miércoles, 25 de mayo de 2011

La novela más leída en la cárcel de Olmos

La primer noticia que tuve de este asunto me la trajo el Johnny. Digo “el” Johnny porque, desde el tiempo que las leyes permitieron denominar a la gente con plena libertad, una numerosísima cantidad de snobs bautizaron a su prole masculina con el rimbombante nombre de “Johnatan”; generalmente combinado con apellidos tales como Zamudio, Pajón, Barrientos u otros apelativos criollos, generando así un choque cultural peor que el clásico islam versus cruzados, al menos desde lo fonético. Eso sí, muy anglosajón el nombre, pero el artículo previo al nombre no se cae, por más berretines europeizantes a los que las taras coloniales nos siguen induciendo. La cosa que el Johnny era el clásico repartidor de pizzas, ese bendito proveedor de mozzarella cuyo heraldo consiste en el sonido de un motor de cilindrada pequeña deteniéndose, música para oídos de famélicos incapaces en artes culinarias o meros flojos de voluntad.
(Advierto que estoy recayendo en digresiones algo insustanciales, pero la cuestión es que me cuesta un poco entrar en tema. Esta confesión, cual quema de naves, me compulsará a tomar el toro por las astas. O… pensándolo bien, acá va otra, con el agregado innovador de presentarla mediante un título secundario entre distantes paréntesis, como pretendiendo anotar en el arco de la originalidad: VOS TRAEME MEDIA PIZZA QUE EL ORÉGANO LO PONGO YO)
Con el Johnny teníamos un arreglo, que es el explicitado precedentemente. Media especial de muzzarella a cambio de un chopp y unas caladillas. Nos convenía a los dos, y eso es lo que se llama un trueque positivo. Ahora sí, al meollo.
-Hola, Johnny, qué hacés.
.-Cómo, va, Gaby, ¿todo bien?
-Bien, acá andamos, sentate un cacho, si tenés tiempo.
-¿Tiempo? Es lo que me sobra. Vendemos un par de pizzas cada dos horas, más o menos; que se jodan.
-Che, ¿y no será por eso que no les compra nadie?
-¿Por qué cosa?
-Porque por ahí vos te quedás delirando y tienen que esperar mucho.
-No sé. Puede ser, pero el negocio no es mío. Que se joda el dueño, también.
-Claro, por contratar repartidores como vos -Encendí el cartucho y se lo pasé. Lo tomó mientras soltaba carcajaditas sordas, y le pegó una buena pitada.
-Estuve con el Chango, ¿viste?
-¿Lo fuiste a ver a Olmos?
-No, boludo, ya lo largaron.
-Ah, ¿Ya?
-Claro, gil; cinco años, se comió adentro, el Chango. ¿Qué más querés?
-¿Ya cinco años? -Pregunté sorprendido, como pensando en voz alta, y se la dejé picando:
-Sí, cinco años, ya. Lo que sucede es que a los vejetes el tiempo les pasa más rápido.
-Mirá pendejo ladilla que todavía te puedo sopapear…
-No, señor, no me pegue que le hago la denuncia a la comisaría del menor, eh.
-¿Y como anda, el Chango?
-Cómo va a andar… viste como es, sin laburo, viviendo de prestado… che, qué pasa, ¿hoy la birra no corre? Le serví un chopp, y continuó: -En cualquier momento se te aparece por acá.
-No, pero acá no se puede quedar -reaccioné-, acá vienen…
-¡Pará un poco, pará! Se aparece de visita, digo. Viste cuando te digo que sos un paranoico…
-No, como estabas diciendo que vive de prestado…
-En lo de la vieja. Viste cómo son las viejas, pueden putearte todo el día, hacerte la vida imposible, pero en la calle no te dejan.
-Sí, es cierto.
-¿Sabés lo que me contó?
-¿Cómo podría saberlo?
-Me contó que Renato le había llevado una novela tuya, ésa que habla del fútbol, de Gimnasia, y el clásico, esa onda…
-Ésa. Yo no la leí, viste que yo no leo. Pero me la contó un poco Renato. Lo que no entendí es qué carajo tienen que ver Pitágoras, Buda, y qué sé yo cuántos con el partido de Estudiantes y Gimnasia. Renato me dijo que él tampoco entendía muy bien, que eran tus manías de hacerte el leído, o el filósofo. Bueno, es la idea, algo así dijo.
-Pedazo de hijo de puta. Él sabe muy bien qué tienen que ver. Al menos en ese contexto.
-Bueno, qué sé yo. Aparte no me importa. Lo que me dijo el Chango es que después que la leyó (no me preguntes si le gustó porque no tengo la menor idea), es que se la prestó a otro preso, y a ése sí le cagó de gusto. Entonces le empezó a hacer propaganda y al final la terminó leyendo todo el pabellón. Y si no salió de ahí fue porque tenían una sola y no querían que se las chorearan.
-No sé qué decir. Estoy conmovido.
-No te entiendo.
-Quiero decir que para mí significa más que ganar el Nobel.
-Por supuesto, que esos pobres chabones tengan algo con qué distraerse…
-¿Qué esos pobres chabones…? Claro, claro, esos pobres chabones; al menos poder llevarles algo de distracción entre tanto sufrimiento…
(Mi ego apenas pudo escabullirse frente a los sagaces ojos del Johnny. O al menos eso creo)
 
*      *      *
Un par de días más tarde cayó Renato. Lo estaba esperando. Por aquellos días explotaba el plan neoliberal que el Fondo Monetario y los grandes banqueros habían impuesto en la región, valiéndose de los cipayos de siempre, con Domingo Cavallo y los Chicago Boys como mascarón de proa y las distintas corporaciones desangrando al pueblo. Más o menos lo que pasa hoy en España y otros tantos países europeos de segunda, que caen en las mismas viejas trampas; esta vez la zanahoria del burro consistió en la ilusión de la moneda única, entre otras asechanzas menos evidentes, pero diabólicamente eficaces respecto de sus abominables designios. Pero todo esto viene a cuento por cuanto Renato, cuya propensión al trabajo es similar a la de un gato por comer cebollas, normalmente anda con poco efectivo como para emborracharse. Imagínense en los momentos de crisis. Todo ello hacía que sus sedientas visitas fueran mucho más frecuentes. Sabía que, pese a mis humildes ingresos, nunca faltaría en mi casa algo para mojar el gaznate.
-¿Viste que lo largaron al Chango? -Me preguntó, mientras se servía un tinto medio pelo de Mendoza, que -si se me permite el chauvinismo, es mucho mejor que cualquier vino “fino” de cualquier otro país-.
-Sí, me contó el Johnny. Y también me contó que dijiste unas cuantas pelotudeces.
-¿Yo? Hace rato que no lo veo.
-Bueno, no sé cuándo las habrás dicho.
-¿Y qué pelotudez se supone que dije, a ver?
-Y, más o menos que yo era un gil que se daba aires de leído, o de filósofo.
-Yo no dije eso. No es que no lo piense, pero…
-Mirá boludo que te saco a patadas en el culo y me tomo el vino solito, eh…
-Eh, ni una joda te bancás…
-Ah, era una joda…
-En serio, yo nunca dije eso.
-Dijiste que no entendías el rollo de Pitágoras, y toda esa menesunda relacionada con el fútbol.
-No, sí, entender lo entiendo, pero primero que lo encuentro algo rebuscado, y segundo… ¿cómo querés que se lo explique, al chabón, si él sí que no entiende nada?
-Bueno, le podrías haber dicho que no se lo podés explicar, y no que yo soy un tarado que la quiere ir de culto.
-Eso sería faltar a la verdad. De última se lo podría llegar a explicar, lo que pasa es que no me voy a tomar semejante laburo.
-Ah, decir eso de mí no es faltar a la verdad, entonces…
En lugar de responderme verbalmente, se limitó a poner una expresión ambigua, encogiéndose de hombros con una sonrisita burlesca. Le metí una piña en el brazo con buena carga y tremenda justeza -¡Pará, boludo, qué hacés!- se quejó, ahora con un rictus de dolor. Así estaba mejor.
-Ahora, te enteraste lo que pasó en Olmos con una novela mía, ¿no?
-Sí, me enteré. Si se la llevé yo, al Chango.
-¿Y por qué no me contaste?
-Porque sos un boludo fanfarrón y vanidoso. Ya bastante difícil es aguantarte sin antecedentes como ése. Pero igual te iba a tener que contar. Es más, venía a eso.
-Ah, yo creí que venías a tomarte un par de copas, nomás.
-Qué, me las vas a echar en cara…
-¿Y por qué me lo ibas a contar ahora, y no antes?
-Porque el Chango se hizo amigo de un par de reos que dicen conocer a Glauco, y que conocieron también al Guampa. Y ahora te quieren conocer a vos.
-¡Pero si a ésos los inventé yo! Son personajes de ficción, ¿cómo podrían conocerlos?
-Y, eso fue lo que yo les dije, pero insisten en que no, que ellos los conocieron.
-Están totalmente malucos.
-Y, no sé si tanto.
-¿Qué querés decir? ¿Qué tuve algún contacto metafísico, o alguna burrada de ésas? ¿Justo vos, que sos más escéptico que Zenón?
-Mirá, yo tengo respeto por el misterio. Sos vos el que anda leyendo esas boludeces de canalización de espíritus, aliens o lo que sea. Lo que pasa es que a vos te da nada más que para canalizar barrabravas de Gimnasia.
-Y, hay algo que se llama estilo, ¿viste?
-Eso mismo digo. Cuestión de estilo, no se puede andar mezclando los clásicos con historias futboleras berretas. Una cosa o la otra, chabón, si no todo se convierte en una mezcla rara de yuyeta y de mimí.
-¿De qué carajo?
-No sé, así decía mi vieja.
-Pero bueno, como sea, no se te ocurra traer a los fulanos ésos por acá.
-Y, viste como es esa gente. Es insistidora; y su forma de insistir a veces no resulta muy amable, por cierto. Pero no te hagás problema; uno de ellos acaba de salir, pero no te lo voy a traer.
-Más te vale.
-El que seguro te lo trae, es el Chango. Che, ¿no pinta un porrito?
-Dale. Si querés me bajo los lienzos, también.
-Paso. Bajá diez kilos y después lo hablamos.

*      *      *
¿Astor Piazzolla & Gerry Mulligan? ¿Jorge Luis Borges y Ernesto Sábato? ¿Yasser Arafat y Ehud Barak? No, la reunión cumbre a la que nos referimos es la de Gaby y el Conejo, que tuvo lugar allá por el 2002 en el living de la casa del primero, o sea, acá.
El Chango entró y me abrazó, emocionado. Tal vez lo hubiera acompañado en el sentimiento si no hubiera observado, por sobre su afectuoso hombro, la figura de un individuo cuya fisonomía no hubiera superado las pautas lombrosianas más benevolentes. Yo me considero un buen fisonomista, y estoy de acuerdo con Churchill en que luego de una determinada edad, cada uno es responsable de la cara que tiene. Pero por más responsabilidad que se tenga, había que hacerse cargo de aquella cara. Supe al momento que era el tal Conejo, ya que sus incisivos superiores podían competir con los del mismísimo Buggs Bunny. Sobresalían de un rostro moreno, de expresión alocada, con barba de unos días y pelo ensortijado y sucio. Una profunda cicatriz iba desde el borde de su ojo izquierdo hasta la comisura de la boca (flor de tajo habrá sido), de estatura mediana, bastante panzudo; y sobre todo, se veía sólido, compacto, como una bala de cañón.
-Hola, Gabriel, qué gusto verte -me dijo el Chango.
-Igualmente, hermanito, ¿cómo andás?
-Suelto -dijo el Conejo, llevándome a pensar que su sentido del humor era tan sutil como su cara.
-Él es el Conejo -presentó El Chango. Nos dimos la mano (no digo “estrechamos” por cuanto el único que estrechó fue él, como si un ogro tomara la mano de un infante. No tengo manos chicas, pero las del malacara eran descomunales).
-Así que vos sos Cebrián -dijo, mientras me examinaba cuidadosamente.
-Eso creo -respondí.
-Te hacía más…
-¿Más maricón? -dijo el Chango.
-No, al contrario -respondió el Conejo, y se cagaron de la risa. -Fuera de joda, este chabón es un tipo fino, medio fifí. Como se juntaba con el Glauco, que le decíamos Papa, y el Guampa, qué sé yo… pensé que era otra cosa. (¿Que yo me juntaba con el Glauco, y el Guampa? ¿De dónde sacaron esa historia?)
-Antes de seguir analizando qué clase de otario soy, ¿por qué no nos sentamos y tomamos algo? -Propuse, algo fastidiado y confuso. -Mientras se sentaban, el Chango acotó:
-Qué querés, loco, el tipo es escritor, no un cabeza más del barrio.
-No es por salir en mi propia defensa -observé-, pero no soy “escritor”; y me siento mucho más cerca de ser un cabeza más del barrio que un integrante de la Sociedad Argentina de Escritores. Gracias a dios o a san puta.
-¡Bueno, bueno, pará, marginal! -Se burló El Chango.
-Sí, loco, levantá que nos estás metiendo un miedo bárbaro -Hizo lo propio el Conejo, que de no ser por los dientes seguramente hubiera recibido el mote de “Jabalí“. ¿Acaso estaría yo asumiendo aires de malevo intentando establecer un hándicap tumbero tan lejano a mis fatuas ínfulas? En todo caso, estaba al filo del papelón. Serví una cerveza de litro. Había comprado ocho, y con esa gente seguro que resultarían pocas.
Pensé en preguntar cómo habían pasado su temporada en el infierno, pero me pareció que el tema podía resultar deprimente, o al menos molesto para personas que acaban de salir. Pero lo sacaron ellos.
-Qué garrón nos comimos ahí adentro, loco -me dijo el Chango. -No quieras saber lo que es eso.
-Me imagino.
-No, no te imaginás. Hay que estar.
-Seguro, sí.
-Por eso, cuando Renato me llevó tu libro, le dije “Loco, qué me traés un libro, ¿te creés que no hay papel, acá, para limpiarse el culo?”; porque vos sabés, yo no soy de leer mucho, más que las fijas del hipódromo o el suplemento deportivo del diario… por eso no entendí el quilombo que se armó.
-¿Qué quilombo se armó?
-Y, se lo presté a éste y se volvió loco, me dijo que era de la barra de Gimnasia y que había conocido a casi todos los personajes.
-Sí -asintió el Conejo/jabalí-, y yo, por eso mismo, se lo pasé al Tuerto, porque él también los conoció. No lo podía creer, el loco. Y me pidió si se lo regalaba, y yo le dije que era del Chango. Y este boludo, como no le da bola a esas cosas, y no conoce a nadie, se lo regaló.
-Pero sí, gil, si para él valía algo… no por vos, Gaby, que sabés lo que te quiero. Pero a mí los libros…
-¡Me lo hubieras regalado a mí, pajero!
-¿Y por qué no me lo pediste?
-¡Y qué sabía yo que se lo ibas a dar el pelotudo ése! Encima viste cómo terminó…
-¿Cómo terminó? -Pregunté, ansioso.
-Achurado. Resulta que un par de pillos se lo quisieron zarpar, y se armó bondi. El Tuerto los fue a buscar, faca en mano, y terminó con un puntazo en el hígado. Duró como cuatro días, me dijeron, pero al final palmó.
UUUAUUU! , pensé, mi novela ya cuenta con un muerto en circunstancias dramáticas en su haber. Y, al margen de su nivel literario, se había convertido en una especie de objeto de culto en la cárcel quizá más brava del país. No es moco’e pavo, ¿no?)
-Bueno, las cosas fueron más o menos así. Los pillos que asesinaron al Tuerto lo pasaban a cambio de cigarrillos, o tarjetas de teléfono, o falopa, o cualquier cosa que tenga valor ahí adentro. Incluso culiadas. Y según lo aportado, eran los días que le tocaba el libro a cada uno.
-Alucinante -dije, incrédulo y casi superado por este resultado absolutamente increíble que había alcanzado mi libelo.
-¿Sabés adónde lo puedo encontrar al Glauco? -Me preguntó de pronto el Conejo/jabalí, casi intempestivamente.
-¿Cómo podría saberlo?
-Qué, ¿acaso no sabés por donde anda?
-Hay un dato que te falta. A los personajes de la novela, los creé yo.
Meneó la cabezota, como si hubiera esperado tal respuesta. Y así era, ya que le dijo al Chango.
.Loco, decile al gil este que no me falte el respeto. Renato ya me había anticipado que se iba a borrar, pero él y yo sabemos cuál es la posta.
-Escuchame, Conejo, hablá conmigo -le dije-, te digo la verdad. Acá mismo, en esta computadora que ves ahí, escribí todo. La única referencia que tuve fueron cuatro o cinco diarios de la época y unos cuantos libros clásicos y no tanto, acerca de griegos, babilonios e hindúes.
-Mirá, loquito, hablo con vos y te la dejo bien clara: dejate de hinchar las pelotas con boludeces y no distraigas la partida; porque si estás hablando de gente que existe, o existió, como el pobre Guampa, y que uno ha querido mucho, más vale que soltés el rollo porque se pudre la momia, ¿entendés?
-Loco, no le hablés así al Gaby, ¿está? Porque yo lo banco.
-Si no suelta prenda, me los voy a tener que cargar a los dos, entonces.
-Paren un poco, che. Si empezamos así. para la quinta birra nos aplastamos los sesos -intenté contemporizar.
-”Nos aplastamos”, dijo el mosquito -se burló el Conejo/jabalí, y aflojamos el clima con unas carcajadas. Pero la tormenta sólo acababa de comenzar, y yo estaba en un atolladero de muy riesgosa resolución. Creo que nunca en mi vida pensé con tanta velocidad para hallar una salida de emergencia intelectual. Y creo que nunca en mi vida, tampoco, tuve tan cabal conciencia de mi mediocridad en este sentido.
-Decime, Conejo -le dije finalmente, -¿vos no creés que en todo caso, como en una especie de videncia, pude haberme conectado con alguno de ellos? -Al momento en que daba voz al argumento advertí la fragilidad del mismo. La respuesta fue obvia y escueta.
-No.
-¿No?
-No. Y te voy a decir por qué. Entre otros bardos que tuve en el penal, una vez me iban a matar, posta, no había zafe posible. Así que me empecé a hacer el loco y se me fue la mano, aunque para salvar el pellejo todo vale. Y me mandaron al pabellón de inimputables de Romero. Y ahí, ¿adiviná a quién conocí?
-Ya sé. A Juancho (Juancho era un querido amigo que murió poco después de salir del Hospital de Romero, y que -según entiendo ahora- desafortunadamente, lo involucré en la historia).
-¡Éééééso mismo!
-Juancho no existe. Se murió hace como quince años.
-Pero existió, ¿no? El Guampa tampoco existe, pero existió. El Marqués tampoco existe, pero existió. Y según tengo entendido, el Glauco todavía existe. Y vos me lo vas a marcar.
-¿Se trata de algún vuelto?
-No, boludo, te digo que no… sabés lo que lo quiero, al guacho ése. Sólo lo quiero ir a ver, y te aseguro que se va a cagar de gusto, el loco, cuando me vea. Aparte, ¿ves que lo estás cuidando? ¿Qué te calentaría, si no existiera?
-Pasa que con tanta insistencia ya me hacés dudar de mí mismo.
-Bueno, es re-corta, man, dejate de boludeces: o largás el rollo o se pudre todo.
-¡Te dije que no le hablés así al Gaby!
-¡Y yo te dije, incluso antes de venir, que si se ponía en boludo y vos saltabas me los iba a cargar a los dos!
El Chango se levantó de golpe, haciendo caer mi silla estilo campo para atrás, que si bien no son muy finas, son mi orgullo. En un segundo todo mi humilde mobiliario había entrado en zona de peligro letal. No sé si por evitar masacres inminentes, o por mi espíritu burgués pequeño pequeño que se preocupaba por el pino misionero devenido en muebles de estilo, que intenté poner paños fríos con verdadera lucidez:
-Loco, después de pasar juntos por tantas, se van a fajar ahora…
-Eso es parte de nuestra relación, nada grosso -dijo el Chango, con una sonrisa incipiente.
-Sentate, pelotudo -dijo el Conejo/jabalí.
-Loco, mirá, te voy a decir la posta -dije-, la novela ésa la escribió Glauco, yo le dí un tono, y una corrección de estilo…
-No sé de qué carajo estás hablando.
-Bueno, se la corregí un poco, pero no mucho, el loco escribe bastante bien.
-Sí, siempre tuvo un cuelgue así, con los libros, como vos.
(El bestia éste estaba llevándome a dudar de mí mismo. Créanme. Y si bien era la más patética, no era la primera vez que me pasaba algo así. ¿Será que la gente necesita realizar, quiero decir, darle entidad, a historias ficticias que le pasan cerca?)
-Y después que me dio el manuscrito, desapareció. “No me busqués”, me dijo. “Ya me anda buscando la ley, los amigos del Marqués, unos cuantos boludos que quieren que les baje influencias para ascender en la barra de Gimnasia…”
-Puede ser, pero no me convencés del todo.
-Y bueno, entonces te puedo decir que me dijeron que anda por Córdoba, por allá por Capilla del Monte, San Marcos Sierras, por ahí.
-Ésa sí te la creo -dijo, para mi regocijada sorpresa-. Él siempre decía que cuando hiciera guita se iba a ir para allá.
-Todo bien Conejo, pero con tanta presión me obligaste a mandar al frente a un amigo, que me pidió que no dijera nada -reproché, mientras sentía que estaba remachando el clavo con firmeza y talento a la vez.
-Todo bien, Gaby, conmigo no pasa nada. Te repito que se va a poner feliz cuando me vea -mordió el anzuelo tan fácil que no tuve ni necesidad de cañear.
-Si, me parece que tenés razón. Conociéndolos a los dos, no me cabe ninguna duda.
Clavo remachado.

*      *      *
Después de eso, seguimos bebiendo, contando historias, carcelarias y no, hablando de mujeres, de fútbol y todas esas cosas que no lucen en un cuento pero que aportan diversión a la cotidianeidad.
Cuando se iban yendo, el Conejo/jabalí me cogoteó, acercó su morro apestoso a mi cara y me espetó:
-Si alguien, cualquiera, te pregunta si la historia ésa es verdad o mentira, vos ya sabés lo que tenés que decir. No me gusta que me tomen por boludo, y mucho menos de mentiroso.
El Chango me guiñó un ojo.
Y yo por mi parte, antes de cerrar esta historia de segundo orden, quisiera dar dos precisiones finales.
La primera, que publico esto por cuanto la posibilidades que el Conejo/jabalí lo lea son prácticamente nulas. Si no, ni loco ni borracho, you know.
La segunda, que a partir de hoy, quienquiera que sea que me pregunte qué porcentaje de realidad y de ficción contiene la novela motivo de autos, mi respuesta será única y final. Voy a decir exactamente lo que el Conejo/jabalí me indicó que dijera. Y tal vez, finalmente, haga honor a la verdad. Verdad, no hay concepto más relativo. O tal vez sí. Pero son las cuatro de la mañana, estoy borracho y muy cansado, así que será hasta la próxima.