sábado, 27 de agosto de 2011

LA PUTA DE LA DISCORDIA


Milo Manara

A Benito le gustaron siempre las cosas raras. No era un tipo de conformarse con las cosas comunes de la vida, tesitura ésta exacerbada por la circunstancia de pertenecer a una familia muy adinerada. No era de ostentar, ni tampoco era avaro ni mucho menos. Tan es así que organizó un asado y ofreció cinco mil mangos al que le llevara la botella de bebida espirituosa más rara; cosa que nos metió en flor de brete, ya que en caso de comprar algún atípico brebaje alcohólico, y después perder el concurso, nosotros, sus amigos pobres, seríamos condenados a una desestabilización monetaria que ni les cuento. Cuando se lo comenté, me respondió que una bebida rara no tenía, por fuerza, que ser cara. Aparte, agregó, gastando unos pocos mangos te chupás todo, variado y quizá hasta descubras bebidas ignotas pero espectaculares. Tenía razón, estaba bien pensado.
Cuando llegó el gran día, Renato pasó a buscarme, botella en mano, envuelta en papel de diario.
-¿No podías haberla envuelto en un papel decente?
-¿Qué te pasa. Loco? Es papel decente, es de Tiempo Argentino, no de los cipayos de Clarín y La Nación
-Así pues sí, como dijo Chespirito. ¿Y qué hay, adentro?
-Un litro de chicha que le afané a mi abuelo.
-Y hojas de coca, ¿le afanaste?
-No, me parece que no trajo, esta vez.
-Lástima, la chicha sin acullico y bicarbonato no es lo mismo.

Rato después ingresábamos al lujoso quincho de los padres de Benito (ambos altos funcionarios de la Policía Bonaerense). Ya estaban Piero, Pepe y el Goma. El Goma era un busca; era capaz de bancarse permanentes burlas y descalificaciones de parte de Benito con tal de seguirlo como un perrito y gozar de las prebendas que dan el dinero y -hasta cierto punto- de la impunidad ante la Ley para las trapisondas nocturnas que solían cometer a dúo. El Goma estaba a cargo de la parrilla, como corresponde al lacayo. Dejamos nuestras botellas con otras tres, bastante emperifolladas, sobre una mesita.
-Llegaron los intelectuales, por fin -dijo Piero.
-A mí no me putiés. Hablá con él -le respondí.
-¡Andá, vos, careta, hacete cargo! -Me espetó Renato.
-Está bien, ¿cómo andan, manga de brutos ignorantes? ¿Hablando de minas, fútbol rock & roll y esas giladas de siempre?
-Hablando de eso, poné Back in black. -Para qué habré abierto la boca.
Empezamos con aperitivo y fernet.
-Coman, giles, que es salame de Tandil y un gruyère que te la voglio dire.
-¿No decís nada, Cebrián? -Me preguntó Piero.
-¿Qué querés que diga? ¿Gracias?
-No, boludo, alguna cosa en latín, o frase india…
-Suerte que ya rebanaron el salame tandilero, que si no te lo metía en el culo.
-Ah, qué bonito; linda frasecita para un escritor… -remarcó con ironía Benito.
-¿Cuándo se van a dejar de hinchar las pelotas, con eso? Y vos, Benito, ¿no te la agarrás con el Goma hoy, que me rompés las bolas a mí?
Dicho, lo cual, y a la luz de las caras de los demás -que no había que ser un lector de expresiones muy fino para advertirlo- sentí que había metido la pata.
-Epa, parece que andás nervioso -dijo Benito, denotando más una intención de desviar la atención que de retórica pregunta. El Goma, en tanto, daba vuelta los chinchulines con un tenedor largo.

Todavía no se había servido el asado y yo ya estaba atiborrado de fiambre y vermouth. Salí al patio a fumarme un pucho y tomar el aire fresco de la noche. Atrás mío se vino Piero.
-¿Qué pasa? -Le pregunté. -¿Hay goma con el goma?
-Y, parece que andan medio engomados.*
-Contá, dale.
-Y, viste cómo son estos guachos. Toman mucha merca.
-Muuucha merca.
-Sí, y hay veces que derrapan, viste. No sé muy bien pero parece que el gordo Benito tenía un par de putas trabajando, y la de siempre, viste… el Goma se encajetó con una y para colmo parece que la mina le sigue el tren.
-Qué quilombo… pero no está tan mal, por lo menos se juntan para comer asado…
-Sí, tendrías que ver hace un rato cuando el gordo boludo se dirigió a la mima como “la puta de tu novia”, le dijo… el Goma le apuntó con el tenedor al cogote.
-Ah, bueno. Yo morfo y me voy. Y no me voy ahora porque voy a poner todo en evidencia.
-Sí, sobre todo a mí. No te hagás el boludo y quedate ahora, pavo.
-Y encima la gilada ésa de la bebida rara… no, en serio, gringo, si siguen chupando y esnifando, esto termina mal.
-Muy, mal, chabón. Muy mal.

Después de pantagruélicas ingestas de la mejor carne del mundo (permítaseme el chauvinismo, pero al asado y al malbeck argento no hay con qué darles), llegó el momento de abrir las botellas y entregar el gran premio. Yo no soy muy imaginativo, así que lo más raro -y relativamente barato- que se me había ocurrido fue una botella de calvados Santa Ana. Empezamos por la más pequeña, correspondiente a Pepe. Se trataba de un anís griego, cuya marca no recuerdo. Venía dentro de un tubito de cartón con fina gráfica, y era realmente bueno. Y bien fuerte. Adiós al premio; aunque si alguna vez pude haber sentido dejo alguno de codicia a su respecto, a esas alturas solo me interesaba empinar el codo un poco más y salir de allí. Al margen de lo objetivo -aún traducido a través de subjetividades empañadas por el alcohol-, se respiraban aires de tormenta. Se terminó el anís en dos segundos y medio y Benito peló la botella de chicha.
-¿Qué es, esto?
-Chicha salteña. Legítima -respondió Renato, con el orgullo Kolla que le venía en la sangre. Y, con esos modos propios de un gordo facho, Benito replicó:
-¿Ésta es la que las indias mastican el maíz y lo escupen en un tacho para que fermente?
-Eh, no bardiés -marcó Renato. -No sé, no estaba ahí cuando lo hicieron. Si querés tomá, y si no, jodete.
Si bien yo ya estaba bastante beodo, tomé un vaso de chicha por solidaridad con Renato y con los hermanos andinos.
Después llegó el turno de mi calvados. Yo pedí hielo. Como había previsto, el gordo no conocía el calvados, ni de nombre. Como era whiskero, le gustó bastante.
-Está entre éste y el anís, me parece… sentenció el gordo, con aires de jurado de Bailando por un sueño.
-Sí, -dije yo- pero en honor a la verdad, no es muy raro que digamos.
-Todos los filósofos son iguales. De alguna forma rebuscada me estás tratando de ignorante, o de grasa, ¿no?
-Ningún rebusque. Te lo digo directamente. ¿O qué? ¿Vos me podés gastar a mí y yo no te puedo gastar a vos?
-Bueno, bueno, muchachos… -terció Piero, a la sazón el más grandote de todos. -Falta mi botella.
Sacó una botella de vino que solían hacer en su casa. Y encima con años de añejamiento. Por un instante fui inmensamente feliz, y creo que solo me entenderían si por gracia del cielo alguna vez lo hubieran probado.
-Listo -dije. -Ganó Piero.
-Pará un poquito, acá la mosca la pongo yo y por lo tanto soy el que decide.
-Para mí ya está. Más raro que eso, imposible. No hay en ningún lugar del mundo un vino semejante -seguí en mis trece-.
-Si ése es el parámetro, mi chicha… comenzó a abogar Renato por su aguardiente.
-¿Y si lo elegimos democráticamente? -Propuso Pepe.
-Democráticamente, las pelotas -sentenció Benito.
-Sí, justo -observó el Goma, con cara de pocos amigos-, hablale de democracia al vigilante éste. -El vigilante lo fulminó con la mirada. Como para llenar el bache con algo que no fuese violencia extrema, le pregunté estúpidamente:
-¿En serio vas a poner cinco lucas por esta gilada?
-Pero sí, boludo, si es lo que me deja en cuatro o cinco días la novia de éste. -La mirada de odio animal ahora corrió por cuenta del Goma.
Después del vino casero -hecho con uvas mendocinas, por cierto-, y de varios calvados -que resultó la más rendidora de la sobremesa, sobre todo porque la chicha no la tomaba nadie-, llegó el momento de dar el veredicto. Estábamos todos muy en pedo, pero el gordo Benito, a la sazón jurado único e inapelable, estaba desfigurado. Con una solemnidad grotesca, y dubitativo en cuanto a dicción y equilibrio, el gordo dijo:
-La bebida ganadora es…
-Esperá, bola de grasa. Falta mi botella, todavía
-Ah, ¿trajiste? No, como pensé que estabas ahorrando para casarte con mi puta…
-Si traje. Traje ésta -y tomó una cualquiera y se la dio de lleno en la cabeza. El gordo cayó seco.
-¡Boludo! ¿Estás loco? -Le pregunté, sin salir de mi estupor.
-Te dije, Cebrián que esto terminaba mal -me dijo Piero.
-Claro, sos Nostradamus, vos -ironizó Pepe.
-Gordo hijo de puta, le voy a enseñar a respetar a la gente -balbució, temblando de ira, el Goma.
-Y, si no aprendió con eso… -dijo Renato, y casi me hace reír. Qué tipo hijo de puta. El Goma le bolsiqueó las cinco lucas -quizá más- y se tomó el olivo con real velocidad. El gordo Benito tenía la cabeza sobre un charco de sangre y respiraba mal, entre estertores y alguna que otra convulsión.
-¡¿POR QUÉ NO ME FUI ANTES?! -Grité, sintiéndome el rey de los boludos. Otra vez en cana, declarando, qué sé yo cuántos. Los viejos de Benito no estaban, así que había que hacer algo.
-Yo me voy a la mierda -dijo Renato, que no quería lolas por cuanto debía tener algún que otro tema pendiente con la ley.
-Vos te quedás -dijo Piero, sin dar lugar a discusiones. -Si nos vamos nos acusan a nosotros.
-¿Entonces? -Preguntó Pepe.
-Llamamos al 911, a la yuta y nos bancamos la que venga.
-¿Y qué decimos?
-La verdad, boludo, qué mierda vas a decir. Es la única que queda si queremos zafar. Aparte el turro éste del Goma desapareció.
-Claro, pelotudo, ¿qué querés que haga? ¿Qué pida disculpas? Mirá cómo lo dejó, al chabón.
-Está boleta.
.Sí, me parece que no zafa.
-Sobre todo si se quedan de chamuyo y no llaman a nadie, estúpidos -dijo Renato, con fiereza en la mirada.

En síntesis:
1) El gordo Benito finalmente, y después de un buen coma, la zafó: pero quedó mucho más bobo de lo que era, y eso no es decir poco. No habla, se babea, y todo eso; digo, para graficar.
2) Al Goma no lo vimos más. Desapareció. Se evaporó en el aire. Suponemos que se habrá rajado a Brasil, con toda la yuta del país buscándolo corporativamente.
3) En sala de espera de una de las insoportables declaraciones en Sede Penal, nos cruzamos con la puta de la discordia. No estaba tan buena.


* Argot rioplatense poco feliz en forma y fondo, tan lineal que exime de precisiones.