martes, 7 de junio de 2011

Ángeles y aparecidos

Fragmento de "Diente de León"

Ahora bien, inmerso en este Juego de Abalorios patéticamente actualizado* por el tiempo, en esa cultura folletinesca tan bien vislumbrada por Hesse y antes aún por Spengler –¿será casual que ambos sean alemanes?- hoy firmemente apuntalada por la ciberinformación, voy a permitirme considerar algunas aristas, etéreas, si se quiere, de la cuestión angélica. Aunque hay que tener cuidado de lo que se entiende por angélico. Sin llegar a extremos (como por ejemplo argumentar prima facie que Satán también fue un ángel, y cosas por el estilo que no hacen más que maniquear un asunto por demás espinoso), me permito no obstante recordar que el llamado Doctor Angélico, Tomás de Aquino, conspiró para ejecutar al pobre Sigerio de Bravante -muerto finalmente a manos de su propio amanuense-, por preferir en todo caso las certezas provinientes de la reflexión filosófica a las que se sostenían por supuestas revelaciones. Si así fueran los ángeles, su paso sería reconocido no por golpes de aire sino de hacha. Son otros ángeles a los que me refiero, y seguramente a los que se refería Tomás, siempre y cuando no se metieran en su kiosco.
La palabra ángel significó originariamente “mensajero”, a secas, antes de convertirse en esa especie de transmisor entre el mundo humano y lo divino. Una especie de anticipo mágico de la manifestación del Verbo, generalmente aparecido ante personas muy piadosas o de profunda espiritualidad. Los testimonios, percibidos en circunstancias donde los cimientos espacio-temporales parecen estremecerse, nos recuerdan esa situación ajena a tales categorías –lugar fuera del espacio, instante fuera del tiempo- común a cualquier experiencia extática. El problema, yo creo, arranca cuando quiere transmitirse a los sentidos “mundanos” esa visión extracósmica. Comenzamos: que tipos luminosos, o con alas, o áura satelital, o venados, coatíes, o luces parlantes, o cualquier otra cosa que se le haya ocurrido a alguien alucinar o en todo caso querer decodificar. Eso, solamente en cuanto a lo perceptual. Después empezamos a querer establecer basa respecto de cuestiones tales como si son corporales o esencialmente espirituales, qué grado de participación tienen con la divinidad, si son substancias separadas e intelectuales, hasta llegar a pretensiones extravagantes como la de Dionisio el Areopagita, quien los organizó –a partir de cábalas, revelaciones apostólicas y necesidades institucionales- en nueve coros y tres jerarquías. Y después también está la funcionalidad, más o menos un ángel para todo, desde los primordiales –anunciadores, de la muerte, protectores- hasta los textos new age que tienen un ángel para cada forma de melancolía o signo zodiacal. Salvo algunas culturas orientales o americanas, donde la noción parece estar vinculada a cuerpos superiores que eventualmente pueden desarrollarse a través de prácticas ascéticas y/o esotéricas de altísima concentración, el resto parece un grotesco paródico del pensamiento objetivo, si es que lo hay. Yo, la verdad, de ángeles no sé mucho. Sin embargo, por circunstancias de la vida pude corroborar una lectura cuando tuve la impresión que dentro de uno hay alguien que, si no lo sabe todo, sabe mucho más que uno (no en vano me referí a Hesse más arriba, creo que fue en Demian que lo leí). The Big Brother.

Invierno. Cratilo caminando por la montaña, mochila al hombro; sin un cobre porque acaba de ser echado por una histérica que lo llevó hasta allá y lo largó duro. Cratilo camina, hace dedo, pero nadie lo aventa un mísero Km. Cae la tarde. Se termina la última petaca de whisky. Cae la noche, cae Cratilo.
‘Va a estar duro’, pensó, mientras trataba de cobijarse con una campera a modo de manta. En eso vio venir bailoteando la brasa de un cigarrillo.
-Buenas noche’ –dijo una sombra con forma humana detrás de la brasa.
-Buenas noches –respondió Cratilo, algo alarmado.
-¿Qué macanas anda haciendo, usté joven, por acá?
-¿Puedo saber quién me lo pregunta?
-Sí, como no. Ió soy el Aparecido.
-¿Cómo?
-Sí, el Aparecido, pué. ¿Qué esperaba? ¿A Yul Brinner?
-No, pero me parece que usted está loco.
-Ah, ¿sí? ¿Y qué voy a estar haciendo acá si no, cagándome de frío como un güevón en medio de la noche? ¿No sabe que por acá hay pumas?
-Eh, tío, la concha de su madre, déjese de joder... ¿no le parece que ya estoy bastante asustado?
-¿Por mí, por el Aparecido?
-No, por usted no. Digo por los pumas, o cualquier otro bicharraco que se le ocurra.
-Ah, qué lástima.
-Déjese de joder, hombre con eso del Aparecido.
-No, güevón, en serio te digo.
-¿Y cómo es, su historia?
-No muy distinta de muchas, según tengo entendido. Estaba podrido de todo, viste muchacho, y me mandé flor de cagada y me boletié. Y juí allá y me dijeron no, vos no sos para acá, y todas esas cosas que dicen los jefes. Y me dijeron ‘vos andá y aparecete’. Y bué, ió me vengo y me aparezco.
-No le puedo creer...
-Y es que tal vez ése es el castigo. Me mandan acá, ió espero un montón para que aparezca alguno como vos, de noche...
-¿Y?
-Y güeno, cuando aparecen, ió me les aparezco y en vez de asustarlos les digo que no sean güevones, que si se duermen no se despiertan más por el frío y que caminen, que a dos horas más o menos hay una estación de servicio. Más que para asustar me parece que me pusieron de guardaparque.
-¿En serio, me lo dice?
-¿Qué, lo del Aparecido?
-¡Pero no, boludo, lo del frío!
-Claro, güevón, si ya casi no sentís los pies -era cierto.- Más vale que empieces a caminar.
-¿Y qué hago, en la estación de servicio?
-¡Y qué vas a hacer! ¡Pedir! ¡Pedir por tu vida! ¿O te sobra alguna ficha? A lo mejor te dejan dormir en el baño. Y por ahí te dan un café, o un sánguche.
-¿Voy de parte suya?
-Y, vos fijate... por ái se piensan que estás drogáo y te sacan a los chumbos.

Cratilo caminó durante horas, automáticamente en bajada, penosamente en subida. Ahora sí, lo sabía, su marcha era de supervivencia. El miedo era concreto. “La angustia hace patente la nada”**, recordó, mientras sus entrañas se agitaban por el esfuerzo, y sorprendido ante la tenaz compulsión del instinto de supervivencia. No vio una estación de servicio ni siquiera en espejismos. Sin embargo, entrada el alba, encontró un galpón y durmió hasta el mediodía. Después anduvo en trenes de carga, y vivió magramente de la caridad; justo él, tan misántropo que es.
Respecto del Aparecido, jamás pudo Cratilo siquiera suponer si tuvo lugar fuera de su mente, o si en todo caso se trató de un divertido montañés dotado de un fino sentido psicológico. La incertidumbre parece ser lo más cercano a la objetividad.
O sea: crean, si pueden, en ángeles, inmanentes o trascendentes. Pero tampoco exageren, eh.

* En sentido aristotélico, o sea, puesto en acto.
** Heidegger, Martin, “¿Qué es metafísica?”, Siglo Veinte, 1974.