viernes, 16 de diciembre de 2011

A SANGRE CALIENTE

 
Olga Levchenko

Dolores estaba sentada frente a la ventana del living de su casa paterna, mirando con melancolía la extensa plantación de girasoles surcada por el camino de tierra que llevaba a la ruta, medio kilómetro adelante. Melancólica, por cuanto la rigidez de la formación que sus padres le habían impuesto le impedía interactuar con jóvenes de su edad, y ya iba por los diecinueve. La de por sí férrea restricción moral se había agravado cuando, dos años atrás, había quedado embarazada. Tal vez haya sido espontáneo, pero ella se inclinaba a pensar que el aborto había sido resultado de la feroz golpiza que le propinó su padre. Y ello ante la mirada de aprobación e injurias de parte de su madre. Así que todas las tardes, cuando ellos y su hermano menor iban al pueblo de compras, o simplemente a tomar un refrigerio con los vecinos, ella quedaba en casa. No era cuestión de llevar y exhibirse con la manzana podrida. Y su hermano, con máxima crueldad y haciendo gala de su presunta superioridad moral, vivía burlándose de ella y llamándola puta en todas las formas verbales que puede adoptar el epíteto. Lo odiaba a él, también. Su vida era melancolía y odio. Sólo gozaba de esa soledad que cada tarde, de 17 a 20 más o menos, le permitía sentarse a ver el ocaso en soledad y masturbarse, según los dictados de su sangre joven y reprimida. Comenzaba a acariciarse suavemente, mientras pensaba en un apuesto joven quien, cual príncipe azul, vendría a rescatarla de su familia. Imprimía más energía a sus caricias figurándose toda clase de posiciones amatorias con aquel justiciero, quien luego procedía a matar brutalmente a su maldita familia; ello en sincronía con los solitarios, explosivos y largos orgasmos que la ilusoria masacre le provocaban.

Cosme viajaba hacia el sur, con lo puesto, viviendo de la caridad, y también de pequeñas changas (sólo las que su condición de prófugo de la justicia le permitían desarrollar sin levantar sospechas). Se había apeado del tren en aquel pueblo, que parecía tranquilo y amigable, acuciado por el hambre. Pero la presencia de numerosos agentes de policía rurales, insólita dada la poca entidad del casco urbano, lo disuadió; así que caminó solapadamente hasta la ruta con la intención de conseguir algo en zonas más despobladas. Llegó hasta donde cruzaba una calle de tierra. A lo lejos, detrás de la plantación de girasoles podía verse una vieja pero señorial casa de dos plantas. Decidió probar suerte.
Dolores, que había comenzado a acariciarse según el cotidiano ritual, lo vio venir. Era alto, de cabellos rojizos y aparentemente muy apuesto, circunstancia que iba corroborando a medida que se acercaba.
-Buenas tardes -saludó Cosme, cuando le abrió la puerta. -¿Tendrá usted algún trabajito, que pueda yo hacer, a cambio de comida o unos pocos pesos?
-Algo debo tener. Espere un momento, ¿quiere? -Fue hacia adentro y volvió con un sándwich de pavo y una pequeña botella de vino tinto. Le indicó sentarse a una mesita en el porche, sirvió vianda y bebida y se sentó a su lado.
-Coma, primero. Después hablamos del trabajo.
-Por mí, está bien. ¿Vive sola?
-¿Por qué lo pregunta? -Inquirió a su vez, por cuanto no había perdido de vista la eventual peligrosidad del visitante.
-Porque una mujer tan hermosa como usted no debería brindarse tan confiadamente a un desconocido, en un paraje desolado como éste, si me permite la observación.
-Oh, gracias por lo de hermosa, pero por más que lo fuere, no ando desvalida por la vida -respondió, en tanto extraía desde detrás de su vestido un .38 largo pavonado con cachas de madera y lo sopesaba en su mano derecha. -Éste es del bastardo de mi padre.
-Ah, así es otra cosa. Me parece muy prudente, sí -y pegó un ávido mordisco al sándwich. -¿Y por qué llama bastardo a su padre?
-Porque es un cerdo. Y mi madre es una puta barata que se hace la santurrona. Y mi hermano menor es una porquería de persona, digna de los padres que tiene.
-Bueno, dicho así, me hace recordar a mi propia familia.
-Entonces, puede que llegue a entenderme.
-Eso puede tenerlo por cierto. ¿Adónde están, ahora?
-En el pueblo. Vuelven en un par de horas, más o menos.
-Ahá -volvió a morder el refrigerio, acompañando la masticación con un buen trago de vino.
-Tendría un trabajo para usted. Pero es un trabajo difícil, y eventualmente muy peligroso.
-Ésos son los que más me gustan, sobre todo porque suelen ser muy bien remunerados.
-Por eso no se preocupe -aseveró Dolores, mientras sin soltar el .38 exhibía un voluminoso fajo de billetes grandes.
-¿A quién hay que matar? -Inquirió Cosme, medio jocosamente.
-A mi familia -respondió ella, con absoluta seriedad.
-Estás hablando en broma, ¿verdad?
-No. Estoy hablando muy en serio. Tenía pensado acabar con todos y huir, y supuse que con usted sería mucho más fácil.
-Acabo de tutearte, por cuanto parece que en pocos minutos hemos entablado una relación bastante profunda. Podés hacer lo mismo.
-¿Cómo es tu nombre?
-Cosme.
-Bueno, Cosme, yo soy Dolores. Y te aclaro que nuestra relación aún no es nada profunda. Simplemente te ofrecí que seamos cómplices. Mi intuición femenina rara vez me engaña, y si te propuse lo que te propuse es debido a que intuyo que no tienes demasiado que perder. ¿Me equivoco?
Cosme, que había terminado su sándwich, tomó despaciosamente varios tragos de vino, encendió un cigarrillo y al cabo soltó su sopesada respuesta.
-No, no te equivocás.
-Venís huyendo de la ley…
-¿Acaso sos adivina, o algo así?
-No, solamente soy una mujer a quien la imposibilidad de disfrutar de su juventud, y la desesperación consiguiente, le han permitido desarrollar otra clase de percepciones. Sublimación, que le dicen.
-Bueno. Así que yo me llevaría el dinero y tendría que arrastrarte en mi supuesta huída. En caso de que fuera cierto que estuviera huyendo, cargar con vos haría las cosas mucho más difíciles para mí, ¿no te parece?
-Seguro. Mucho más difíciles, pero también mucho más placenteras. Sé como tratar a un hombre, te lo aseguro.
-Bueno, dicho así, tal vez decida correr el riesgo. Dejámelo pensar.
-Otra cosa, que quizá pueda parecerte trivial, es el modo en el que quiero que los mates.
-¿Y por qué no los matás vos?
-Primero, porque no sabría cómo huir, ni siquiera sabría como destruir las pruebas. Vos sabés, los policías de por acá no son muy idóneos, pero no quiero correr riesgos. Y segundo, y fundamental, no podría consumar la venganza en los términos en los que la he venido imaginando desde hace mucho tiempo.
-¿Y cómo sería eso?
-Que los mates mientras tenés sexo conmigo frente a su vista.
-¡¿Cómo?!
-Ya tendremos tiempo para hablar de las castraciones y humillaciones que me hicieron padecer. Yo, en lo inmediato, me preocuparía por desarrollar el plan. Eso, si es que aceptas. Si no, podés marcharte por donde viniste.

2
Dolores se masturbaba suavemente, sentidamente, ante los desorbitados ojos de Cosme, quien a la sazón y como podrán imaginarse, hacía mucho tiempo que no estaba con mujer alguna. Y la belleza de las formas de esa muchacha, y sus gestos leves de placer producto de las caricias que ella misma se propinaba, lo llevaban una y otra vez al borde de la eyaculación. Así es que recibió con beneplácito en sus oídos el motor de la camioneta que se detenía frente a la casa. Escuchó algunos diálogos y se ocultó detrás de un biombo con motivos orientales.
-¡¿Qué estás haciendo, puta de mierda?! -Preguntó a voz en cuello quien era seguramente el hermano menor. -¡Papá, mamá, vengan a ver lo que está haciendo la puta ésta! -Los padres no tardaron ni dos segundos en ingresar a la sala, sumándose a los insultos e imprecaciones. Cosme se asomó, y pudo ver la lascivia y la satisfacción con que la desnuda ninfa les dedicaba una soberana paja. Y también vio al padre acercarse a ella en actitud de ataque.
-Yo que usted no haría nada de eso -le dijo, al tiempo que salía de su escondite y lo apuntaba con su propio revólver. -Dolores, por favor, ayudame a amarrarlos a las sillas.
Mientras ataba a su padre, tal lo previsto, éste comenzó a amenazarla y a insultarla de nuevo. Ella lo escupió en la cara, y terminó con su cometido. Su madre y su hermano, congelados por el miedo, no opusieron resistencia ni dijeron una sola palabra.
-Ahora amordazalos, mientras me desvisto -Dolores obedeció, rápidamente, con la urgencia propia del frenesí ardiente de su sangre. Luego se puso sobre sus rodillas en el sillón, ofreciendo platea preferencial a su odiada familia; y Cosme, ávido como quizá nunca antes, ante ese templo del deseo que encarnaba el adorable cuerpo desnudo y entregado de ella, la penetró con fuerza. Los gemidos y expresiones de placer lo volvían loco de pasión, y cuando sintió que ella iba alcanzando el primer clímax, disparó a la cabeza del hermano. Un tremendo amasijo de sangre y sesos salpicó la pared detrás del joven. Dolores entonces, entre gritos de gozo, y apretando fuertemente su pelvis contra la férrea erección, entregó su primer y desbordante orgasmo. Y el macabro coro de ¡Mmmmhhhh! ¡Mmmmhhhh! de sus padres desesperados fue música celestial para sus oídos. Tanto que a continuación, y casi sin mediar tiempo alguno, anunció:
-¡Otra vez! ¡Oh, dios, otra vez me vengo! ¡Aaaahh! ¡Aaarghhhh! -Y apenas dio tiempo a Cosme, excitado más allá de toda proporción, a dispararle a su aterrada madre.
El padre, casi perdiendo el sentido, ya ni siquiera gemía. Tenía los ojos en blanco, inyectados en sangre.
-Si querés echártelo adelante del vejete, apurate, que me parece que se va a infartar -señaló Cosme, y eso encabritó a su partenaire, quien no tardó en volver por sus furores uterinos, cada vez más entregada a ese puro deleite que la vida le devolvía a modo de revancha. Justo antes del tercer e increíble polvo, Cosme gatilló por última vez. El padre pareció despedirse de la vida saludando con la cabeza.
Dolores tomó la mano justiciera de su salvador, del cual -y a partir del sexo tan espectacular como dramático- acababa de enamorarse perdidamente. Tuvo una descarga más, y tomó la mano que sostenía el .38 para llevarse el caño a la boca, de puro reconocimiento fálico a la herramienta que la había liberado.
-Esperá un poquito, el fierro aún está caliente -dijo él.
-¿Cuál?
-Los dos.
-Qué bueno. ¡Más, así, por favor, así! -Y se llevó el caño a la boca y comenzó a lamerlo con una sensualidad que estremeció a Cosme. Era una hermosa mujer, y caliente. Correría el riesgo que implicaba llevarla consigo. A su modo, el de tipo duro, él también había comenzado a sentir algo que según sus códigos se parecía mucho al amor. -¡Ashí, ashí! ¡Mmmmmhhh, ashí! -Continuaba ella, con el cañón en la boca, lamiéndolo febrilmente y dejando entrar y salir suavemente el afiebrado miembro en su vagina. Y tuvo un orgasmo violento, que lo arrastró a él a soltar un flujo de semen que parecía no iba a terminar nunca. Pero sus crispados nervios enviaron una equívoca señal al cerebro, contrajo sus músculos e, involuntariamente, el arma se disparó. Dolores aflojó los brazos y su cabeza cayó hacia adelante. Cosme, no obstante la sorpresa, aprovechó el culo apuntando hacia arriba para descargar los últimos restos de su semen.
Se vistió, atolondrado por la enormidad de lo sucedido, tomó una botella de whisky y se la empinó tres largas veces. Recobró algo de aplomo. Salió al porche para ver si los estampidos habían alertado a alguien. Sólo quietud en la noche, y algunos ladridos demasiado lejanos como para preocuparse. Fue hasta el cobertizo, tomó una manguera y un balde y ordeñó bastante nafta de la camioneta. Limpió de huellas el tapón del tanque de nafta y se dirigió de nuevo al interior de la casa. El cuadro era bastante acojonante. Miró el culo, aún erguido, de Dolores y pensó qué lástima, era en verdad un buen culo. A continuación esparció estratégicamente el combustible, tomó el fajo de billetes, la botella y pegó fuego a la casa.
Luego caminó a través de la plantación de girasoles. Cuando oyó las sirenas ya llevaba varios kilómetros de distancia. Seguiría caminando a campo traviesa hasta que tomar un tren fuera más seguro. Y siguió caminando. Huyendo. Hacia el sur.