miércoles, 31 de agosto de 2011

ENCUENTROS CERCANOS DE TODO TIPO III - EL VIEJO POETA


Tenía una historia más o menos cocinadita. Masticada mentalmente, digo. Ahora había que encender la notebook, arrimar algo para beber, algo para fumar y un poco de música. Porque uno viene con la historia medio rumiada, ¿no es así?, mas luego aparecen primero las cuestiones vinculadas a apertura, conectividades, digresiones que no queden como el culo, en fin; y al condimento, que es algo que va esparciéndose durante la ejecución global. Al menos en mi caso funciona de este modo; lo aclaro porque estoy dando por universalmente válidas premisas que quizá solo lo sean para mí. Y salvo que estén pergeñando un tratado de lógica, se las recomiendo. Lo sesudo se congela ni bien es expelido, como el aliento en La Antártida. Lo improvisado ma non troppo es más tribal, tropical, vital y otros varios calificativos en rima, y he aquí la primer digresión.
Pero la segunda y mayor -yo diría, definitiva- no provino de mi tropel mental de boludeces, sino de la inesperada (¿debí poner espeluznante?) visita de un viejo poeta que por primera vez, y quién sabe debido a qué causa, se dignaba a pasar por mi rancho.
-¿Qué anda haciendo por acá, Don Hilario? (Que así voy a llamarle, de pura indulgencia, nomás)
-Pasé a visitar, viste. Me diste tu domicilio y yo jamás vine -Eso había ocurrido más de ocho años atrás. Hace ocho años yo era otro, voto a Rimbaud.
-Pase, siéntese. ¿Quiere un roncito?
-No, gracias.
-Mire que es del bueno, eh.
-Bueno, está bien, si insistís; pero un dedito, nomás.
-Un dedito, un dedito… quien dice un dedito dice dos, como solía decir mi abuela. Y dígame, ¿a qué debo el honor…?
-Nada especial. Aunque…
-Eso es lo que me interesa. El aunque…
-No, que estuve leyendo las últimas cosas que escribiste… -dijo con cara de estar oliendo mierda.
-¡Ah bueno! Pensé que era algo grave. Estuvo leyendo mi porquería y no le gustó, ¿es eso? No se haga problema, a mí tampoco me gusta mucho que digamos. Pero me da para seguir siendo arrogante. Y, sinceramente, me importa un bledo la opinión ajena. ¿No es un buen síntoma, ése?
-¿A mí me preguntás?
-Que yo sepa, solo estamos nosotros. Aparte se supone que usted conoce los cánones.
-¿Qué cánones?
-Los del buen tono y corrección en literatura.
-Bueno, yo digo lo que me parece, solamente. Tal vez no debía haber dicho nada. -Tal vez no debería haber venido, pensé, pero sin embargo dije:
-Don Hilario, estamos cambiando pareceres. No me siento agredido, y le pido que eventualmente haga lo mismo. Ya cuando leyó mi primer volumen de cuentos me aconsejó -elogios aparte- que tratara de no escribir tan groseramente.
-¿Eso te dije?
-Sí. Y agregó que las guarangadas no solo no sumaban sino que restaban al resultado final.
-Pues sí. Sinceramente, era lo que me parecía. Y me sigue pareciendo.
-Y yo en ese momento no le respondí lo que pensé.
-Pude imaginármelo entonces, y puedo imaginármelo ahora.
-Diga que la suspicacia no es un punto fuerte en la poesía, sino usted sería Hölderlin.
-Ves, no te gustan las críticas.
-Digamos, mejor, que me importan un pito. Pero acláreme una cosa, ¿de veras vino acá solamente para hacer evaluaciones críticas de lo que estoy escribiendo?
-No, también vine porque la gente anda medio preocupada por vos.
-¿Qué gente?
-La gente de la literatura.
-Eso siempre me sonó a secta. Y no de las más interesantes, claro. ¿Y por qué se preocupa esa entelequia remilgada que viene a definir como “gente de la literatura”?
-Son tus amigos. O al menos lo eran, bah.
-No son ni fueron mis amigos. Si alguna vez los toleré, fue porque pensé estúpidamente que era uno de los pasos a seguir para obtener algo de trascendencia, y que ésa era la vía normal e ineludible para tales fines. Lo único que conseguí, en cambio, es sentir una mezcla de desprecio y pena por esa gente; y lo que es mucho peor, sentir lo mismo respecto de mí mismo.
-Eso suena a resentimiento. ¿Por qué llegaste a eso?
-No es resentimiento, pero llegué a sentir eso al encontrarme en medio de unos cuantos fantoches pretenciosos que no podían ver más allá de sus egos pequeñoburgueses.
-Eso vale para mí, también…
-En honor a la verdad… pero no me dijo por qué estaban preocupados.
-Dicen que estás bebiendo mucho, usando drogas, y que es una lástima que desperdicies tu talento en vicios y escándalos.
-¿Y cómo coño saben?
-Y, querido, basta con leerte.
-Ah, está bien. Dan por sentado que mis ficciones, de ficción no tienen nada.
-Entre nosotros, no me vas a decir que son puras fantasías…
-Entre nosotros, voy a decirle un par de cosas: la primera, es que en principio me veo favorecido por la presunción de inocencia; y la segunda, que cuando necesite nodriza, policía o rehabilitación les aviso. Pero sospecho que se trata de otra cosa. Cuando caterva como ésa adopta aires humanitarios, en realidad se trata de una solapada campaña de desprestigio.
-No, pero…
-Sí, los conozco. Conozco todas sus pequeñeces, sus pinches “alegrías” cuando presentan libros cuyas ediciones pagan a precio de oro para regalárselos a otros zánganos como ellos, que los maldicen para sus adentros por no contar con la solvencia necesaria para pagar una aún mejor; sus rictus de envidia cuando cualquier pelagatos, sobre todo los no universitarios, consiguen trascender el pequeño cenáculo de frustrados cuya producción nunca es valorada como la esencia misma del arte literario. Dígales que no se preocupen por mí, sobre todo porque pienso que son patéticos.
-No me vas a negar que estás resentido…
-Para estar resentido, el asunto debería importarme mínimamente, y le aseguro que me calienta un huevo. -Me serví otra buena dosis de ron.
-Che, ¿no serán estos abusos que te ponen tan agresivo?
-No se asuste, Don Hilario. Usted nunca me vio agresivo.
-Dicho así, me voy a asustar -dijo tímidamente, y soltó unas risitas. Al cabo carraspeó, y agregó: -Yo también pago mis ediciones.
-Ya lo sé.
-Y vos creés que tiene algo de malo.
-No, algo. Está mal. Yo he publicado poco, pero nunca pagué. Pagando, cualquier boludo se hace el autor. Hay giles que hasta pagan corrección, de estilo… ¡y hasta de ortografía y sintaxis! Dígame si no es frustrante… es como coger con prótesis y después hacerse el semental.
-Con qué facilidad, te sale el grotesco, eh.
-Y qué quiere, es mi estilo. Tal vez ustedes no se den cuenta, porque su estilo se reduce a intentar que la obra resulte potable a sus masturbatorios contertulios.
-Che, yo vine de onda; y parece que vos, en cambio, estás dispuesto a ofenderme.
-Go, go, go, said the bird: human kind cannot bear very much reality.
-¿Qué es eso?
-Eh, me extraña, tío. Un poeta que no reconoce un par de célebres versos de T.S. Elliot…
-Ah, Elliot.
-Sí, Elliot. Y lo cité porque me parece que si fuera honesto consigo mismo estaría de acuerdo conmigo. Usted tiene una idea rara de lo que es la poesía. Cuando era joven, escribió un par de libros tremendos, en el mejor sentido de la palabra. Ni bien consiguió un cierto reconocimiento (de cabotaje, entre la chusma local que va a los ágapes más a mostrar vestiduras lujosas que arte), empezó a ser cada vez más autoindulgente. Y más aburrido. Y más previsible. Y más débil. Y a eso es lo que le llaman, entre ustedes, “madurar el estilo”. Para mí es solamente aridez, o conformismo. Es ir a encerrarse en la costra inmunda de un ego que sangra al menor señalamiento, y que, anquilosado, no tiene sino ansias de nivelar para abajo, viendo la paja en el ojo ajeno y cuestionando las metodologías, los orígenes o la formación de los que se salen del lazo.
-Me extraña que me consideres tan poca cosa. Si mal no recuerdo, fui yo quien te abrió las puertas de esa que hoy considerás lacra humana, y porque eras vos el que estabas desesperado por entrar al círculo.
-Yo quería entrar en lo que suponía un círculo de gente del espíritu, y no eso. Y usted me llevó porque, al ser narrador, no le iba a escupir el asado. Y de pasada, si la cosa salía más o menos bien, jactarse onda a éste lo descubrí yo.
-Estás borracho.
-Claro. ¿Acaso no es eso lo que dicen nuestros amigos?
-Bueno -dijo, al tiempo que se iba incorporando, aprovechando mi supuesta borrachera como carta blanca para una retirada mínimamente digna-, no te molesto más…
-Al contrario. Siempre es un placer hablar con usted.
-No parece.
-Ah, vio. No todo es lo que parece. Es el fundamento de la poesía.
-Lo tendré en cuenta.
-Hará muy bien.

Viejo hijo de puta. Al final me cagó, con eso de lo tendré en cuenta. ¿Me lo habrá dicho en serio?