miércoles, 10 de agosto de 2011

ORGÍA Y DRAMA FINISECULAR


Yannick Bouchard

Fragmento de la novela Diente de León

31 de diciembre de 2000. Último día del siglo XX. Mientras casi todo el mundo en occidente prepara banquetes, yo solamente trato de hilvanar unos cuantos pensamientos en el cuaderno Mis Apuntes cuyas hojas después arrancaré para dárselas a Pepe. Cada tanto las explosiones producidas por los petardos y otros explosivos detonados por niños -o por grandotes pelotudos- me sacan de concentración, así que decido interrumpir la escritura y me voy hasta el supermercado de los chinos a comprar unas cuantas botellas de champagne. Si todo el mundo va a festejar una predeterminada cuestión relativa a calendarios inciertos, pues bien, yo también iba, sino a festejar, a hacer las veces. Pero como de costumbre, estaba equivocado.
Cuando vuelvo, la luz del contestador está parpadeando. Acciono el play:
“Cratilito, hijo, espero que vengas a pasar el año nuevo con nosotros. Dále, hijo, vení, van a estar los de siempre* y te quieren ver. Dale, hijito, ¿sí? Dáaale, no seas como tu padre. Te quiero mucho, hijito. Un beso. Llamáme, si no, eh?”
Meto un par de tubos en el congelador, otros en la heladera para ir subiendo y abro una, me sirvo en un vaso y le meto hielo. Champagne con hielo, vea. Usted dirá que un bebedor jamás lo hace, y yo le digo error, un bebedor no espera nunca a que la bebida esté fría. ¿Qué ésa es la diferencia entre un buen bebedor y uno malo? Sí, ésta, les digo, mientras me agarro las partes. Se bebe o no se bebe, y en todo caso, la cuestión es entre el bebedor y el vegetal fermentado. Ningún orate organizado me va a decir a mí cómo hay que beber. Salud.
Enciendo la tele y todo el mundo habla del siglo XXI y que el siglo XXI esto, y lo otro. Me prendo una pipa –que siempre me gusta con el champagne-, estiro las piernas y como en un reflejo, inevitable de tanto 2001, recuerdo “2001 Space Oditty”, en este orden: primero, la canción de Bowie, después la novela de Clarke y recién después, la película de Kubrick; lo que me lleva a caer en la disquisición del Argumento 4 de Dickinson, me altero y vuelvo a la película. El astronauta David Bowman contra HAL, la computadora que no quiere dejar librada la responsabilidad de una importante misión a eventuales errores humanos... ¿no resulta hipertrófico?

Golpearon a la puerta. Abrí la mirilla y vi a un compañero del laburo cuyo nombre preservaré y a quien identificaré como Yang -ya que a cualquiera de nosotros, machos en ejercicio, nos cabe en mayor o menor medida-. Lucía desesperado.
-Pasá, loco –dije, mientras sacaba el pasador y lo dejaba entrar.
-Qué hacés, Cratilo –saludó, con expresión de Sócrates frente a la copa de cicuta.
-Yo, me estaba tomando una copita. ¿Querés?
-Bueno, dame.
-¿Te pasa algo? Pregunté, a pesar de lo obvio.
-Sí me pasa. Tenía dos: o me iba a casa y me pegaba un tiro o venía acá. Vos siempre me escuchás.
-No, yo...
-Sí, Cratilo, vos siempre me escuchás, y ¿Sabés qué? Vos sos el único que me entiende.
-Pará un poquito, ¿De qué estás hablando? ¡¿De pegarte un tiro?! ¡¿Por?!
-Y, es largo de contar.
-¿No decís que yo siempre te escucho? Dale, desembuchá.
-No, lo que pasa que tuve un quilombo grande con la Elvira.
-Bueno, loco, son cosas que pasan. Ya va a pasar...
-No, esta vez no. Vos no sabés.
-Sí, no sé, pero siempre hay alguna historia para hacer... no por eso te vas a andar boleteando, gil, ¿de qué estás hablando?
-Claro, pero yo la amo, a la Elvira.
-¿Sabés que se te nota? Pará un poco, chabón, está fuerte, pero no es la única mina del mundo.
-Para mí sí.
-Entonces jodete... hacete cura, o puto, pero no te amasijés. Me parece que va a ir para largo, así que... ¿por qué no te vas hasta los chinos y te traés un par de tubos más? Es Año Nuevo, Yang, Siglo Nuevo. Todo son ciclos. Todo empieza de nuevo. ¡Ánimo! –díganme si no parecía un conductor de TV. -¡Y traéte algo para morfar!– Le grité cuando ya estaba en la puerta del ascensor. Yo lo escuchaba siempre, así que estaba bien que fuera él quien me compensara a mí, y no viceversa.
Me quedé cavilando en esta cosa rara que son los afectos. A poco no tardé en convencerme de la situación ideal en la que he recalado, un poco por afición personal y mucho por fortuna: no tengo afectos que me incomoden o que puedan limitarme en modo alguno. No me disgusta estar solo, y en todo caso siempre hay un fantasma a mano con quien compartir un cacho de soledad, la que nunca resulta mayormente incómoda y menos ahora, que escribo. Nadie que tironee de mis ropas, ni de mis neuronas. Lo único parecido a un afecto para mí son los muchachos, Pepe y Abdul, pero eso es distinto. Cada uno hace la suya, y puedo vivir sin ellos, del mismo modo que ellos pueden vivir sin mí. Eso da una gran tranquilidad.
Oí el ascensor, ahora debía bancarme la desdichada historia de Yang y su corazón roto. Yo pensaba, como Zappa, que broken hearts are for assholes, aunque, por cierto, no iba a decírselo.
-Te traje unos sánguches de miga, ¿está bien? Yo no voy a comer.
-O.K., por mí está bárbaro.
Nos sentamos a la mesa. Puse la MTV. Todo el mundo en pedo, por supuesto.
-¿Y? ¿Qué onda? ¿Qué pasó?
-No, nada, no te voy a venir a tirar el rollo a vos.
-¿No querías hablar?
-No, dejá, está bien.
Otra vez “Happy Xmas (war is over)”, de John Lennon, que está bien, pero ya rompe las pelotas.
Miré el cuaderno sobre la mesa, y lo cerré, ejecutando el cálculo mental que si bien ya no disponía de la tarde para escribir, tal vez el sujeto éste me daría algún material de análisis que elaborar posteriormente, y tal vez la tarde del último día de un gris bisiesto no estuviera del todo perdida. Esperaba que no fueran sólo sollozos feminoides durante el resto de la velada...
Los videos eran bastante mediocres, y para colmo Yang moqueaba regularmente y de vez en cuando se mandaba uno de esos quiebres de faringe (o de por ahí) que tan mal suenan en un hombre, al menos por esos temas.
-Hacela corta, che. Nacimos pa’ sufrir, pero tampoco exagerés.
-Dejá, dejá, no me des pelota.
-No, loco, pero es mucho. Aflojate el lazo, boludo. ¿Cuál es? ¡Te dejó una mina! Escribite un tango y salí de garufa, viejo; dejáte de joder...
-No, ella no me dejó.
-Ah, entonces te caga. Y bueno, viejo, ya fue. Qué vas a hacer…
-No, qué voy a hacer una mierda. Vos no me entendés.
-Sí, boludo, entiendo lo que vos no entendés porque estás caliente, ¿estamos? Porque si no te entiendo, listo, viste…
-No, disculpame. Lo que quiero decir es la forma, que me enteré.
-Bueno, igual ya está. ¿Qué mierda te importa la forma? ¿Sos boludo o sos masoquista? Si ya fue, YA FUE. ¿You know what I mean?
-Te hubiera querido ver a vos.
-¿Tan caliente?
-No, no es así. Es amor. Yo la amo.
-Dale, Luis Miguel. Acordate lo que dijo el gringo.
-¿Qué dijo?
-Que todas las conchas son iguales. Elegí bien, la próxima, y chau.
-Sí, muy fácil. Vos porque no te pasó. Hasta hace un par de horas estaba ilusionado, hasta le había comprado una medallita con mi nombre, ¡mirá vos qué tarado! (Sollozos).
-Ufa, tampoco recaigas todo el tiempo en esa clase de boludeces.
-¡No son boludeces!
-Bueno, llamále detalles. No hacen al fondo de la cuestión. Si te concentrás en cada detalle terminás loco, cuando la cuestión es muy simple: te cagó, (¿vos estás seguro?) ... sí, ‘tá bien, ‘tá bien, te cagó –me apuré a conceder, ante el gesto dramático del pobre Yang,- lo comprobaste y te mandaste a mudar. Listo. All right. Tudo bem. “Hasta la vista, baby”, como dijo Terminator. Ahora agarrá y andá a algún baile de fin de año y listo.
-¿Vos me estás jodiendo a mí?
-No, en todo caso vos, me estás jodiendo a mí.
-No, lo que pasa es que volví a casa con el regalito, un pan dulce, unas botellas y resulta que no estaba. La Elvira, digo. Dejé las cosas en la cocina y me fui al cuarto a ponerme pilchas más frescas. Cuando saqué la malla se cayó un sobre para atrás... (snif) ¡¿Y SABÉS QUÉ ERAN?! ¡FOTOS DE LA ELVIRA META Y PONGA CON CUATRO TIPOS!
-¿Cómo? –Pregunté, realmente sorprendido. –¿Con cuatro?
-Sí. Como oís –respondió, entrecortadas las breves sílabas por cortos espasmos diafragmales.
-Y bueno, parece bastante contundente para detalle –observé, temiendo realmente que como a él se le escapaban los sollozos bien podía escapárseme una carcajada.
-Con cuatro, la hija de mil putas. Tendrías que verla. Turra de mierda... no le quedaba agujero disponible. A una la tenía que agarrar con la mano.
-Bueno, boludo, ésos sí son detalles, y no abundés porque hace bastante que no la pongo. Y conste que no contaste al fotógrafo.
-Decime, gil, ¿vos me estás bardeando a mí?
-No, te estoy queriendo decir que te regodeás sufriendo por los detalles. Nada más. Aparte por ahí las fotos son de antes, qué sabés...
-No, qué mierda van a ser de antes. Son de ahora, o te creés que no la conozco.
-Bueno, sí, pero capaz que son de antes. Hace poco que viven juntos, ¿no?
-Un año (snif).
-Ves lo que te digo, por ahí son de antes.
-Una mierda de antes, Ya tiene las puntitas rubias ésas que se hizo hace dos o tres meses. ¿Te creés que no me fijé?
-No, por favor; cómo me voy a creer eso. Pero mirá, antes que nada, averiguá cómo son las cosas. Hablá con ella, preguntale por qué lo hizo, si de fiestera nomás, o por laburo. Vos sabés cómo están las cosas...
-No. Nunca más.
-Entonces mejor. Lo que yo te decía.
Entonces siguió hablando de la ingrata, de la guita que había puesto en la casa (Marx y Freud abrazados para la foto), de lo traicioneras que son las minas y ese rollo tan ajustado a patrón que no voy a reproducir aquí; por obvio, y para evitar atosigarlos como lo fui yo entonces.
Entrada la noche nos habíamos bebido casi todo el champagne, y eso que era mucho. Como también es cierto que no era situación para escatimar garganta o para andar con remilgos. Yang caminaba por el comedor con dificultad y seguía balbuceando una y otra vez las mismas pavadas. Yo trataba de hacer pie mental en el televisor pero las imágenes me daban vértigo. "Más respeto por el Federico de Alvear", me dije, mientras apuntaba a la puerta del baño para desagotar la vejiga. Después, apuntar al inodoro, con el cuerpo que parece que quiere rumba. Todo en la vida es apuntar. ¿Quién se piensan que es uno? ¿Guillermo Tell? ¿O los fusiles de Dallas? Uf.
Volví y el grosero visitante había agregado una nueva modalidad a su diafragma. Ahora hipaba, además. Una especie de Coltrane con la boquilla rota y filtrado de dolor. Y eso que era blanco. Pero era hombre. Man is the nigger of the world, debió cantar ese Lennon, y no tanto Merry Xmas. Y yo que cuando se me pasa la mano me pongo así de pelotudo.
En una, Romeo se fue al baño y yo mientras luchaba para que no se rompiera el corcho de la última botella. Afuera los explosivos de distinto calibre se sentían como algo tribal, como un crescendo de tambores, o tal vez era el champagne. Conseguí abrir la botella successfully y me serví una copa con una dosis perfecta de cristalización. Salud.
De repente explotaron bombas, sirenas, silbidos de artefactos que se elevaban al cielo para estallar; en fin: Heráclito, de parabienes. Fuegofuegofuegofuegofuegofuego fuego.
-Dale, Yang, vení que entramos en el nuevo milenio.
No answer.
-Dale, vení, vamos a brindar. ¿Qué estás, cagando?
No answer.
Entré al baño y lo encontré, en bolas y colgando de la viga de la banderola. Lleno de baba y de mocos. Lo que es la determinación, ¿no? No sé ni cómo pudo hacer eso sin hacer prácticamente ruido. Lo contentos que se iban a poner los de la guardia de la Cuarta. Cratilo, hijo, vení con mamá. Todos festejando y yo que entraba al milenio con un muerto en pelotas colgado de la viga de la banderola. En el piso, las fotos del escándalo, salpicadas por el semen del ahorcado en una eyaculación, si se quiere, maldita, como la narcótica mandrágora** . No quise mirar mucho las fotos porque alguien más iba a resultar acogotado, y me refiero al de abajo. Dejé todo como estaba, me terminé la botella y salí para radicar la denuncia. En varias esquinas incendiaban muñecos enormes. Seguían las bombas y los misiles. Yo tenía acidez. Fuegofuegofuegofuego FUEGO.
 
* Razón suficiente para declinar cualquier arrebato de piedad filial.
 
**Me refiero a las antiguas leyendas que sostienen que del semen de los ahorcados nace la mencionada planta; cuya raíz, por otra parte, suele asemejarse llamativamente a las formas del cuerpo humano femenino.