajar el suculento manjar con botellas de la popular cerveza Corona, y el postre consistió en un delicioso batido de aguacate. En eso vino Rosa (por cierto que era una mujer impactante), anunció a Don Basilio que se retiraba, saludó con gracia y se marchó. Poco después, y ante el entusiasta diálogo que manteníamos Don Basilio y yo -por cuanto el viejo se vio profundamente interesado por el Candomblé de Bahía, y habíamos comenzado a trazar paralelismos, analogías y diferencias entre este culto afroamericano y sistemas místicos de entronque tolteca- me interrumpió:
-Disculpá, Cratilo, ¿no era que íbamos a dar una vuelta para conocer el pueblo?
-¿Acaso se refiere a salir de paseo con Rosa y su hermana? -Preguntó el viejo. Piero respingó ante la contundencia de la frase, y medio tartamudeando, comenzó a decir: -Bueno, fue ella quien se ofreció a acom…
-Ya, sé demasiado bien cómo son las cosas. Fui joven un día, y apuesto que todito y magro como era, podía voltearlo a usted con facilidad.
-Bueno, eso jamás lo sabremos.
-Si se va a quedar más tranquilo, podemos calentar un par de guantes en el fondo.
Fue sorprendente el gesto de sorpresa de Piero. Un momento delicioso, rematado por las risotadas que al unísono soltamos Don Basilio y yo, ambos en una frecuencia que el gringo, ante la imposibilidad de abordar por falta de interés (y encima con la promesa cierta de conquistar una delicia local), llegó a ponerse de mal humor otra vez.
-¿Tengo que pedirle la mano a usted?
-No, mi cuate. No es mi hija, pues. Si no, no estaríamos hablando de este modo, eso puede tenerlo por seguro. La Rosa es grande y hace lo que le viene en gana. La cuestión es que la hermana de la Rosa es tan linda como ella, o quizá más. Seguramente el joven Cratilo preferirá pasar una agradable noche de luna con ellas antes que perder su tiempo platicando tantito con un viejo senil…
-Don Basilio, si no le incomoda, preferiría perder mi tiempo platicando tantito con un viejo senil.
-No se arrepentirá, puede confiar en ello.
-Bueno, si me permiten… compromisos son compromisos -dijo Piero, mientras se ponía su chamarra de cuero.
-Pos ándele, que lo disfrute. Puede venir a la hora que guste, la puerta estará abierta.
Bebimos unos cuantos tequilas, en tanto me enteraba que mi Kin, sello que según la profunda sabiduría cósmica transmitida por el Rey Pakal -a través de los glifos de Palenque-, configura nuestra percepción global del mundo- correspondía a Manik, la Serpiente Galáctica Azul. Debo reconocer que la lucidez y conocimientos de los que el viejo hacía gala me llevaban a esforzarme para rozar, siquiera tangencialmente, la profundidad de sus conceptualizaciones; mas de todos modos me resultaron fascinantes. Me enteré entonces que yo era una especie de portal, a través del cual podía dar tránsito espiritual y enriquecimiento de conciencia y conocimientos, y que una de mis principales capacidades de divulgación estaba dada por una fuerte inclinación a la escritura. En fin… en otras astrologías me rige Mercurio, así que en algún punto parecen ser concordantes, como así también con mis Orixás africanos. Siempre preferí creer a reventar, ello sin ingresar en credulidades ingenuas o directamente pelotudas, voto a San Anselmo.
(Ahora bien, luego de esta digresión intimista respecto de temas que seguramente me interesan sólo a mí, vuelvo al plano coloquial)
-Cuando quiera descansar, pues me lo dice y ya -dijo en una pausa-. -Lo que es por mí, podría seguir platicando hasta el amanecer.
-Usted dispone. No todos los días tengo la oportunidad de hablar con personas sabias como usted.
-No le haga, no se vale andar con ésas. Yo solamente soy un viejo contador de historias.
-Sabe bien que es mucho más que eso. Y también es un hombre generoso.
-Ni tanto, solamente que soy una especie de… ¿cómo le diría…? Bueno, usted me va a entender, soy una especie de portal transmisor de cosas. Un poco compulsivo, porque tengo la idea de que nadie debe irse de mi casa sin llevarse algo. Siempre que valga la pena, caso contrario, los mando a paseo.
-¿Cómo sabe de antemano quién vale la pena y quién no?
-Usted estuvo en Teotihuacán, ¿verdad?
-No, venimos bajando desde Ciudad de México. Pasamos por Oaxaca, Tuxtla, San Cristóbal…
-¿Nunca estuvo en Teotihuacán?
-Sí, un par de veces, pero en otros viajes.
-Ya ve que no me equivoqué. A algunas personas se les pega una luz, en ese lugar. A algunas, solamente.
-¿Usted es vidente?
-No, veo algunas cosas, nomás. La que es bruja es la Rosa.
-Ah, ¿sí?
-Pos claro. Ella me ayuda porque en otros tiempos salvé la vida de su padre. Él después murió y ella me ha puesto en su lugar. Y ella es como yo. Maestra compulsiva. Ya va a ver la lección que le va a dar a su amigo…
-¿Corre algún peligro?
-Corre peligro si nadie lo endereza tantito. Corre peligro si queda librado a su suerte y decisión. Pero todo eso usted ya lo sabe. La lección de su amigo es la de su amigo y la suya es la suya, pues.
-¿Y cuál es la mía?
-¡Pero si ya se la he dáo, cabrón!
-Ah, claro.
-No, m`hijo, tampoco me dé la razón como si fuera un chiflado, que no lo soy. Pasa que todo tiene que tener un tiempo para decantar.
-Así lo he interpretado.
-No me salga con chingaderas que no estoy chocho. Lo último que voy a decirle es que para separar la nata de lo que le he transmitido, deberá tener un poco de control sobre sus vicios.
-Sí, sabe que lo he estado pensando…
-Pensar no alcanza. Aparte, pensó menos de la mitad. Me refiero sobre todo a los vicios de personalidad. Pero mi modesta videncia me muestra que ya otro maestro se lo ha dicho. Usted viaja esperando oportunidades como ésta, ¿no?
-Seguro.
-Bueno, es por eso que se le presentan. Antes de dejarlo dormir, le cuento que su amigo mañana podrá experimentar algunos contratiempos físicos. Nada grave. Usted puede divertirse, chingarlo, seguirle el tren o lo que quiera, pero no se preocupe.
-Pobre Piero, pensar que salió tan ilusionado…
-Bueno pues, no se apure. Una cosa no quita la otra, sobre todo si se trata de la Rosa. A la Rosa le gusta disfrutar de todo.

3
A la madrugada me despertaron los gallos. Me dolía todo el cuerpo, entre el catre y los días de caminata con mochila. Abrí un ojo y lo vi a Piero dormido, más acuclillado que sentado, sobre una pared. Me acerqué y lo toqué levemente en el hombro, al tiempo que le preguntaba en voz baja:
-¿Qué hacés durmiendo en el suelo, boludo? ¿Por qué no te armaste el catre?
Se sobresaltó y me miró con pánico. A continuación dijo con tono urgente: -Vamos, vamos, cazá los bártulos y vamos a la mierda de acá.
-¿Qué pasa?
-Dale, agarrá las cosas y vamos.
-Parece que su amigo tiene prisa por irse -dijo Don Basilio, que acababa de entrar sin que lo advirtiéramos.
-Sí, me quiero ir cuanto antes. Y no me hable, por que usted sabía que iba a caer en las garras de la bruja ésa…
-Bueno, pues, si no quiere tratar con brujas tiene que fijarse mejor por donde anda, mozo. Aparte no sé si le conviene tratar más con brujas y no tanto con mujeres livianas.
-Cuando necesite un consejo suyo, se lo voy a pedir.
-Bueno, loco -dije, comenzando a ofuscarme-. No le faltés el respeto al señor, tampoco. Encima que te brinda su hospitalidad…
-Déjelo, Cratilo, mucho le falta aún a este mozo para hacer la menor mella en mi honra. Y no se sienta obligado, vaya pues.
-Bueno, pero me tiene que decir cuánto le debemos…
-Ya hablamos de eso; váyanse nomás, ha sido un placer -dijo con una espléndida sonrisa. Cargamos las mochilas y comenzamos a salir. Me volví para agradecer a don Basilio, pero me interrumpió:
-Acá les he hecho preparar unos bocadillos por Rosa. Cocina muy bien, ¿verdad? -Me hizo un guiño y puso una bolsa de papel manchada de grasa en mis manos. -Ahora váyanse, que no me gustan las despedidas.
-¿Estás loco? -Le pregunté a Piero, una vez que salimos.
-Puede ser, boludo, pero no sabés qué nochecita que pasé.
-Contá, dale.
-Fui a la casa de la mina ésta, y estaba bastante ligerita de ropas. Me senté a la mesa y me sirvió un licor de hierbas que prepara ella y que no estaba del todo mal. Tomé dos o tres copitas y luego empezamos a chichonear un poco. La loca entró en furor enseguida y comenzó a desvestirse, dejándome ver un cuerpo atlético y esbelto, unos pechos portentosos y un pubis cubierto de una pelambre negra distribuida taaan bien… artísticamente, diría. Una belleza natural extraordinaria…
-Hasta ahora, no entiendo la actitud de pánico que adoptaste.
-Esperá, esperá… la cosa es que vos sabés que no soy muy delicado para esta clase de entuertos, pero la ola de pasión salvaje que me tiró encima esta india me resultó difícil de capear.
-Che, muy poético, eso…
-Andá a la puta que te parió. ¿Te parece poético, eso?
-Bueno, no nos dispersemos. ¿Y qué pasó?
-Y, que casi me violó. Mientras se me subía encima bajó la luz de la lámpara a kerosene y, en una semipenumbra rojiza de lo más excitante me agarró el amigo y se lo enfiló entre las piernas. Era muy estrecha, y no tenía el menor olor a nada. Después se fue entusiasmando y tomando enjundia. A poco parecía uno de esos vaqueros yanquis que montan becerros, y eso que yo estaba quietito, de apabullado nomás. Parecía una especie de juego de balero venéreo, y decí que ya se le había dilatado un poco, porque sinceramente, temía que en caso de errarle al agujero me la iba a quebrar. Nos echamos un fierro de la hostia. Hasta ahí, todo bien. Pero en la segunda vuelta, se puso en cuatro patas y entonces la cosa la manejaba yo. La loca hacía toda clase de ruidos que me volvían loco, sobre todo una especie de ronroneo grave que me hacía vibrar el bicho, y te cuento que hasta ahí todo resultaba fascinante. Fue entonces que me pareció ver una sombra entrar por la ventana. Una sombra grande, voluminosa. Me congelé. Es mi gato, dijo, pero el tamaño del bulto que yo había visto no se compadecía con el de un gato. Pero como estaba todo tan lindo, me tranquilicé y me concentré en este polvo, que era el mío. Entonces entró otra sombra, y del mismo modo que había hecho la anterior, siguió para adentro, a lugares de la casa a los que yo no había accedido. Otra vez quedé duro, y ella me gritó ¡No pares ahora, gringo, por favor, no pareeees! y fue suficiente como para sacarme del trance de terror y me llevó a darle igual que me había dado ella a mí; y cagado y todo como estaba, le provoqué un orgasmo tremendo. Atrás fui yo, tras lo cual me tumbé en un sillón, y ella se fue al baño. Ni bien cerró la puerta, todo a mi alrededor fueron gruñidos, siseos, sonidos broncos de felinos que, creéme, no eran de gatitos mascota. Y las sombras que iban y venían en la penumbra tampoco. Eran, por lo menos, pumas. Entonces, cagado como te podrás imaginar, golpeé la puerta del baño y la llamé con voz queda, viste, no quería hacer ningún ruido que desatara la ira de las fieras. ¿Qué ocurre?, me preguntó, y más o menos le dije. ¡Changos, pásale!, me indicó, y cuando abrí la puerta, en una estancia inundada de luz, una especie de puma negro, o pantera, o qué sé yo qué mierda de gato enorme gruñó agresivamente y me sacó unos colmillos así (mostró la medida de unos 10 cm. entre pulgar e índice). De más está decir que abandoné cualquier actitud prudente, cacé la ropa y salí directamente en bolas. Me fui vistiendo por el camino sin dejar de correr, incluso a los saltos cuando me ponía los pantalones. De cuando en cuando oteaba para atrás, pero por suerte no vi ningún felino. Te juro que un gatito pequeño me hubiera provocado un infarto. Ah, te reís, boludo de mierda…
-No, sólo pensaba en que por ahí te hubiera ido mejor si te quedabas con el viejo y conmigo.
-Bueno, el final fue bastante macabro, pero el sexo estuvo bueno. Una de cal y otra de arena, ¿viste?
-Pero… ¿había pumas o no había pumas?
-Yo qué sé, yo los vi y los escuché, man. ¿Cómo que no había?
-Yo me inclino por el licor de hierbas.
-¿Vos decís que me drogó?
-Y, viste como son estas culturas…
-Puede ser. Sobre todo porque después, en la tapera del viejo ése, vi unos bichos rarísimos, medio luminosos.
-Viste. Seguro. Pero decime otra cosa, ¿te pican mucho los huevos?
-Un poco, sí.
-Se nota. Hace rato que veo que te los venís rascando. Para mí los bichos que veías eran ladillas.
-No seas hijo de puta, ¿te parece?
-No sé, fijate.
Paramos un segundo, mientras se bajaba los vaqueros y se miraba los pendejos.
-No veo nada. ¿Te podés fijar?
-No, gracias. Te creo.
Paró un auto conducido por un panameño que viajaba solo. Subí y me senté en el asiento de adelante. Cada vez que me di vuelta, Piero se estaba rascando las pelotas. Recordé los trastornos que había anunciado Don Basilio y reí para mis adentros.
Ya en San Cristóbal de las Casas, compré cervezas y me puse a comer la vianda que me había dado el viejo. Eran tortillas y chicharrones, que estaban deliciosos.
-¿Querés?
-Ni loco.
-Vos te lo perdés. Sentate, loco, un rato, mientras como.
-No puedo. Me arde hasta el orto.
-No te rasqués más. O andá a comprar alcohol fino y echate un poco.
-¿Sos loco, vos? ¿En el bicho y en el culo?
-Y bueno, entonces aguantatelás.
Dos días después la comezón paró.
Y, entre otras cosas más personales, pude comprobar que es muy cierto eso de que el espíritu se mueve en formas misteriosas.