domingo, 29 de mayo de 2011

La oración de los hijos de puta


Adonde voy llevo mi oración. Sí, no os asustéis, los hijos de puta también oran. Acá Fernando me sopla al oído que generalmente, los que más rezan son los más hijos de puta, pero también podría decirse que muchísimos hijos de puta no rezan, y así entramos en una ensalada de diagramas de benn cuyas superfetaciones, si fueran cromáticas, darían como resultado algo quizá más delirante que las mismísimas obras de Kandinski, serían algo así como arte socio-religioso estadígrafo.
-Che, esto no garpa -dice fastidiado el Alter Ego, mientras apachurra una colilla en mi cenicero toba, y agrega: -Con lo que te cuesta arriar ganado para estos jagüeles sucios…
-¿Tratás de ganado a mis lectores?
-Qué te asustás, si el que los trata peor sos vos, con estas glosas soporíferas con las que se entretienen vos y tu esbirro de color.
-Ah, querés competir… “esbirro de color”… ¿qué carajo es esa expresión?
-Qué, ¿no sabés qué quiere decir?
-Te están sobrando -me dijo el negro.
-Vos no me metas fichas que éste no pesa ni veintiún gramos, si querés pegale vos. Pero estábamos hablando de la oración de los hijos de puta, y al respecto creo que “orar” y “rezar” no son la misma cosa. Orar me tira una onda más zen, en cambio rezar tiene más que ver con recitar, como repetir cantinelas y estructuras de memoria, sin profundizar en el significado.
-¿Tu análisis es de base etimológica? -Preguntó Fernando, me guiñó un ojo y nos cagamos de risa.
-Ves. Loco, vos y el grone se meten siempre en camisa de once varas. Dicen incoherencias con acentos académicos y después no saben como sacar los pies del lazo. Acá hay que narrar, chabón, mostrar un poco de creatividad y el más mínimo oficio. Boludeces pseudofilosóficas bate cualquiera. ¿Qué mierda tiene que ver la oración con la hijoputez?
-¿Conciente o inconciente?
-Ves, lo que te digo, sos pura chicana. ¿Desde dónde hablás, vos?



¿Desde dónde hablo? Buena pregunta, y tengo una mejor respuesta. Hablo desde Cartagena de Indias, Colombia. Estoy sentado sobre los suaves resortes de una butaca doble sacada de un auto, bajo unas palmeras, gozando de una noche espléndida de julio, de la fresca brisa y de las espectaculares piñas coladas que prepara Antonio. A mi derecha ensaya para un certamen una orquesta de cumbias. Una y otra vez el mismo par de temas, el de presentación y el otro para ser ejecutado ante un eventual arribo a la ronda final. Está bueno, las gaitas colombianas son toda una novedad para mí, uno de los bongoseros toca como la gran puta, pero… una y otra vez el mismo par de temas… en fin.
Según normativa legal, ya a esa hora no se pueden servir bebidas alcohólicas en los bares/barraca de la costanera. Pero Antonio se las ingenia para alcanzarme, por la puerta trasera que da a la playa, las referidas e inolvidables piñas con ron Medellín y no sé qué otros ignotos pero maravillosos ingredientes. Y si esto resultara poco para que me simpatice rotundamente, luce una remera con la foto de Escobar Gaviria sobre la inapelable leyenda que reza “El Patrón”.
Acabo de cumplir 52 años, la edad sagrada de las culturas centroamericanas precolombinas. Buen momento para una recapitulación, sobre todo cuando jamás he hecho alguna cosa de esa índole. Y que será la única/última vez que haga semejante cosa. Tal vez me sirva para averiguar ante mí también desde dónde carajo hablo.
La UNASUR está mediando en la crisis de este país con Venezuela. Más de uno me dijo: “Estás loco, vos, cómo vas a ir a Colombia, que están por entrar en guerra.” Qué boludos. La gente con la que hablo por acá se caga de risa de la supuesta guerra. No tienen nada en contra de Chávez, y sí mucho a favor. Al que odian es a Uribe, y desconfían del Presidente electo Juan Manuel Santos, “ojos de víbora”, como le dicen. Claro; la gente con la que hablo no pertenece precisamente a las clases acomodadas cuyo cerebro está formateado de acuerdo a los moldes que impone la multimedios Caracol y RCN. Los imperios comienzan a ponerse nerviosos por la revolución informática, que, lejos de ser una revolución más inocua -naif si se quiere- como se supuso al principio, cuando solamente alteraba ciertas pautas comunicacionales, ahora resulta clara su operatividad e incidencia en asuntos más espinosos, como llevar a conocimiento de las masas los trasfondos de la economía, la política y la sociedad en general. La transversalización de la información está causando cada vez más revueltas y les permite organizarse a los revoltosos, quienes pese a ésta su condición, no despreciaron nunca las virtudes del método aplicado al quilombo para canalizar sus estrategias.
-Che, argentino, ¿cómo se dice tiro libre en tu país? -Me pregunta, durante un impasse musical, uno de los bongoseros.
-Tiro libre - le respondo, y todos se cagan de risa. Uno le dijo “Claro, idiota, si hablamos el mismo idioma…” . El bongosero no tuvo bagaje lingüístico a mano para justificar su pregunta -cuya respuesta no resultaba tan obvia como pareció en contexto- y se limitó a menear la cabeza con una sonrisa incómoda y ojos llorosos. Tal vez no debí responder de manera tan cortante.
En fin, arranca la cumbia nuevamente (por enésima vez “la cumbia continental”), y Antonio y Escobar Gaviria me siguen tirando piñas, y yo voy a hablar de mí a través de esos mismos vórtices digitales que hoy día articulan acciones populares en Europa, Medio Oriente, y el conjunto de países ¿emergentes?.
He vivido en más casas de las que puedo recordar. No guardo memorias gratas de la infancia, solamente el afecto de mi abuelo materno, demasiado buen tipo para bancar a un bastardo como yo; un bastardo existencialista, ya que si bien creo no serlo en sentido propio, esencial si se quiere, lo soy por elección. Y ello no le hubiera agradado a mi ejemplar abuelo, pero lo habría respetado. Era un hombre de respeto. Y aunque quizá no lo parezca, yo también soy un hombre de respeto. Por ello llego al colmo de la furia cuando me siento irrespetado.
Salvo por su ejemplo, y no por su consejo, no le debo nada a nadie. Y él ya se fue de este mundo, así que, gracias a las fuerzas superiores, NO LE DEBO NADA A NADIE. No saben la tranquilidad que me da eso.
Aparte de él, de mi abuelo don Justo, no voy a hablar de nadie más. Mal o bien creo haber saldado mis cuentas afectivas. Y si me explayo sobre alguien, temo echar sal sobre viejas llagas, que arrojarán nuevas deudas en las columnas de un debe que prefiero permanezca inmaculado. Ya no tengo más solvencia anímica para afrontar tales dispendios (y dicho sea de paso, ya he pagado mucho más de lo razonable. Y no he sido respetado en la manera en que yo respeté. Pero esto es un mercadeo sentimental inconducente. Como dijo Peter Tosh, “keep on walkin’ don’t look back” . Y qué bien viene un poco de reggae imaginario para cortar un poco las cumbias reiteradas y los avatares del ánimo…)
Afirmado siempre en mi volátil criterio, y agradeciendo cada día a la intuición que me ha permitido llegar a poder seguir dando voz a iniquidades, caminé entre la miseria y el horror, y nunca dejé hallar perlas en el barro. Aprendí que la desazón no comportaba ceguera, y gracias a ello pude ver su tenue resplandor, aún en el más aciago de los contextos. Pero ojo: también aprendí que el odio ciega; el miedo -más allá de ciertos parámetros-, en lugar de paralizar, da fuerzas y compele a las acciones más temerarias; y fundamentalmente, que la depresión mata de muchas formas diferentes: provoca suicidios, enfermedades terminales y -por curiosa concatenación de factores aparentemente ajenos a la esfera de acción individual-, “accidentes” . Fatales o aún peores, que son los que nos arrojan a sobrevidas en las cuales extrañaríamos, cual paradisíacas bonanzas, las condiciones en las que se desarrolló la depresión catalizadora. Tomá. Y esto que les digo, que quede constancia en Actas, no comporta elementos ideológicos ni teológicos vinculados a pseudociencia o inspiración New Age. Y conste también que dentro de las pseudociencias incluyo a varias de las consideradas Ciencias por el stablishment cultural.
El director de la orquesta de cumbias repasa los ítems extramusicales que los ayudarán a ganar el concurso. En medio de esa especie de arenga, dice que sus rivales a vencer son unos fulanos que vienen de Barranquilla:
-“Y nosotros tenemos que sacar provecho de la diferencia -sentencia. Y luego pregunta solemnemente: “¿Y qué diferencia hay entre Cartagena y Barranquilla?
-”¿Cien kilómetros?” -Inquiere a su vez el bongosero, con picardía. Sus preguntas tenían el don de provocar hilaridad, voluntaria o involuntariamente. Nos cagamos de risa; todos, menos el director, que pasó a reducirlo verbalmente a la altura de una bolsa de excrementos.
Bueno, en fin, debo decir que he cargado muertos, y ya no los cargo; he sentido odio, pero ya no tengo tiempo para eso. Mantengo la furia, porque me gusta reaccionar mal cuando vale la pena; camino con un pie en el topos uranos y el otro en la zanja, y escribo en consecuencia; empecé a escribir para no tener que trabajar y terminé trabajando para poder escribir; No visito a mis amigos, y la mayoría de los que me visitan me rompen las pelotas; nunca olviden que la soledad es la llave maestra (para las cerraduras importantes, desde luego); tampoco olviden que la única pareja viable es la que permite estar solo de a dos, cosa que no es tan simple, por cuanto primero hay que despejar de la ecuación subjetividades románticas y/o sexuales, niveles de conformismo, en fin, toda esa pátina artificial que nubla la visión y hace aparecer como soledad a una muchedumbre de yoes, propios y ajenos, entrechocándose aleatoriamente como los átomos de Demócrito; estoy agradecido a todos los que me enseñaron algo, porque si no hubiese sido por ellos no estaría en condiciones de celebrar hiperbólicamente mi vida aquí y ahora, en Cartagena, o en mi bohemia buharda; profeso (mal) al menos tres religiones, y nunca dejo de hacer ofrenda a mis orixás.
Es tarde. Antonio y la imagen de Escobar cerraron todo y se fueron. La orquesta también. Yo estoy terminando esta recapitulación, o quizá sea que ya no hay más piñas. Se acercan tres jovenzuelos, botellas en mano. No me alarmo. Nunca me alarmo hasta que no es estrictamente necesario.
-Eh, argentino, yo soy el hermano de Antonio -me informa uno de ellos, visiblemente beodo y sonriente, mientras me estira una botella de ron.
-Siempre se puede confiar en esta familia -le dije, antes de empinar el codo.
Parece ser que la noche se iba a hacer larga. Pero hoy solo recuerdo que en un momento vivamos al Che Guevara y a Mercedes Sosa, saltando abrazados como la hinchada del equipo que se corona campeón.
Es lo más parecido a una oración y a un balance existencial que puedo hacer.

Adonde voy llevo mi oración. Sí, no os asustéis, los hijos de puta también oran.